Ir al contenido
_
_
_
_
Elecciones Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Derrotados

El oficialismo chileno, rodeado de aduladores, de palmaditas en la espalda, convencido de sus regios atributos, dejó de percibir las múltiples y evidentes señales de desgaste que carcomían sus cimientos

El 14 de diciembre el oficialismo fue vencido en las urnas de manera inapelable en una nueva demostración de civismo ejemplar que nos enorgullece y nos destaca en esta aciago continente. Existe un repertorio amplio sobre las causas que explican el desastre histórico de la izquierda en Chile, y sobre esa base, en línea con algunas de las hipótesis que circulan, distingo al menos seis factores críticos que contribuyen a entender la magnitud de la derrota. El primer factor, y quizás el principal, fue definir prioridades equivocadas de la gestión gubernamental. Mientras una parte relevante de la ciudadanía ordenó su vida en torno a la inseguridad, es decir, con el miedo como organizador de lo cotidiano, el oficialismo contestó con diagnósticos estructurales, mesas, planes, enfoques integrales y un tono de profesor que corrige, no de un Estado que protege a sus ciudadanos.

El segundo factor, tan importante como el anterior, creo que fue la promesa inflacionaria de las expectativas ciudadanas que terminó en la gran frustración del rechazado cambio constitucional. El ciclo abierto en el desborde la protesta social del 18 de octubre de 2019 había instalado una expectativa de refundación que se transformó en una especie de religión civil, en donde la idea era que bastaba con querer para cambiar, que el Estado era una herramienta dócil, y que los obstáculos eran meros residuos del pasado. Los datos de las encuestas mostraron nítidamente cómo crecía la tendencia al rechazo, mientras los encargados de elaborar la constitución convertían la tarea en un acto circense de mala calidad. En paralelo, la administración del Gobierno vivía en una misión permanente de complejidad infinita en todos los frentes, con fuertes dosis de caos y desorden; con un Congreso fragmentado, con burocracias lentas, coaliciones afines que parecían amarse en público y que se odiaban en privado, viejas rencillas y torpezas de marca mayor. Y así el oficialismo se especializó en explicar por qué no podía, hasta que el electorado decidió probar con alguien que al menos prometía que sí, aunque solo fuera en el plano simbólico.

Un tercer factor, podría denominarse estética del desprecio, fácil de reconocer en esa pedagogía involuntaria de superioridad moral que define el país correcto versus el país equivocado; los ilustrados versus los atrasados; los sensibles versus los fachos pobres. Esta estética del desprecio tuvo además un efecto perverso, ya que encerró al oficialismo en su propia burbuja. El sector, rodeado de aduladores, de palmaditas en la espalda, convencido de sus regios atributos, dejó de percibir las múltiples y evidentes señales de desgaste que carcomían sus cimientos. Un cuarto factor, de naturaleza más bien psicosocial, fue el deficiente manejo de la ansiedad. Chile se convirtió en un país ansioso; ansiedad por la inseguridad, por el empleo precario, por la migración percibida como incontenible; ansiedad también por el dinero que no alcanza y por lo incierto del futuro. El oficialismo intentó gobernar ese estado emocional con un lenguaje terapéutico, un set de contención, cuidado, enfoque y procesos. Una metodología impecable para un seminario sobre equidad, pero ineficaz para una sociedad en estado de alerta. El quinto factor fue la desorientación del clivaje. Por años, la política chilena se ordenó en torno al eje dictadura versus democracia, un relato potente, identitario, moralmente claro. Pero ese eje se agotó en su capacidad de decidir elecciones. No porque a la gente le dé lo mismo la historia, sino porque ahora hay otras prioridades y mayor pragmatismo.

El sexto factor fue subestimar el peso del voto obligatorio. Quedó demostrado empíricamente que cuando votan los que siempre votan, la conversación es más ideológica; y cuando votan los que no siempre votan, la conversación se vuelve más práctica, concreta, impaciente. Así, el voto obligatorio reintrodujo al elector no militante, al que no lee programas, al que decide por impresión, experiencia y sentido común. En cualquier caso, las perspectivas a mediano plazo parecen ser menos épicas de lo que creen los apocalípticos y menos tranquilas de lo que imaginan los triunfalistas. Ya veremos. A contar del 11 de marzo, el nuevo Gobierno enfrentará un mandato condicional; uno que pide seguridad y control, pero con resultados visibles y de corto plazo. De lo contrario, el péndulo chileno, ese que últimamente se mueve con la delicadeza de una demolición, podría volver a girar con una potencia devastadora.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_

Últimas noticias

Lo más visto

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_