Elizabeth Subercaseaux, periodista: “Pinochet se puso a llorar cuando le preguntamos por su amante”
La escritora chilena relata los entresijos de sus entrevistas al dictador en 1989, tras su derrota en el plebiscito. “Era una figura demasiado tóxica, no fue una experiencia grata”, dice
Elizabeth Subercaseaux (78 años, Santiago de Chile), conocida por sus entrevistas políticas y su aguda mirada de la sociedad chilena, acaba de publicar el libro La Constitución del Golf (Catalonia). Su última obra, escrita en clave de humor, aborda el liderazgo que ostenta la derecha dura en el nuevo proceso constituyente. En su casa ubicada a las afueras de Filadelfia (Estados Unidos), desde donde atiende esta entrevista por videconferencia, Subercaseaux revela los entresijos de uno de los hitos de su carrera en los ochenta, cuando, siendo periodista opositora, entrevistó en varias sesiones al dictador Augusto Pinochet tras el plebiscito de 1988, antes de que abandonara La Moneda. Esas conversaciones, realizadas junto a su colega y amiga, la fallecida Raquel Correa –uno de los emblemas del periodismo local–, se publicaron en el libro Ego Sum Pinochet (Zig-Zag, 1989). Pero varios pasajes quedaron fuera por orden del dictador.
Pregunta. Este año se conmemoran los 50 años del golpe de Estado. ¿No pensó publicar un libro de las entrevistas sin editar a Pinochet?
Respuesta. Se me ha pasado por la cabeza todos estos años el publicar las cintas que tenemos con la Raquel [Correa], pero son impublicables. En general, tú no puedes publicar las cintas donde hay conversaciones que el entrevistado pidió que no se publicaran, pero fíjate que eso habría que sopesarlo. Yo siempre quise publicarlas, pero la Raqui no quiso. Y se murió [en 2012]. Así que lo que yo debiera hacer es quemar esas cintas.
P. ¿Cómo era Pinochet de entrevistado?
R. Era muy reactivo porque el tema de los derechos humanos lo sacaba de sus casillas y golpeaba en la mesa y volvía a decir que estábamos en guerra, etcétera. Pinochet tenía los ojos azules y cuando le ponías el tema de los DDHH se le endurecían todos los nervios del cuello, se ponía como rojo y los ojos se le tornaban amarillos.
P. ¿Fue cambiando a lo largo de las sesiones?
R. No, fue siempre igual. Pinochet fue una persona bien compleja. Tenía un poco de caballero antiguo, que te trataba de “yo le pongo el abrigo, dama”, “déjeme correrle la silla, dama”. Ese tipo de trato con las mujeres. Como todos estos dictadores enfrentados a periodistas de la oposición, lo único que era y que vimos era un gran mentiroso. Sostuvo todo su Gobierno en una mentira. Primero, de que estábamos en guerra, cuando no estábamos en guerra con nadie. Y segundo, de que el Gobierno de la Unidad Popular [de Salvador Allende] iba a hacia una dictadura comunista. Otra cosa que nos impactó fue que, dentro de su complejidad, podría haber sido más inteligente. Pero era muy primitivo, muy básico. Me dio la impresión de ser un hombre muy cobarde.
P. ¿Cómo lograron que accediera a hablar con ustedes?
R. Le pedimos entrevista durante 15 años. Por supuesto siempre nos dijo que no. Lo que pasó fue que Pinochet tenía una amiga, Patricia Guzmán, que había sido su agregada cultural en Francia y ella había sido compañera de la Raqui en la Universidad de Chile. Eran amigas. Patricia sabía que queríamos entrevistarlo y se me ocurre que debe haberle aconsejado a Pinochet que nos la diera. Nosotras fuimos a La Moneda convencidas de que nos iba a decir que no porque le pusimos condiciones.
P. ¿Cuáles?
R. La primera, que fue perfectamente estúpida, era que solo nosotras lo podíamos grabar, él no. La segunda, que teníamos que estar solo los tres. Y la tercera, como por supuesto iba a querer revisar el texto, que lo tenía que hacer con nosotras presentes. “¿Por qué no me lo van a entregar?”, preguntó. Le dijimos que sabíamos que se lo iba a dar a su señora [Lucía Hirart] para que lo revisara y no queríamos eso.
P. ¿Cómo reaccionó?
R. Se rio. A Pinochet también le preguntamos por su amante. Ahí se puso a llorar. Por eso digo que era una persona más o menos compleja. Si me hubieras dicho antes de ese día que se iba a poner a llorar, habría creído que te volviste loca. Obviamente él amó a esa mujer, Piedad Noé [pianista ecuatoriana].
P. ¿Qué hicieron cuando se puso a llorar?
R. Fue un momento inesperado y raro, no sabíamos qué hacer. Yo nunca imaginé que reaccionaría así. Pensaba que podía irritarse, golpear la mesa o algo por el estilo, ¿pero ponerse a llorar? Esperamos a que se secara las lágrimas y luego él nos dijo que eso no podía ir en el libro. Le dije que lo contaríamos solo una vez que él no estuviera.
P. ¿Con qué sensación salieron al acabar las cinco sesiones?
R. Es que fueron cinco sesiones grabadas, pero después nos pasó una cosa muy curiosa. Nos empezó a llamar. Mis hijas se acuerdan con pánico porque llamaba a las siete de la mañana y decía: “¿Alooo?” [pone una voz ronca y profunda]. Decía que se le había olvidado contar no sé qué cosa. Fuimos como cuatro veces más. Después de que salió el libro me citó una vez a La Moneda porque tenía un problema con [el presidente electo democristiano] Patricio Aylwin. Fue la cosa más rara. ¿Para qué me lo contaba a mí? Nunca me quedó claro.
P. ¿Qué problema era?
R. Tengo el vago recuerdo de que era un problema puntual de esos días y era en el orden de “como usted es amiga de ese sector…”. Quería verificar si lo que decía la prensa era verdad o algo así. Lo que sí recuerdo es que fuera lo que fuera, le dije que no tenía la menor idea y me fui más que volando.
P. ¿Y con Raquel Correa hablaban de esas entrevistas?
R. No mucho, porque Pinochet era una figura demasiado tóxica, entonces para nosotras no fue una experiencia grata. Al contrario, para mí, es el peor libro en el cual he participado, sin lugar a dudas. No hay nada peor que entrevistar a un dictador mentiroso, no sacas nada. Nosotras llegamos con todo tipo de documentos relacionados a los DDHH, de la Vicaría de la Solidaridad, pero todo era mentira tras mentira. Cuando sabes que tienes que esperar 10 o 20 años para que la CIA desclasifique sus documentos para saber si Pinochet mandó o no mandó -que sí mandó- a matar [al excanciller de Allende] Orlando Letelier, es muy frustrante. Estás ahí casi perdiendo el tiempo. Aunque, claro, es interesante conocerlo.
P. ¿Qué le pasa cuando escucha ahora a políticos defendiendo el golpe contra Allende?
R. Me parece muy triste. Yo creo que fue esa actitud del Partido Republicano lo que me empujó a escribir La Constitución del Golf [El Golf es un barrio acomodado de la capital]. Al final, el humor abre una ventana tremenda a la seriedad. Cuando empezaron a decir que Pinochet era un gran estadista, que si fuera el golpe de nuevo…. ¿Cómo pueden decir que el golpe era inevitable? Allende iba a llamar a un plebiscito ese mismo día, existe el discurso que iba a dar para preguntarle al país si querían que siguiera o se fuera. Además, se produjeron una serie de golpes militares en América Latina. El golpe en Chile empezó a fraguarse el día que mataron al general [René] Schneider [octubre de 1970]. El golpe es un acto criminal que dio a luz a una dictadura criminal, por eso no se puede separar una cosa de la otra. Desde afuera trato de pensar: bueno, pero ¿qué es lo que pasa con la derecha?
P. ¿Y qué concluye?
R. Tiene que ser muy difícil para la derecha salirse de un lugar en el cual tú has sido cómplice de un Gobierno tan criminal como ese. La mochila que tienen es muy pesada. Entonces tienen que buscar alguna manera de justificar por lo menos el golpe, porque ellos no están justificando lo que pasó después.
P. ¿Y la nueva generación de la derecha heredó esa mochila?
R. Creo que en la derecha hay una juventud que no está con esa postura. Hay quienes quieren mostrarse más progresistas. Creo que Javier Macaya [presidente del partido Unión Demócrata Independiente, UDI] está en una postura bastante reflexiva con respecto a lo que pasó, pero hay algunos que no. Cuando escucho a los republicanos se me paran los pelos porque están todos justificando el golpe. No quieren entender que el problema no es la Constitución arreglada por [el expresidente] Ricardo Lagos, sino que es la génesis de la Constitución de 1980, por eso hay que cambiarla, porque se originó en dictadura.
P. Mientras esa derecha de Macaya intentaba sacarse la mochila, irrumpió con fuerza una derecha dura...
R. Exactamente. Y ese es mi libro. Esa es La Constitución del Golf. A la derecha le carga este título, lo encuentran lapidario. La primera propuesta de la constituyente podría haberse llamado La Constitución del Colo-Colo y era básicamente una Constitución con un fuerte sello de izquierda. Ahora, ¿quién se atreve a decir en Chile que esta propuesta y estas enmiendas no tienen un sello de la derecha? Yo no tengo ningún problema con que una Constitución sea del gusto de la derecha si es que interpreta a todo el país. Si es una buena, ojalá que le guste a todos, a la derecha también, evidentemente.
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