Como en las series

Octubre no traerá la solución, pero marcará el inicio de nuevos capítulos consecuencia de los anteriores. Vivimos en Netflix

Manifestación a favor de la independencia de Cataluña en Girona. Albert Gea (REUTERS)

Días aciagos para la política. Acciones represivas amparándose en la prevención, advertencias que suenan a amenazas, declaraciones de principios inamovibles, manifestaciones públicas, presiones privadas, leyes forzadas por interpretaciones interesadas, empresas registradas, carteles requisados, economías intervenidas y sospechas generalizadas. Así no hay quien viva. Y tras esta tensa situación el deseo de algunos insensatos de denunciar un conato de violencia que justifique lo que persiguen. Son pocos, pero lo verbalizan con un tono falsamente púdico porque saben que donde hay madera puede hab...

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Días aciagos para la política. Acciones represivas amparándose en la prevención, advertencias que suenan a amenazas, declaraciones de principios inamovibles, manifestaciones públicas, presiones privadas, leyes forzadas por interpretaciones interesadas, empresas registradas, carteles requisados, economías intervenidas y sospechas generalizadas. Así no hay quien viva. Y tras esta tensa situación el deseo de algunos insensatos de denunciar un conato de violencia que justifique lo que persiguen. Son pocos, pero lo verbalizan con un tono falsamente púdico porque saben que donde hay madera puede haber fuego. Y llevan cerillas en la mano.

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Mientras, el Gobierno de Rajoy engrasa su maquinaria para mantener la mayor y mejor fábrica de independentistas de la democracia española. Es la herencia de Aznar a quien Esquerra nunca agradecerá lo suficiente haberle abierto las puertas a unos niveles de representatividad olvidados desde tiempos remotos. A remolque, la Convergencia ayer nacionalista y hoy secesionista, se lamenta de haber sido cómplice del PP en la aprobación de unas leyes que ahora se aplican en su contra.

Nunca, en las últimas décadas, fue tan fácil convertir los polvos de ayer en los lodos de hoy. Nunca habíamos vivido tal paradoja. Nunca se habían olvidado tan fácilmente los fundamentos de la democracia mientras todos se justifican pronunciándola con propagandística insistencia. Pero, ¿dónde quedan sus pilares?: “Nunca podemos estar seguros de que la opinión que tratamos de ahogar sea falsa. Y si lo estuviéramos, el ahogarla sería también un mal”. Lo dejó escrito John Stuart Mill (Sobre la libertad) y, salvo algunos de sus defensores, aves extrañas en nuestra reserva, nadie demuestra haberla hecho suya. Incluso parece que su negación por la vía de los hechos es proporcional a su permanente y aparente clamor por apelar al estado de derecho. Ocurre, sin embargo, que éste nació al amparo del liberalismo, doctrina de la que Mill ha sido su posterior pensador más influyente. Y ahí radica el espíritu de la democracia, con su división de poderes y su canto a la libertad de los ciudadanos entonado por Rosseau a quien también hemos arrancado del frontispicio. Poca ilustración y mucha animadversión, escasa inteligencia y excesiva visceralidad.

Ante semejante paisaje, nada indica que octubre traiga solución alguna. Como mucho marcará el inicio de nuevos capítulos consecuencia de los anteriores. Porque vivimos en Netflix. Y estamos ante una serie que termina su primera y extensa temporada mientras prepara la siguiente. En los próximos episodios potenciarán a unos protagonistas a costa de otros que los guionistas de la política considerarán amortizados. En la nueva trama diseñaran tensiones que provocaran insospechadas relaciones, sorprendentes traiciones e intrigas judiciales, policiales y bancarias. Si no lo hacen antes los especialistas, lo harán los espectadores —muchos de los cuales ya se consideran actores de un drama con tintes épicos—, porque las elecciones serán la purga imprescindible. Si la lógica política se aplica, las cabezas que caerán no serán sólo de un bando. Puigdemont lo asume y por eso insiste en que no continuará. Y, mientras intenta arrastrar a Junqueras, se llevará la palma del martirio arrebatada a Mas, al que la historia puede que no trate con benevolencia.

En el otro escenario, Rajoy puede verse ante una moción de censura instada por Sánchez que pase factura a un inmovilismo que le responsabiliza de la mayor crisis política e institucional de los últimos 40 años. Más allá incluso del 23-F, aunque la comparación no guste a la alcaldesa de Madrid, porque donde había militares retrógrados hay centenares de miles de ciudadanos que han dicho basta al agravio. Y su multiplicación se debe más a lo que consideran ofensa y provocación del Gobierno que a los errores de bulto de la Generalitat. Es una cuestión de proporcionalidad y parte alícuota en la responsabilidad. Esto, si el líder del PP no aprovecha la imagen de contundencia que pretende ante el resto de España y adelanta las elecciones, que le permitiría recuperar una mayoría suficiente, si no absoluta. Y así, continuar administrando la herencia de Aznar pero alejándose de su sombra y seguir olvidando a Mill, que también dijo: “La opinión que se intenta suprimir por la autoridad puede ser verdadera”. Pero, ¿cuándo triunfó el liberalismo en España? Sólo en su dimensión económica. Por eso ahora sabemos que de los miles de millones destinados al rescate bancario sólo recuperaremos un tercio. Más argumentos para la serie.

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