Contra el sospechoso, indomable y persistente mal olor que arruina la mejor ropa: así se combate el ‘permasmell’

Sabes que se apoderará de tu nuevo equipamiento deportivo antes de ir a por tus camisas más preciadas, pero quizá ignoras que la solución no está en lavar más a menudo

Paula Winkler (Getty Images/fStop)

¿Serías capaz de calificar del 1 al 10 el tufo que desprende tu camiseta tras tres horas de fútbol sala, sin desodorante? ¿Y el de las de tus compañeros y contrincantes? Los científicos de la Universidad británica de Northumbria Chamila Denawaka Ian Fowlis y John Dean sí. Fue su primera tarea en el reto de desvelar un asquerosamente jugoso misterio plasmado en la ropa: los ingredientes del olor a sudor. Lo llamaron, con una patente falta de habilidad para la exageración marketiniana, “olor a varón humano después del ej...

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¿Serías capaz de calificar del 1 al 10 el tufo que desprende tu camiseta tras tres horas de fútbol sala, sin desodorante? ¿Y el de las de tus compañeros y contrincantes? Los científicos de la Universidad británica de Northumbria Chamila Denawaka Ian Fowlis y John Dean sí. Fue su primera tarea en el reto de desvelar un asquerosamente jugoso misterio plasmado en la ropa: los ingredientes del olor a sudor. Lo llamaron, con una patente falta de habilidad para la exageración marketiniana, “olor a varón humano después del ejercicio” —todos los voluntarios del estudio eran hombres—. Según su análisis, solo seis compuestos químicos son responsables de la esencia olfativa del fluido.

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Aunque el sudor no huele mal. En realidad, el vapor que emanan los poros de la piel para compensar un aumento de temperatura corporal es inodoro. Si le dejamos vía libre, sale al ambiente exterior y, sencillamente, se evapora. Sin embargo, si algo se interpone en su camino (una camiseta, un calcetín, un sujetador) tiende a condensarse en un líquido rico en sales. Especialmente rico para la numerosa microbiota que habita nuestra piel y está dominada por ciertas bacterias. Al digerir ese oportuno maná, los microorganismos producen sustancias de desecho que son las auténticas portadoras de la pestilencia: se conocen como compuestos orgánicos volátiles, según la aséptica jerga de los científicos. Esos son los enemigos impresentables en sociedad (y, a veces, insoportables hasta en soledad). Y también los artífices de ese olor imposible de sacar de la ropa si se les da la más mínima oportunidad de establecerse en ella.

Cuando en un tejido se acumulan restos de sudor, bacterias, compuestos de desecho e incluso moléculas pestilentes derivadas de un mal proceso de lavado, el desagradable olor puede inmunizarse frente a lavadoras, suavizantes, frotados a mano y noches de ventisca al raso. Te sonará el fenómeno porque es muy característico de las prendas deportivas (aunque no exclusivo), pero quizá no le hayas puesto un nombre… En inglés ha sido bautizado como permasmell (olor permanente) o, en su versión menos diplomática, permastink (hedor permanente). Conociendo la predilección de las bacterias por los ambientes oscuros y húmedos, lo primero que hay que hacer para evitarlo es sortear esos espacios; sí, tu bolsa de deporte lo es. La taquilla del gimnasio, no digamos. Pero eso no es lo único que funciona.

Airear, aclarar, dar la vuelta y... ¿sigue oliendo?

Aparte de en los vestuarios de los gimnasios y la intimidad de los hogares, la cruzada contra el permasmell se libra con fuerza en los laboratorios de universidades y empresas textiles, embarcadas en descifrar su origen y buscar medidas preventivas y soluciones. No en vano, los consumidores estarían dispuestos a pagar hasta un 15% más por prendas con control del olor, según una encuesta de Cotton Inc, una asociación sin ánimo de lucro que suministra información a la industria algodonera y textil americana.

Entre los principales enemigos del permasmell se encuentra el laboratorio de Rachel McQueen en la Universidad de Alberta (Canadá). Especialmente interesado en mejorar el impacto de los textiles en el medio ambiente, su equipo se ha centrado en cómo interactúan los tejidos y el cuerpo humano. McQueen ha alcanzado conclusiones como la de que el algodón y la lana absorben el sudor líquido, lo que hace que las fibras naturales sean una buena opción para prevenir el olor permanente. Las fibras sintéticas, como el poliéster, lo repelen, lo que fomenta la intensidad del mal olor porque la piel queda empapada, las bacterias se dan su buen banquete y las moléculas de olor que desprenden se fijan a la prenda y se van acumulando cada vez que la vestimos.

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“Para eliminarlas necesitaríamos lavar a una temperatura superior a los 30ºC que se recomiendan para el poliéster”, aclara Mª Carmen López Soler, autora del libro Manual de Tejidos. “Por tanto, habrá que lavarlas muy, muy a menudo”. Tampoco viene nada mal meterlas en la lavadora por separado, del revés y tratando previamente zonas problemáticas como las de las axilas, ni es exagerado aclararlas (sin retorcer) o, como mínimo, airearlas después de usarlas. Pero la opción de lavar asiduamente choca frontalmente con la responsabilidad de ser sostenibles que poco a poco vamos asumiendo como sociedad. Y también con el bienestar de nuestro bolsillo. McQueen destaca que “lavar la ropa con demasiada frecuencia degrada los tejidos y acorta la vida de las prendas. Además de perjudicar al medio ambiente”. En definitiva, que es un desperdicio de energía, agua y dinero.

Contrariamente a lo que uno podría imaginarse por su trabajo, de hecho, precisamente por él, McQueen ha llegado a la conclusión de que lavamos la ropa más de lo necesario, por puro hábito. Fue de la manera más inesperada. Con tanto ahínco se entregan al trabajo en el laboratorio de la científica que solicitan a la población que les done sus prendas malolientes para sus investigaciones, pero fueron unos pantalones del estudiante Josh Le los que le dieron la pista. Por lo visto, el joven llevaba un año vistiendo unos vaqueros sin lavarlos, una tentación irresistible para una investigadora del permasmell: McQueen analizó las bacterias que contenían, luego le pidió que los lavara y que volviera a ponérselos durante dos semanas. Un nuevo análisis reveló que la cantidad de bacterias no había cambiado. O sea, que poco hace un lavado convencional contra este olor parasitario una vez se ha instalado.

Tejidos con ‘canales’, zinc y zeolita de cenizas volcánicas

Toca dejar de ser convencional, y antes de estrenar la prenda: lo primero para que los compuestos orgánicos volátiles vuelen lejos de nuestra pituitaria es elegir bien la ropa. En esto, la industria textil ofrece soluciones para todos, y empiezan por la estructura de los tejidos. Por ejemplo, a las hebras en forma de tubo de las fibras sintéticas las dotan de “canales” por los que el sudor resbala hacia el exterior, atraído por la gravedad. “Aunque la finalidad de este sistema es que el deportista permanezca seco, al eliminar el exceso de humedad también contribuye a evitar el olor”, explica María Ángeles Bonet, subdirectora del Departamento de Ingeniería Textil y Papelera de la Universidad Politécnica de Valencia.

Además, se les pueden añadir sustancias que interfieran con el metabolismo de las bacterias y les impidan proliferar, e incluso que las maten, si bien el bactericidio puede resultar un cañonazo con consecuencias: gran parte de la microbiota cumple funciones esenciales en nuestra piel y extinguirlas puede causar problemas como la dermatitis. Por eso, se utilizan también sustancias “como la ciclodextrina, capaz de atrapar las moléculas que llevan el olor. Y ciertos suavizantes incorporan microcápsulas con aromas que no se ven y que van abriéndose y liberándolos a medida que te mueves”, aclara Bonet.

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Pero algunos de los aditivos antiolor más frecuentes, como los iones de plata, pueden irse con el lavado y contaminar las aguas. Por eso se están buscando alternativas más sostenibles, que no degraden el entorno y cuyo efecto se prolongue más en el tiempo. Por ejemplo, tratamientos nanotecnológicos que permitan reducir el contenido en plata o sustituirla por cobre, zinc, extractos vegetales o zeolitas. Estas últimas proceden de cenizas volcánicas y atrapan en sus diminutos poros las moléculas de olor, que luego liberan durante el lavado. También se están intentando incorporar a la ropa técnica tejidos como la viscosa derivada del eucalipto o basados en bambú, con gran capacidad para atrapar la humedad del cuerpo.

La variedad de opciones en el mercado ha resultado en la creación del sello de calidad “All Day Fresh”, otorgado por el Instituto Hohenstein de Alemania a los tejidos que demuestren su eficacia para reducir el olor a sudor. El proceso de evaluación también mide el efecto sobre la piel humana, para asegurar que la tecnología aplicada no provoca alergias u otros efectos indeseados. Y siempre podemos recurrir a productos desodorantes específicos para ropa que contengan “oxígenos activos o con percarbonatos e incluso, en tintorerías, el ozono”, recomienda la asesora textil López Soler.

La gravedad del asunto dependerá del personal olor de cada cual, que se conforma a partir de factores como el número de poros, las bacterias del cuerpo o las sales que segrega. Las diferencias son abrumadoras. Mientras “hay compuestos que han llegado a quemar tejidos de seda, que aguanta alcalinos fuertes”, según López Soler, un estudio de la Universidad de Bristol identificó que en el 2% de sus participantes estaba desactivado un gen que incita a las bacterias a reaccionar con el sudor de las axilas. Eso sí, la mayoría de las afortunadas —aquí eran todas mujeres— no lo sabían y usaban siempre desodorante. Para qué esperar a que la señal te llegue flotando desde la bolsa de deporte.

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