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RELACIONES ECONÓMICAS
Columna
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Reflejos sudamericanos del conflicto Washington-Pekín

El proyecto geopolítico chino está realizando un experimento en Mercosur. Le ofrece una oportunidad inapreciable la gran crisis económica argentina, una de cuyas manifestaciones es la pérdida de reservas del Banco Central

BRICS Summit
Lula da Silva, presidente de Brasil; Xi Jinping, mandatario chino, Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica; Narendra Modi, primer ministro de la India y el ministro ruso de Exteriores Serguéi Lavrov el pasado 23 de agosto.POOL (via REUTERS)
Carlos Pagni

La sigla BRICS, para designar el club que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, nació en 2001 como una clasificación casi periodística que se le ocurrió a un investigador de Goldman Sachs. Se refería a cinco economías emergentes que, por su dimensión y dinamismo, generaban gran expectativa en los mercados. Al cabo de 22 años, esa designación cambió de significado. Aquella promesa se frustró, salvo en el caso de China, cuya expansión no fue solo económica sino también política. La semana pasada se demostró cómo los BRICS son ahora una plataforma para el juego chino en el tablero internacional, con efectos en casi todo el globo.

La evidencia más clara de esta mutación aparece en la principal iniciativa surgida de la cumbre que los líderes del grupo celebraron en Johannesburgo el jueves de la semana pasada: allí se decidió invitar a seis países a sumarse a la cofradía. Son Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Etiopía, Egipto y Argentina.

La apertura se produce por el impulso de China. Xi Jinping aspira a formar una liga de países que compense la influencia del Grupo de los Siete, al que pertenecen dos de sus rivales: Estados Unidos y Japón. Ya se adelantó que, después de la incorporación de los invitados de la semana pasada, se reabrirá la inscripción para otros doce nuevos miembros. Se iría formando así una especie de réplica del Movimiento de Países No Alineados, que impulsó Rusia durante la Guerra Fría, y que hoy sobrevive, aletargado. Es curioso: ni China ni Brasil pertenecen a esa agrupación, a la que Rusia pertenece solo como país observador.

La voluntad de Pekín se sobrepuso a las contradicciones que ya afectan a los cinco miembros, y que prometen multiplicarse. Las tensiones existentes son inocultables. China y la India cultivan una enemistad desde hace siglos. Es una de las razones por las cuales los indios están profundizando cada día su alianza con los norteamericanos. Sudáfrica, por su parte, tiene reservas frente a Rusia. Quedó claro en la reunión de la semana pasada, a la que Vladímir Putin prefirió no asistir por el riesgo a ser detenido por las fuerzas de seguridad que controla Cyril Ramaphosa, el anfitrión. El Kremlin se hizo representar por el canciller Serguéi Lavrov.

Los rusos obtuvieron, sin embargo, un triunfo invalorable. Que se los incluya como firmantes de una declaración final en cuyo cuarto párrafo se condenan las acciones coercitivas unilaterales. Imposible no leer en ese texto una tácita reprobación a la invasión a Ucrania.

La invitación simultánea a Irán y a Arabia Saudí no promete agregar armonías en el grupo. Ambos países arrastran una secuencia infinita de entredichos, superada apenas en marzo pasado, cuando restituyeron relaciones diplomáticas a instancias de una gestión china. Pero más conflictiva todavía podría ser la proximidad entre Irán y Argentina. Desde el salvaje atentado a la mutual judía AMIA, en 1994, los tribunales de Buenos Aires piden la captura de funcionarios iraníes y culpan al régimen de Teherán de ser el último motor del ataque. Es evidente que, más que las objeciones de los invitados, pesó la voz de Rusia, que pidió la incorporación de Irán.

Estas tensiones sirven para revelar otra peculiaridad de estos nuevos BRICS: son también un lugar de socialización para regímenes muy opacos, que padecen un aislamiento político o económico derivado de sanciones internacionales.

La jugada de Xi Jinping tiene modulaciones especiales en América Latina. Es posible que los brasileños estén callando cierta decepción. Su influencia, que hasta ahora era de un quinto sobre el grupo, se reducirá dentro de poco a la undécima parte. Sin embargo, salieron de Johannesburgo con un trofeo bajo el brazo: el punto 7 de la declaración final alienta una reforma general de la Carta de Naciones Unidas, recomendando un rol más relevante para Brasil, India y Sudáfrica, inclusive en el Consejo de Seguridad.

Para el Gobierno brasileño es un paso simbólico importantísimo hacia la realización un viejo sueño: conseguir una butaca permanente en el Consejo. Ese anhelo nacional está acentuado en Lula da Silva y llega a niveles obsesivos en su principal asesor internacional, Celso Amorim. La pretensión brasileña choca con la doctrina argentina y mexicana sobre la materia: en esos dos países se pretende que la banca sea rotativa entre los tres. Será interesante observar qué efectos tiene que el Gobierno de Alberto Fernández acepte la premisa de Brasil cuando ingrese al grupo.

El movimiento más agresivo de China quedó cifrado en los puntos 44 y 45 de la declaración. Tiene que ver con uno de los ejes principales de la estrategia de Xi Jinping contra Estados Unidos: el establecimiento de un sistema de pagos en monedas locales, que vayan reduciendo reinado del dólar en el comercio internacional. El líder chino consiguió insertar esos dos párrafos, a pesar de la resistencia del primer ministro indio Narendra Modi.

La batalla de Pekín en el terreno monetario ha reconfigurado el mercado global de crédito entre Estados. Como consignaron los economistas Sebastian Horn, Bradley Parks, Carmen Reinhart y Christoph Trebesch en un paper publicado en el National Bureau of Economic Research sobre China como prestamista de última instancia, es país ha asistido a Estados en crisis de liquidez por más de 170.000 millones de dólares. A esa suma agregan 70.000 millones de dólares prestados por bancos chinos. Esos especialistas calculan que se trata de más del 20% de lo que el Fondo Monetario Internacional ha prestado en la última década. Este rol de China estará en adelante buena medida tercerizado en el Nuevo Banco de Desarrollo, integrado por los BRICS y presidido por la expresidenta de Brasil Dilma Rousseff.

El proyecto geopolítico chino está realizando un experimento en el Mercosur. Le ofrece una oportunidad inapreciable la gran crisis económica argentina, una de cuyas manifestaciones es la pérdida de reservas del Banco Central. El Gobierno de Alberto Fernández ya utilizó parte de los yuanes que atesora ese banco desde hace casi una década como parte de un intercambio de reservas. Fue para pagar en esa moneda, previo consentimiento de Pekín, importaciones desde China. El ministro de Economía, y también candidato a presidente, Sergio Massa, intentó utilizar también yuanes para saldar una cuota de la abultada deuda con el Fondo Monetario Internacional. Pero desde ese organismo, donde la influencia de Washington es inapelable, le recomendaron que utilice otro procedimiento. Massa recurrió a préstamos de cortísimo plazo de Qatar y de la Corporación Andina de Fomento.

Este lunes 28 Massa viajará a Brasilia para agradecer a Lula da Silva y a su colega Fernando Haddad por una gestión realizada a su pedido delante de Xi Jinping. El presidente chino dio el visto bueno para que la Argentina utilice yuanes para comprar reales en el mercado de Londres. Con esos reales se garantizará el financiamiento de Brasil a empresas locales para que exporten autopartes a Argentina. Antes de permitir la operación los chinos se aseguraron de que los productos vendidos por Brasil no sean sustitutivos de lo que ya proveen sus propias empresas.

La dramática situación financiera de la Argentina, una de cuyas manifestaciones es la gran escasez de dólares, parece diseñada a medida para las ambiciones de Xi Jinping. Brasil cobra su peaje: para ingresar al grupo BRICS, los argentinos deben aceptar la hegemonía de su vecino sobre la región.

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