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Sergio Massa, ministro de día y candidato de noche en Argentina

El titular de Economía y precandidato presidencial del peronismo se enfrenta a la titánica tarea de recuperar en tres meses al electorado desencantado con Fernández

El ministro de Economía y candidato a presidente de Argentina, Sergio Massa. Foto: SILVINA FRYDLEWSKY | Vídeo: EPV

Desde que debutó en política en la adolescencia, Sergio Tomás Massa ha querido ser presidente de Argentina. Amigos y enemigos le reconocen una cualidad: la persistencia. Ambicioso y temerario como pocos, intentó conquistar la presidencia por su cuenta en 2015 y fracasó. A los 51, el hijo pródigo del peronismo pelea de nuevo por el puesto, esta vez con el respaldo de toda la maquinaria partidaria. Lo apoya el presidente, Alberto Fernández, y también la vice, Cristina Fernández de Kirchner.

La expresidenta conoce bien a Massa: en 2008 lo nombró su jefe de Ministros. Un año después, Massa salió eyectado del Gobierno y se volvió un feroz crítico de su antigua jefa política. Desde el llano, y más tarde como candidato a presidente, prometió que metería presa a Kirchner por corrupción. Hoy ha vuelto para representar al peronismo en las generales del 22 de octubre. Lleva el doble traje de ministro de Economía y candidato. Kirchner lo ha perdonado porque, como ella misma suele decir, los agravios en política “caducan a los seis meses”.

Sergio Massa nació en 1972 en un hogar de clase media del conurbano bonaerense, el extenso cinturón de municipios que rodea la capital argentina y donde viven unos once millones de personas, casi el 25% de la población del país. Hijo de Alfonso, un empresario de la construcción, y de Lucía, ama de casa, Massa se inició en la política al filo de los noventa en la Unión de Centro Democrático (Ucedé). Este partido de derecha se alineó con el peronismo durante la presidencia de Carlos Menem y el joven político dio un paso más: saltó la valla para cruzarse a sus filas.

La decisión tuvo una rápida recompensa: en 1999 fue elegido diputado provincial por el peronismo y menos de tres años después alcanzó su primer cargo con gran visibilidad mediática y poder: la dirección de la seguridad social, la ANSES. Asumió en medio de la grave crisis social del corralito, con el país en llamas, y logró un éxito inesperado: el aumento de las jubilaciones mínimas, al que se oponía el ministro de Economía de entonces, Roberto Lavagna, tras haber estado nueve años congeladas.

Sacar ventaja

El gesto le granjeó la simpatía de un sector clave en su crecimiento político y significó también su primera victoria en una interna del Gobierno. Desde entonces, se ha convertido en un axioma de Massa “potenciar al máximo los recursos propios y sacar ventaja de las limitaciones ajenas”, en palabras de Diego Genoud, autor de la biografía El arribista del poder.

Nadie ha sacado tanta ventaja como Massa de la pelea entre Fernández y Kirchner y de su falta de diálogo en los dos últimos años de Gobierno. Tras su experiencia como intendente del municipio de Tigre y los seis años en solitario al frente de su propio partido, el Frente Renovador, Massa fue invitado como tercer socio a la fórmula orquestrada por Kirchner para derrotar a Mauricio Macri en 2019. La victoria legislativa con la que Massa sorprendió al kirchnerismo en 2013 quedó opacada por su tercer puesto en las presidenciales de 2015 y la severa derrota electoral de 2017, que lo dejó fuera del Congreso.

Un año antes de sellar su regreso al peronismo, Massa dijo que la expresidenta “debería estar presa” y se mostró partidario de eliminar los fueros parlamentarios con ese fin. A las bases kirchneristas les costó asimilar la reintegración del traidor. Cuatro años después, desconfían todavía de quien ven como un político capaz de pactar con el diablo para salirse con la suya. No olvidan su acercamiento efímero a Mauricio Macri, la amistad de larga data —y cercanía ideológica— que lo une al candidato opositor Horacio Rodríguez Larreta y sus vínculos con Estados Unidos. Sin embargo, la figura e importancia de Massa en el Gobierno ha crecido a medida que la de Alberto Fernández se empequeñecía.

“Sergio es capaz de anunciar por lo bajo que a un tipo o una mujer no lo quiere, pero al día siguiente lo ves abrazado y sacándose una foto y charlando de todo”, lo describió su suegro, el dirigente peronista Fernando Galmarini, en una reciente declaración radial. Galmarini cree que la capacidad de su yerno de hablar con todos, hasta con el que parece su enemigo más feroz, lo asemeja a Carlos Menem. Otros lo han comparado con Néstor Kirchner, por la habilidad para construir poder propio. “Yo trato de aprender de todos y en ese sentido no tengo pruritos. Diría que soy una esponja”, se ha autodefinido él.

Massa lleva 22 años casado con Malena Galmarini, hoy al frente de la empresa pública de agua y saneamiento (Aysa). Viven en Tigre, en la periferia norte de Buenos Aires, y tienen dos hijos.

El momento justo

Calculador y astuto, Massa creció entre las grietas internas del Gobierno y supo esperar el momento justo para jugar las cartas que lo han llevado a ser designado precandidato presidencial del peronismo.

La primera partida ganada fue la asunción del Ministerio de Economía el pasado agosto, cuando el peso rodaba barranco abajo y la inflación volaba. Al superministro se le concedió también la dirección de las carteras de Producción y de Agricultura. Un año después, la moneda se mantiene con vida gracias a numerosos respiradores artificiales y los precios siguen desbocados, pero Massa promueve la idea de que sin él hubiese sido mucho peor y que salvó al país de la quiebra.

Sus numerosas amistades en la élite mediática, empresarial y financiera facilitan la difusión de ese relato. Lo ayuda también su fascinación y habilidad para “conducir en el desorden”, como señala Genoud. No importa si se trata de la ANSES en medio de la crisis social y económica de 2002, de la jefatura de Gabinete durante el enfrentamiento con el campo en 2008 o en la actualidad, cuando Massa hace lo posible para mostrar una tendencia a la baja de la inflación —que fue del 6% en mayo y del 115,6% interanual—, aplazar la devaluación oficial del peso y negociar con el Fondo Monetario Internacional sin dólares en el Banco Central. Cada revés económico vacía un poco más los bolsillos de los argentinos y deshilacha el traje de superhéroe con el que el ministro quiere llegar a la cumbre.

Le gusta apostar fuerte. Lo reveló Cristina Kirchner en su primera aparición pública tras el vertiginoso cierre de listas electorales: “Cada cosa que le digo, me dice ‘te apuesto esto, te apuesto aquello, te apuesto un costillar’. Bueno, no importa, hay gente que apuesta, y está bien apostar, porque para ganar hay que apostar”.

Massa apostó a ser el único candidato del peronismo. Alberto Fernández se resistió durante semanas con uñas y dientes: quería imponer la celebración de primarias y aupó a Daniel Scioli para que compitiese en ellas contra el candidato de Kirchner. Durante 24 horas, Argentina pensó que Fernández se había salido con la suya y Scioli se enfrentaría con Eduardo Wado de Pedro, el hombre elegido por Kirchner. Massa, sin embargo ganó, el órdago gracias a la presión de los gobernadores provinciales, claves en el poder territorial del peronismo. Abandonado por Fernández, Scioli bajó su candidatura. A petición de Kirchner, hizo lo mismo “Wadito”, como lo llama el ministro de Economía. Nunca un diminutivo cariñoso se sintió tanto como un puñal.

Ministro de día, candidato de noche, el hiperactivo Massa ha intentado durante la campaña para las PASO recuperar al electorado desencantado con Fernández. Las encuestas muestran que se trata de una tarea titánica. Entre quienes ya se han decidido, dominan los que optarán por la oposición, ya sea la coalición posmacrista de Juntos por el Cambio, o la ultraderecha encabezada por el economista Javier Milei.

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