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POLÍTICA LATINOAMERICANA
Columna
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Latinoamérica en el espejo español

América Latina está destinada a seguir siendo un insumo de la campaña electoral española

Sánchez
Lula da Silva, el mandatario de Brasil, junto a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, durante una reunión a finales de abril, en Madrid.Javier Lizon (EFE)
Carlos Pagni

La comunidad cultural e histórica que integran España y América Latina se proyecta sobre la política. En tiempos de polarización ese vínculo se acentúa. A uno y otro lado del Atlántico las facciones que luchan por el poder se interpretan a sí mismas como parte de una cofradía internacional. Alrededor de las elecciones españolas del 28 de mayo se ha desplegado este juego de afinidades y rechazos.

Los alineamientos se insinuaron antes de que los españoles concurrieran a votar. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, mantiene algunas diferencias con el brasileño Lula da Silva. Por ejemplo, en torno al ataque de Rusia a Ucrania. Lula ha manifestado su disconformidad con que Europa y, en particular, España, provea de armas a los ucranianos, lo que explica el desaire de Volodímir Zelenski, que no quiso recibirlo en la cumbre del G7 en Hiroshima. Pero estos pronunciamientos, que alejan a Lula del socialismo y le acercan a Podemos, no alcanzan para romper una convergencia política. Poco antes de las elecciones, Sánchez llamó a evitar que en su país triunfara una versión local de Jair Bolsonaro, expresidente y líder de la ultraderecha brasileña. Bolsonaro: el gran enemigo de Lula.

En Colombia se produjo una situación simétrica. Cuando a pocas horas de conocerse los resultados de la península, la senadora Fernanda Cabal, identificada con el expresidente Álvaro Uribe, festejó el progreso electoral de Vox, el presidente Gustavo Petro contestó con una agresiva referencia histórica: “Es Alemania 1933″. Insuperable servicio a la campaña socialista: Petro afirma que en España se estaría dando un proceso equiparable al ascenso del nazismo. Ni Sánchez se animaría a formular esa condena.

En Venezuela, Nicolás Maduro guardó un silencio que se volvió estridente en contraste con el aplauso a la victoria, el mismo domingo, de Recep Tayyip Erdogan en Turquía, a cuya asunción del mando asistió la semana pasada. Se entiende la circunspección del caribeño: la derrota del socialismo español era también la de su amigo José Luis Rodríguez Zapatero. Y el derrumbe de Podemos, el de un viejo aliado del chavismo.

La oposición a Maduro sí se hizo sentir. Sobre todo, María Corina Machado, que tiene vínculos estrechísimos con el Partido Popular. Saludó, en especial, a la exitosa presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, celebrando que “una vez más, las ideas de libertad enamoran y convencen porque son las que sí funcionan”. El antichavismo forma parte de la política española de mil maneras: Felipe González fue abogado de Leopoldo López en el peor momento de su persecución y, durante la administración de Mariano Rajoy, el mismo López encontró asilo en la embajada de España en Caracas, a cargo de Jesús Silva Fernández. Ese compromiso oficial con los opositores a Maduro terminó con la llegada de Sánchez a Moncloa.

Argentina es otro país en el que las banderas de los partidos españoles parecen ser parte de las campañas locales. Pablo Iglesias lo explicitó: el miércoles pasado afirmó, en una entrevista realizada desde Buenos Aires, dijo que “en España hemos pedido los aliados de Cristina Kirchner”. Es verdad, aunque tal vez no fue amistoso recordarlo: la vicepresidenta argentina bastante pesar tiene con sus propias dificultades electoral para asociarse con naufragios transatlánticos. El rival y compañero de partido de la señora de Kirchner, el presidente Alberto Fernández, guardó un silencio luctuoso: Pedro Sánchez es su mejor amigo en Europa.

El contrapunto es casi perfecto. Al día siguiente de las elecciones españolas se realizó un encuentro virtual de líderes de centro derecha que integran el Grupo Libertad y Democracia. Allí el argentino Mauricio Macri, el chileno Sebastián Piñera y el colombiano Iván Duque agitaron las consignas del PP y festejaron su victoria. La más enfática fue la diputada española, de raíces argentinas, Cayetana Álvarez de Toledo. Ella planteó que el proceso que se vive en España tiene, en realidad, un carácter regional. Dijo que el cambio que se insinúa en su país puede ser el punto de partida de “la derrota de la izquierda reaccionaria en toda la región”. Pero después fue muy precisa en criticar a “los populismos de derecha y a la antipolítica”.

Las manifestaciones de los argentinos hicieron juego con estas afirmaciones y matices. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, que compiten por la candidatura presidencial de su partido, el Pro, enviaron sus felicitaciones a sus amigos del PP. Bullrich, que se precia de ser el ala dura de esa corriente, saludó a Díaz Ayuso con nombre y apellido. Larreta se ve siempre como la versión local del moderado Alberto Núñez Feijóo en su país. Se reflejan los partidos y también las líneas internas.

América Latina está destinada a seguir siendo un insumo de la campaña electoral española. Sánchez debe asumir el 1 de julio la presidencia del Consejo de Europa. Veintitrés días más tarde se celebrarán las elecciones que él convocó después de la derrota. Entre esas dos fechas, en Bruselas se realizará la cumbre entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Allí estarán, en principio, Lula, Alberto Fernández, Nicolás Maduro, el nicaragüense Daniel Ortega, el cubano Miguel Díaz-Canel y el chileno Gabriel Boric. ¿Qué mejor compañía puede esperar Sánchez para reiterar su llamado a detener a la derecha en nombre de la democracia española?

Más allá de esta agitación proselitista, en varias cancillerías latinoamericanas se realizan conjeturas sobre las consecuencias que puede tener para las relaciones económicas con Europa un cambio en el gobierno de España. En Bruselas se constituyó un fondo de 300.000 millones de euros, llamado Global Gateway, para movilizar inversiones en América Latina hasta 2027. Si al frente de la Unión fuera reemplazado Sánchez por Núñez Feijóo, la administración de esos recursos acaso cambiaría de criterio. En el PP adelantan que su asignación se haría con criterios ligados a la calidad institucional: transparencia y respeto a las reglas constitucionales, sobre todo de división de poderes. Sería un cimbronazo. Y las amistades y antipatías de facción que se registran a ambos lados del océano, se volverían más acérrimas. Como siempre que los sentimientos se mezclan con el vil metal.

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