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Blogs / América
Más se perdió en La Habana
Por Mauricio Vicent
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La libertad en Cuba, en la luna sin comer y de los apagones “solidarios” de La Habana

En la isla, una barra de queso sale lo mismo que el salario mensual de un juez. Pero ese no es el problema más grave de los cubanos estos días

Apagón en La Habana
Una mujer ilumina su cena con su teléfono móvil durante un apagón en La Habana, en mayo de este año.YAMIL LAGE (AFP)

La última vez quedamos en que seguiríamos hablando del polémico nuevo Código Penal cubano, que impone penas de hasta tres años de cárcel para quien insulte u ofenda a los dirigentes principales del país y establece sanciones para aquellos que “abusen” de los derechos constitucionales (sic). Al final no tocamos el tema, al menos directamente. Lázaro prefiere comentar el juicio celebrado en la isla contra el artista disidente Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maykel Castillo, de nombre artístico “Osorbo”, que en la religión afrocubana de la santería significa lo malo, lo negativo, las oscuras complicaciones de la vida que le persiguen a uno.

Acusados de delitos como ultraje a los símbolos de la patria, difamación de las instituciones y organizaciones y de los héroes y mártires, desórdenes públicos, desacato y atentado, Alcántara fue condenado a cinco años de cárcel y Maykel Osorbo a nueve. Los sancionados decidieron no apelar las sentencias por considerar que el proceso judicial fue una farsa.

“Es una barbaridad: lo que en cualquier país sería una multa, aquí es una bola de años de prisión. Son sentencias políticas, ejemplarizantes, que buscan desincentivar cualquier expresión de disenso”, asegura.

Vamos de camino a Diez de Octubre desde Centro Habana y en el coche empieza a sonar En la luna, guaracha de Pedro Luis Ferrer recogida en su álbum Tangible, que es uno de nuestros discos de cabecera. La canción bromea nada más empezar: “En la luna cuando más se puede estar un me’ / dos me’, tres me’, cuatro me’ quizá / pero sincome’ no se puede estar”.

“Eso”, dice mi amigo, “sin libertad es jodido vivir, pero sin comer ni en la luna ni en ningún lado se puede estar, o te vuelves loco”.

Una fila de gente espera ante un comercio en La Habana, el pasado 20 de julio.
Una fila de gente espera ante un comercio en La Habana, el pasado 20 de julio.ALEXANDRE MENEGHINI (REUTERS)

Nos dirigimos a la Esquina de Toyo precisamente a buscar una barra de queso gouda que Lázaro ha cuadrado con uno de sus “conectos” del mercado negro, que a saber de dónde la ha sacado. Estos días todo escasea en La Habana y queso no se encuentra en ninguna tienda de moneda nacional, solo en los comercios de divisas, a las que Lázaro no tiene acceso porque no tiene dólares, así que no tiene más remedio que acudir a la bolsa negra donde cada barra de gouda (pesa tres kilogramos) cuesta 6.000 pesos, más que el salario mensual de un médico, un juez o un académico, y cuatro veces más que la pensión máxima de jubilación (que es de 1.500 pesos).

Rumbo al queso pasamos por la Ciudad Deportiva, donde hace un par de meses se celebró el Havana World Music, festival de música alternativa que llevaba tiempo sin celebrarse debido a la pandemia y que este año fue organizado por la cantante Eme Alfonso. En los días previos a los conciertos cayó en la capital el diluvio universal, y el festival, que al principio iba a ser al aire libre, fue trasladado a este gran polideportivo cubierto, donde el último día tocó el músico Carlos Varela con su banda.

Varela, que de toda la vida ha rejoneado al poder con sus canciones críticas, hizo lo propio el pasado 29 de mayo en la ciudad Deportiva. Lázaro, que allí estuvo, cuenta que el concierto Carlitos fue emocionante, pues llevaba mucho tiempo sin tocar en Cuba y en varias ocasiones, entre tema y tema, gritó “Viva Cuba Libre” y la gente le respondió con aplausos. En su repertorio no faltaron sus clásicos de toda la vida, desde Guillermo Tell (Guillermo Tell, tu hijo creció, quiere tirar la flecha / Le toca a él probar su valor usando tu ballesta) a Foto de familia (Detrás de todos estos años, detrás del miedo y el dolor / Vivimos añorando algo, y descubrimos con desilusión que no sirvió de nada). Al terminar esta canción, y también cuando cantó La feria de los tontos (A todos nos volvieron locos / Esperando por un sueño, por un sueño roto), la gente en el coliseo empezó a corear a voz en cuello “libertad, libertad”.

Carlos Varela, durante su presentación en el Havana World Music, el 30 de mayo de 2022.
Carlos Varela, durante su presentación en el Havana World Music, el 30 de mayo de 2022.carlosvarelaoficial (RR.SS.)

“Aunque aquello duró poco, sonó atronador, y fíjate tú lo que vino después…”, señala Lázaro. A lo que se refiere es a las docenas de artículos y comentarios en las redes sociales escritos sobre el incidente tras el concierto. Dos días después de la presentación de Varela, la esposa del presidente cubano, Lis Cuesta, escribía en Twitter sin referirse a Varela: “Libertad, la palabra más bella y la más abusada. ¡Costó tanto conquistarla, que solo cabe defenderla!”. Al día siguiente, también sin mencionar el concierto, en un artículo de título “Viva Cuba Libre” la prensa oficial cubana se refirió a la expresión como un grito “de origen mambí” que “encerraba la necesidad y el propósito de sacudirse el dominio del opresor” de España.

“Hasta ahí todo más o menos sutil, pero después le cayeron arriba a Varela desde todos los bandos”, indica Lázaro. En Cuba, las ciberclarias oficialistas le llamaron de todo: que si “oportunista”, que si “apátrida al servicio del imperio”, que sí traidor, que sí había cobrado del Estado su actuación y le había clavado un puñal a la revolución. Todo linduras, vaya. Del otro lado -desde el sector más extremista de Miami- también le dijeron hasta alma mía. “Lo acusaron de contribuir a dar una imagen de falsos espacios de libertad en la isla y de arrojar tinta de calamar para maquillar la dictadura, además de reprocharle no haber hablado de los presos del 11-J y exigir su libertad. En fin, un poema de los dos lados…”, dice avergonzado.

Con el queso a buen resguardo ponemos rumbo a casa de la madre de Lázaro en el pueblo de San José de las Lajas, capital de Mayabeque. En el reproductor del carro sigue sonando Tangible, de Pedro Luis, que ahora entona un changüí con su hija Lena, que dice en su letra algo que la mayoría de los cubanos firman: “Yo no quiero manteca, yo no quiero manteca / a mí que me den la masa pa’ aliviarme la jaqueca”.

Aunque San José está situado a solo 30 kilómetros de La Habana, es otro mundo. Conseguir cualquier medicina o alimento aquí es mucho más complicado que en la capital (y ya es decir), y desde que hace meses los apagones regresaron a Cuba con fuerza inusitada, en San José y alrededores se va la luz a diario. Para evitar posibles incidentes y protestas, en La Habana hasta ahora prácticamente no ha habido cortes del servicio eléctrico, pero en el interior del país los apagones han llegado a ser de 10 y hasta 13 horas diarias, en muchos casos en horario nocturno, cuando debido al calor sofocante del verano es imposible dormir sin ventilador, explica Lázaro.

“Todo el mundo está de los nervios. Encima de que el dinero no alcanza y que conseguir cualquier cosa para comer es una aventura, si se te echa a perder lo que tienes porque no funciona el refrigerador, te ahorcas”, dice. Afirma que “la temperatura social en Cuba no es que esté caliente, está que arde. A la mínima la gente sale pa la calle con cazuelas a protestar al grito de ‘pongan la corriente, pinga”.

Un policía controla el tráfico en una intersección de La Habana, que se quedó sin semáforo por los apagones programados, este lunes.
Un policía controla el tráfico en una intersección de La Habana, que se quedó sin semáforo por los apagones programados, este lunes.Ramon Espinosa (AP)

Las autoridades admiten que ha habido cacerolazos en diversos pueblos y ciudades de Cuba cuando se va la luz. Hasta ahora han sido protestas menores, pero cada vez se repiten más y suben de tono. Los apagones, recuerda Lázaro, fueron una de las causas de las históricas manifestaciones del 11 de julio del año pasado. Dice que no sabe “qué va a pasar” si la cosa sigue así.

El Gobierno ya ha dicho que la crisis energética no tiene solución a corto plazo, pues las termoeléctricas están en pésimo estado debido a la falta de mantenimiento y de inversiones durante años, además de que el combustible escasea. En los últimos días el déficit de producción de electricidad ha llegado a superar el 20% de las necesidades, y ante este panorama, recientemente el primer secretario del Partido Comunista en la capital, Luis Antonio Torres Iribar, anunció que los habitantes de La Habana comenzarán a vivir a partir de agosto apagones de cuatro horas, entre las 10 de la mañana y las dos de la tarde, pero solo cada tres días, en un “gesto solidario” con el resto del país.

Lo cuenta Lázaro y no sabe si reír o llorar: “apagones solidarios… ¿Pero a quién se le ocurre? Si quieren ser solidarios que permitan comprar el queso gouda a precios normales una vez cada tres días, y verás que contento se pone todo el mundo”.

Cuando salimos de San José todavía no ha llegado la corriente, y se fue hace más de cuatro horas. La mamá de Lázaro asegura que es difícil vivir así y que, ante la falta de esperanzas, muchos jóvenes del pueblo se han marchado del país en el último año. “Todo el mundo aquí está psiquiátrico”, bromea la señora. Le damos un beso. En el carro hacia Centro Habana escuchamos de nuevo la voz privilegiada de Pedro Luis: “Aunque se caiga el cielo / intento ser feliz…”, canta nuestro ídolo.

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