Jorgen Watne Frydnes, María Corina Machado y la libertad de Venezuela
Hay momentos que definen una lucha. Pero también hay personajes que ofrecen una nueva perspectiva sobre ella en el instante más necesario, como el director del Comité noruego

Al amanecer, la noticia de que María Corina Machado no asistiría a la ceremonia del Nobel de la Paz cayó como un balde de agua helada entre quienes habían viajado a Oslo para acompañarla. El humor general mejoró pocas horas después, cuando circuló un mensaje suyo confirmando que ya se encontraba en camino a la capital noruega. Aun así, el momento más simbólico del día llegó horas más tarde, cuando Jorgen Watne Frydnes, director del Comité noruego del premio, leyó su discurso para razonar su visión sobre Venezuela y explicar el apoyo de la institución a Machado como ganadora: “Cuando la gente se niega a renunciar a la democracia, se niega también a renunciar a la paz. Quien entiende profundamente esta verdad es María Corina Machado”.
Hay momentos que definen una lucha, pero también hay personajes que ofrecen una nueva perspectiva sobre ella en el instante más necesario. En la coyuntura actual de Venezuela, con un régimen destructivo aferrado al poder y ante la posibilidad de que solo una intervención extranjera ayude a ponerle fin, Watne Frydnes es ese personaje.
El discurso del joven defensor de derechos humanos, quien también se desempeña como secretario general del PEN Club de su país, fue un respaldo directo a la lucha que Machado sigue llevando adelante. Eso era previsible, lo decisivo fue ofrecer una visión detallada de los costos que implica una dictadura.
Watne Frydnes empezó por ponerse del lado de las víctimas, invocando los nombres de Samantha Sofía Hernández, Juan Requesens y el recientemente fallecido exalcalde y líder opositor Alfredo Díaz, todos casos emblemáticos de venezolanos que han sufrido la represión del régimen de Maduro por defender su derecho a vivir con libertad y en democracia.
Luego describió los métodos brutales que emplea el chavismo contra los disidentes:
“Bolsas de plástico apretadas sobre sus cabezas. Descargas eléctricas en los genitales. Golpes al cuerpo tan brutales que les dolía respirar. Violencia sexualizada. Celdas tan frías que provocan intensos temblores. Agua potable contaminada, llena de insectos. Gritos a los que nadie acudió para poner fin”.
Puede que ofrecer estos detalles en una ceremonia dedicada a celebrar la paz —y ante el rey de Noruega, el cuerpo diplomático y varios presidentes latinoamericanos— fuera percibido como un tremendismo estridente. Pero el tono sobrio con que los pronunció dejó claro que buscaba sacudir las conciencias de quienes seguían la ceremonia fuera de la sala del ayuntamiento donde nos encontrábamos. De hecho, uno de los blancos del discurso fue la comunidad internacional, que durante demasiados años permaneció indiferente al clamor de ayuda de una población desesperada:
“Y cuando los venezolanos pidieron al mundo que prestara atención, les dimos la espalda. Mientras perdían sus derechos, su alimento, su salud y su seguridad —y, finalmente, su propio futuro—, gran parte del mundo se aferró a viejas narrativas. Algunos insistían en que Venezuela era una sociedad igualitaria ideal. Otros solo querían ver en ella una lucha contra el imperialismo. Otros más optaron por interpretar la realidad venezolana como una competencia entre superpotencias, pasando por alto el valor de quienes buscan la libertad en su propio país. Todos estos observadores tienen algo en común: la traición moral a quienes de hecho viven bajo este régimen brutal”.
Hay que entender que, para Jorgen Watne Frydnes, el enjuiciamiento sin titubeos de quienes han volteado hacia otro lado mientras un pueblo es torturado y vejado por un poder ilegítimo no es un mero gesto.
Watne Frydnes se encargó de la reconstrucción y memoria de Utoya tras la masacre del 22 de julio de 2011, que dejó 77 muertos en Oslo y en esa la isla. Se ha volcado en la prevención del extremismo, la libertad de expresión y la educación cívica. Estas tres formas de promover la democracia estuvieron presentes en la profundidad histórica y política de su discurso, pero sobre todo en su negativa a suavizar la condena del fraude de la dictadura contra el voto de los venezolanos en las elecciones presidenciales de 2024. No es extraño entonces que el director del comité del Nobel haya cruzado las líneas convencionales de un acto protocolar disparando su mayor misil directamente contra el dictador:
“Señor Maduro: Debe aceptar los resultados electorales y renunciar a su cargo. Debe sentar las bases para una transición pacífica hacia la democracia. Porque esa es la voluntad del pueblo venezolano”.
El exhorto del comité del premio en voz de su director puede interpretarse como un llamado a los gobiernos democráticos del mundo a que den un paso adelante y aumenten la presión para poner fin al régimen chavista. Pero es también un enorme reconocimiento para Machado, a quien colocó al mismo nivel de grandes luchadores antidictadura como Sájarov, Mandela y Walesa, quienes, según Watne Frydnes, “conocían los dilemas del diálogo, pero también sabían que puede ser una trampa”.
En otras palabras, el director subrayó que María Corina Machado ha conquistado su lugar en la política venezolana tras mantener un curso controversial y marcado por altibajos, pero firme en la búsqueda de la libertad al negarse a hacerle comparsa al Gobierno de Maduro en diálogos sin compromiso.
La ausencia física de Machado se sintió, pero el duro y luminoso alegato de Watne Frydnes —y la cálida actuación de Ana Corina Sosa Machado en representación de su madre— hizo que el viaje hasta Oslo tuviera sentido para quienes llegaron desde muy lejos.
Aunque nada garantiza lo que vendrá, la ceremonia dejó una advertencia clara: Venezuela ya no puede ser ignorada. También devolvió la lucha democrática a su dimensión moral recordando a los poderosos que no deben seguir indiferentes ante la tragedia de un país. Por último, le dejó claro a millones de venezolanos, exhaustos pero también esperanzados, que no están solos. El Nobel habló y Oslo insufló en los asistentes nuevos arrestos para seguir luchando por la democracia y la paz. Tal vez por eso, al salir del ayuntamiento, el aire helado no pesaba tanto y un tímido sol dorado, aún velado por densas nubes, brillaba al fondo de la bahía.
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