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Brasil
Columna
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La izquierda y la derecha se unen en Brasil para que los alumnos no lleven el móvil a las escuelas

El consenso que el ministro progresista de Educación ha conseguido empieza a ser visto como una novedad que podría repercutir en todo el arco político

Brasil prohibición móviles
Un joven mira su móvil en la ciudad de Planaltina, en Brasil, en una imagen de recurso en 2020.Eraldo Peres (AP)
Juan Arias

Podría parecer un milagro que en un país como Brasil, salomónicamente dividido entre izquierdas y derechas, el Congreso esté a punto de aprobar un proyecto de ley votado por unanimidad para prohibir en todas las escuelas, públicas y privadas, el uso del móvil. De ese modo se elimina hasta la tentación de usarlo a escondidas o en los recreos.

El hecho de existir unanimidad en la aprobación las próximas semanas de esta ley se debe en gran parte a la capacidad de diálogo del nuevo ministro de Educación del Gobierno de Lula, Camilo Santana, quien ha conseguido un abrazo de izquierdas y derechas para una decisión que ya ha sido tomada en otros países, pero que en Brasil parecía imposible. Esto debido a que se trata de un país con una gran pasión por el uso de las redes sociales. Brasil es un país de los más comunicativos del mundo. De norte a sur, Brasil es un maestro en la necesidad de contar sus vidas.

Lo descubren enseguida los extranjeros que llegan aquí y que se asombran de que, sin conocerte, los brasileños son capaces de contarte vida y milagros en cuanto te sientas a su lado. Quizá por ello los padres de los alumnos en Brasil son más condescendientes que en otros países con el uso de los móviles por parte de sus hijos menores de edad, bajo la excusa de que ellos saben controlarlos.

La nueva ley que prohíbe drásticamente la entrada de móviles en las escuelas data del 2017, sin que los políticos consiguieran un consenso. Esta vez, justo cuando la política del país, en vistas ya a las elecciones presidenciales del 2026, la ley será por fin aprobada.

En conversaciones con los alumnos, el 45% confiesan que hoy se distraen en clase con el móvil y que en los recreos ya no confraternizan entre sí, ya que cada uno se va a un rincón a usar el móvil como si fuera una droga.

El consenso que el nuevo ministro progresista de Educación ha conseguido para la eliminación total de los celulares en las escuelas empieza a ser visto como una novedad que podría repercutir en todo el arco político cuando ya solo se habla sobre la posible reelección de Lula o, en caso de él renunciar, ir a la búsqueda de un candidato que recoja la herencia de Bolsonaro con un candidato de derechas o de centroderecha no radical dada en este momento la debilidad de la izquierda clásica que ha salido derrotada de las elecciones municipales consiguiendo vencer solo en una capital importante.

En la derecha, por ahora sufre por la inhabilitación de Bolsonaro para disputar las elecciones en ocho años, están surgiendo nuevos personajes de una derecha no fascista, sobre todo gobernadores de las grandes ciudades, que intentan enfrentar a Lula, ya que el país está en busca de nuevos caminos políticos que quiebren el duelo entre la izquierda clásica y una nueva derecha o centroderecha.

Lula, con su pragmatismo de siempre, ya se está preparando, en caso de decidir disputar por cuarta vez la presidencia, en acercarse a los círculos de la nueva derecha para adueñarse de sus movimientos y de sus nuevas tácticas sociales. Así, por ejemplo, por primera vez, Lula ha confesado que los jóvenes de hoy rechazan el modelo de trabajo regido por los grandes sindicatos en busca de actividades que les permitan crear sus propias empresas sin estar sometidos a un sueldo o depender de un sindicato.

Más aún. Lula ha entendido que el crecimiento de las iglesias evangélicas conservadoras con sus credos sobre la teología de la prosperidad está compitiendo con la izquierda tradicional en sus políticas sociales, en especial en las ciudades miserias. La izquierda tradicional ha visto que los evangélicos, junto a su carácter conservador en costumbres, también andan a la búsqueda de formas más modernas de llegar a los más pobres.

Ello ha hecho que Lula, a sabiendas de que la Iglesia católica se ha aburguesado y ya no consigue atraer a su seno a los más pobres, sino a la clase media, ha empezado a poner los ojos en los millones de seguidores de las iglesias evangélicas hasta el punto que les ha pedido a los pastores que le den listas de las familias más necesitadas para crear leyes que les favorezca socialmente.

Política es también eso, olfato para anticipar por donde corren las nuevas olas de transformación social sin atascarse en los viejos modelos que las nuevas generaciones de jóvenes se niegan a seguir, ya que se sienten arrastrados por el efecto novedad, descreídos como están con los modelos clásicos de un sistema democrático que ven cada día más corrupto y alejado de los intereses de su mundo.


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