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Bahía Blanca, la ciudad argentina que busca reinventarse tras una inundación mortal

A seis meses de la catástrofe, que dejó 16 fallecidos, emergen proyectos de adaptación al cambio climático

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Días después de la inundación que golpeó Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires, el bombero voluntario Ramiro Ascencio, de 39 años, regresaba a su hogar luego de exhaustivas jornadas brindando ayuda sin parar. “¿Cómo te reponés de esto?”, se preguntó al ver los restos de la ciudad arrasada por una tormenta que provocó 16 muertes, destrozos y miles de evacuados. A seis meses, mientras la comunidad intenta recuperarse, emergen proyectos de adaptación al cambio climático.

El 7 de marzo, Bahía Blanca, a 630 kilómetros de la capital argentina, fue azotada por uno de los peores temporales de su historia: en 12 horas cayeron más de 300 milímetros de agua, equivalente a las precipitaciones de cuatro meses. A su paso, la inundación arrasó viaductos, puentes, rutas y viviendas. Miles de familias perdieron sus pertenencias, sepultadas bajo el agua y el barro.

El desastre dejó al descubierto la falta de adaptación al cambio climático y eventos extremos. Tras el temporal, un informe de la organización World Weather Attribution señaló que, si no hubiera calentamiento global, el escenario que permitió la tormenta sería “prácticamente imposible”. La inundación también expuso la poca atención a investigaciones científicas que advertían de los riesgos. De hecho, en 2023 un temporal de viento y lluvias golpeó a la ciudad, provocando 13 muertos y decenas de heridos, aunque sin la magnitud que tuvo el de marzo pasado.

Adelantarse a la catástrofe

En 2012, un trabajo de la doctora en Geografía e investigadora del Conicet Paula Zapperi alertó sobre la vulnerabilidad de Bahía Blanca ante tormentas, debido a la ubicación de la ciudad, el curso del arroyo Napostá que la atraviesa y la capacidad del canal aliviador Maldonado, que exponían al distrito al escurrimiento desmedido del agua e inundaciones por drenajes deficientes.

Según Zapperi, los cuestionamientos a la preparación de Bahía Blanca ante crecidas tienen muchos años. “Mi tesis mostraba que, si no se tenía en cuenta la dinámica de escurrimiento del agua, podría haber sectores inundables”, explica. “En la expansión [urbana], muchas veces no se tiene en cuenta cómo organizar el drenaje del agua ante lluvias”, lamenta.

Seis meses después de la tragedia, cree que es fundamental hacer obras de infraestructura sobre el canal, las calles y los sistemas de desagüe, aunque puntualiza la importancia de diseñar sistemas de alerta temprana, monitoreo y preparación de la población: “Estos eventos pueden volver a ocurrir, están en aumento”.

En 2019, un informe de la Universidad Tecnológica Nacional y el programa de Concienciación y Preparación para Emergencias a Nivel Local, impulsado por Naciones Unidas y el municipio de Bahía Blanca, advirtió que una precipitación de 300 milímetros “resultaría catastrófica” y “anegaría toda la ciudad”. Pero, según medios locales, fue archivado.

Los especialistas habían sugerido obras en el arroyo Napostá, que se extiende por 130 kilómetros y cuando llueve acumula grandes caudales de agua; y el aumento de la capacidad del canal Maldonado, los dos cursos que desbordaron durante las tormentas de marzo.

“Hay gente que se despierta por la noche y siente agua”

Ascencio recuerda con angustia esos días asistiendo a sus vecinos de General Cerri, un pueblo a 15 kilómetros del centro bahiense que quedó bajo el agua. Su esposa estaba embarazada y no pudieron comunicarse por 24 horas, ya que se cortó la señal telefónica, internet y la luz. “Los miedos quedan: hay gente que despierta de noche y siente el agua”, dice. Cuando el caudal bajó, se conmovió viendo que los vecinos limpiaban las casas y arrojaban sus pertenencias destruidas a la calle. “Toda la ilusión y el sacrificio de una vida tirados a la basura”, describe. Aún hoy las viviendas sufren las consecuencias del temporal: “Tienen humedad en las paredes y mucha gente empieza a sufrir problemas respiratorios”.

Para el ingeniero civil e hidráulico Claudio Velazco, es necesario un plan integral para adaptar la ciudad al contexto de cambio climático. Tras la tormenta, diseñó un proyecto para adecuar los cursos de agua, construir un nuevo canal aliviador más amplio y adaptar un tramo del arroyo Napostá. Su iniciativa incluye la readecuación y mantenimiento de la red de drenaje urbano, que permitiría captar y trasladar el escurrimiento de las tormentas a los cauces principales. “Hay que hacer obras en función de la realidad climática”, señaló.

Pero su propuesta enfrenta un obstáculo: en Argentina, la obra pública está prácticamente paralizada desde la llegada al Gobierno de Javier Milei. Tras la catástrofe, y mientras sostiene un plan de ajuste fiscal, el presidente envió 10.000 millones de pesos (7,4 millones de dólares) al distrito para la reconstrucción, aunque autoridades locales calcularon que el costo ascendería a 400.000 millones (297 millones de dólares). En junio, Milei vetó una ley sancionada por el Congreso que creaba un fondo con recursos extra, argumentando que ya había enviado dinero.

Velazco advierte que, sin un plan a gran escala, las inundaciones se repetirán. “Pasaron seis meses y hasta ahora no se hizo nada. La inversión se orientó a construir puentes peatonales, reconstruir calles y el hospital. Se salió de la ‘zona de desastre’, pero las obras hidráulicas no empezaron”, afirma.

Tras la inundación, un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) señaló que Argentina no está preparada para afrontar la “nueva realidad climática”, con eventos extremos cada vez más frecuentes. “No contamos con una cultura de la emergencia sólida que permita pararnos frente a nuestras principales amenazas: inundaciones y olas de calor”. Además, señaló que se “reacciona” luego de las catástrofes, en lugar de anticiparse.

“Las ciudades deben ir más allá de la infraestructura gris y complementar con soluciones basadas en la naturaleza. Incorporar infraestructura verde y azul, como parques inundables y sistemas de drenaje sostenibles, fundamentales para adaptarse a un clima que cambia cada vez más rápido”, sostienen en el informe las especialistas en políticas públicas y de cambio climático María Victoria Boix y Marina Piccolo.

En 2017, Cippec elaboró un plan específico en Bahía Blanca, con propuestas como frenar la expansión urbana desmesurada, crear corredores verdes, una reserva natural y la renaturalización de “espacios degradados”.

“Habíamos dejado de sonreír”

Según Zapperi, si bien es central desarrollar obras de ingeniería, hay que trabajar en el monitoreo meteorológico permanente y la interpretación de las alertas de parte de la comunidad. “También preocuparse por generar un ambiente urbano de calidad. Pero la magnitud fue tan grande que seis meses no es mucho tiempo: recién ahora estamos saliendo de la emergencia y entrando en la recuperación”.

Ascencio asegura que la tormenta permitió desarrollar nuevos protocolos ante eventos climáticos y gestionar puntos de evacuación. “Ahora estamos mejor preparados. Sirvió para mejorar sistemas de alerta temprana con Defensa Civil. Antes, los vecinos no prestaban atención, ahora están más atentos”, explica el bombero.

Meses después de la inundación, Ascencio y su esposa fueron padres de una niña a la que llamaron Aurora. “Es una palabra que nos gustaba. En la familia y amigos trajo mucha alegría, que se nos había ido. Habíamos dejado de sonreír después de lo que pasó. Ella trajo todo lo que el agua se llevó. Ahora es la aurora del pueblo”.

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