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Eduardo Brondízio, premio Tyler a los logros medioambientales: “No se podrá enfrentar ningún problema ambiental sin mirar lo social”

El antropólogo brasileño recibió este reconocimiento junto a la argentina Sandra Díaz. Son los primeros galardonados individuales de Sudamérica en obtenerlo

Eduardo Brondízio en Indiana, Estados Unidos.CORTESÍA

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La pregunta fue surgiendo mientras crecía. Eduardo Brondízio (São José dos Campos, 61 años), reconocido profesor de Antropología de la Universidad de Indiana, Estados Unidos, recuerda cómo su ciudad natal y en todo Brasil estaban pasando por un acelerado proceso de transformación entre los 60 y los 70. Llegaban las industrias y los mercados internacionales. Las ciudades brotaban. “Mi propia familia lo experimentó”, cuenta en una videollamada, en un descanso entre clase y clase. “Teníamos raíces rurales y a lo largo de las décadas nos trasladamos a la ciudad”. La pregunta fue casi orgánica: ¿cuál es el lugar de las comunidades rurales y de los pequeños productores de alimentos en esa transformación?

Primero buscó la respuesta en el bosque atlántico, el menos popular vecino del gigante Amazonas. Luego lo hizo allí, en la selva tropical más grande del mundo y de la que su mente, desde entonces, no ha salido. Como suele suceder en la ciencia, una pregunta llevó a la otra y, por más de 30 años, Brondízio ha sondeado la Amazonia desde múltiples ventanas, incluyendo investigaciones basadas en entender cómo es la cadena de valor de 500 productos que salen de esta región, cómo se ha urbanizado un área que en el imaginario sigue siendo selvática y, más recientemente, ha liderado proyectos junto a las comunidades locales con el fin de descifrar cómo gestionan sosteniblemente la pesca del pirarucú.

Brondízio, junto a la bióloga argentina Sandra Díaz, han recibido este martes el Premio Tyler a los logros medioambientales 2025, convirtiéndose en los primeros galardonados individuales de Sudamérica en obtenerlo. Es un premio que se les da, dice el comité, “por su compromiso para comprender y abordar la pérdida de biodiversidad y su impacto en las sociedades humanas”. Con Díaz y el científico alemán Josef Settele, Brondízio copresidió la Evaluación Global del IPBES sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos en 2019. Un trabajo que les tomó cuatro años.

Pregunta. Usted ha ganado este premio por temas de biodiversidad, que es algo que nos lleva a las ciencias naturales. ¿Por qué es relevante que este campo, así como el cambio climático, incluya a científicos sociales?

Respuesta. La biodiversidad es sobre la gente. Y el cambio climático es sobre la gente, ¿no? Es algo que hemos comprendido ahora, pero entre finales de los 80 y principios de los 90 fueron temas que se abordaban desde el lado de la física, dejando un vacío enorme: no entender cómo los humanos se conectan con esos cambios. Me siento muy afortunado de formar parte de esa comunidad que se ha comprometido a establecer esa relación, de romper una idea que venía desde hace más de un siglo en la que se separa a las personas y a la naturaleza.

P. El açaí, uno de los frutos amazónicos que usted estudia, es uno de los que más popularidad ha ganado hasta el punto de que se puede encontrar casi en cualquier parte del mundo. ¿Puede tener una cadena de valor sustentable?

R. Es posible, pero difícil. Esa es la respuesta justa. Es una economía que ahora mueve miles de millones de dólares, que emergió de las manos de las familias ribereñas, y ellos han sabido responder al mercado creciente con su propia tecnología, intensificando su producción agroforestal. Pero desde hace 30 años, cuando publiqué mi primer estudio, he tratado de cambiar la idea de que el del açaí es un sistema extractivista, en el que se cree que sus productores no tienen capacidad de decisión. Lo otro importante es que, a pesar de que ellos sí han tenido un beneficio en la medida que los precios del mercado incrementan, al igual que su demanda, la mayor parte de la economía del açaí se desarrolla fuera de la región.

Eduardo Brondízio, en una de las aulas de la Universidad de Indiana.CORTESÍA

P. A finales de año, se celebra la COP30 de Cambio Climático en su país, en Belém de Pará. ¿Cree que es una oportunidad para la Amazonia?

R. Sí. Es una región que ya ha llamado la atención por temas biofísicos, precisamente por el miedo de que llegue al punto de no retorno. Pero, aunque creo que es una preocupación muy justificada, es necesario recordar que no se podrá enfrentar ningún problema ambiental sin mirar lo social. Los contratiempos sociales podrían socavar lo que se ha logrado en los últimos 30 años. En Brasil, un 80% de la población amazónica vive en zonas urbanas muy precarias y las economías ilegales han crecido. Esto ha hecho que erosionen temas como la demarcación de tierras indígenas y reservas, que son un 44% de la Amazonia del país. Actualmente, estas zonas son presionadas por economías ilegales. Se han mapeado hasta 19 organizaciones de crimen organizado en un tercio de los municipios de Brasil.

P. Es fanático del fútbol. ¿Alguna vez ha pensado en cómo este deporte puede servir para entender la Amazonia? ¿Tiene alguna metáfora?

R. En mi mente sí (ríe). Como en el fútbol, los problemas de la región dependen del trabajo en equipo, y cada jugador está cumpliendo su rol y usando sus fortalezas para un fin colectivo: lograr el gol. El equipo también entiende las fuerzas contra las que juega. Eso debe pasar en la región amazónica.

P. ¿Se siente optimista frente al futuro de la Amazonia?

Soy un optimista crítico. Tengo que serlo. Creo que parte de nuestro papel como investigadores es tener y mostrar esperanza. Además, la tengo porque estudio lo que están haciendo las comunidades sobre el terreno. La gente no está paralizada. La gente está haciendo cosas. Así que cuando voy al terreno y veo gente que se enfrenta a todo tipo de problemas, pero que igual están allí buscando alternativas, no puedo dejar de ser optimista. Para terminar, diré algo que digo en las clases de sostenibilidad que doy: estamos en un entorno político convulso, por eso hay que apreciar lo que hemos logrado en los últimos 50 años. Acá, en Estados Unidos, tenemos la Ley de Aire Limpio, la Ley de Agua Limpia o la Ley de Especies Amenazadas. A nivel internacional está el Protocolo de Montreal [que logró proteger la capa de ozono]. Son grandes ejemplos de que sabemos abordar problemas colectivos. Y ese no va a dejar de ser el caso para la Amazonia.

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