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¿Qué esperar este año de la acción climática?

¿Hay esperanza? Para mantenerme del lado de los que vemos el vaso medio lleno, diré que sí, pero debemos redoblar esfuerzos, inversiones, concientización y ambición. Deben hacerse transformaciones radicales que ya pueden -y deben- combinarse con mejores opciones de desarrollo

El incendio de Palisades arrasa un barrio en Los Ángeles, el 7 de enero.Ethan Swope (AP/LaPresse)

En un mundo convulso con guerras interminables, la llegada o el retorno de negacionistas climáticos a puestos críticos -tal como la reciente toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y los anuncios de reversión de múltiples acciones y compromisos climáticos de ese país, incluida su segunda salida del Acuerdo de París-, un incremento marcado del proteccionismo, y un decepcionante desempeño del sistema de Naciones Unidas para atender crisis humanitarias y ambientales, toca reflexionar qué nos depara este año en la agenda climática.

La insuficiencia de la acción climática a nivel global y el pobre liderazgo de los países desarrollados a este respecto nos tienen al borde del colapso ambiental y no hay Gobierno ni país que pueda declararse exento a los impactos climáticos, sin importar su poder económico o posición geopolítica. Para muestra, los recientes devastadores incendios que arrasaron los barrios más exclusivos de Hollywood, generando pérdidas que rondan los 50.000 millones de dólares, ubicándose como uno de los desastres naturales más costosos en la historia de Estados Unidos hasta ahora.

De hecho, la humanidad se encuentra en el punto de inflexión más peligroso de su historia, dado que 2024 fue el año más cálido jamás registrado y el primero en el que la temperatura global superó el umbral de 1,5 °C, es decir, el límite crítico señalado en el Acuerdo de París.

¿Hay esperanza? Para mantenerme del lado de los que vemos el vaso medio lleno, diré que sí, pero debemos redoblar esfuerzos, inversiones, concientización y ambición. Este año, el Acuerdo de París cumple 10 años de su adopción y su existencia no ha sido en vano. Si bien la acción climática global sigue estando por debajo de lo que requerimos y nos mantiene en una trayectoria global de incremento de temperatura de entre 2,1 y 3ºC al 2100 (o sea, lejos de donde deberíamos estar), antes del Acuerdo mismo nos dirigíamos a un futuro invivible y catastrófico de escenarios mucho mayores a 4 ºC para finales del siglo. Y sí, uno o dos grados de incremento de temperatura global importan porque la gama de impactos globales de uno u otro son exponencialmente mayores y por eso este régimen internacional de cambio climático debe seguir impulsando acciones más ambiciosas.

Precisamente, 2025 es el año en el que todos los Gobiernos deberán presentar compromisos de acción climática (NDC, por sus siglas en inglés) para la siguiente década, indicando cómo alcanzarán reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero en al menos 43% a 2030 y 60% a 2035. Dije todos los Gobiernos porque es una responsabilidad legal derivada del Acuerdo de París para los Estados que lo han ratificado (195 en total, que se convertirán en 194 cuando se aplique oficialmente la denuncia de EE UU al mismo). Sin embargo, no todos estos compromisos tendrán el mismo peso en cambiar las trayectorias de emisiones globales.

Por un lado, los países ricos consumen seis veces más recursos y generan 10 veces más impactos climáticos que los de ingresos bajos. Por el otro, los países del G20 representan juntos el 78% de las emisiones globales. Resulta entonces indispensable que el conjunto de naciones industrializadas y los países del G20 (47 en total), presenten compromisos que denoten cambios transformacionales en la planeación de su crecimiento económico, de las cadenas de valor, del diseño de presupuestos, de las inversiones en infraestructura nacionales e internacionales y, de la promoción de sistemas de producción y de consumo que sean coherentes con los límites planetarios que definen este momento de la historia.

Cualquier compromiso climático de este grupo de países que no incluya esto es un acto de suicidio colectivo. No podemos permitir que estos compromisos estén por debajo de los rangos de reducciones arriba mencionados a 2030 y a 2035 (por ejemplo, el anuncio de Canadá se quedó cortísimo en ambición, y el de Emiratos Árabes Unidos no define acciones concretas para la salida de combustibles fósiles). No tenemos más tiempo para que se presenten sólo cambios mínimos y cortoplacistas, en lugar de transformaciones radicales que ya pueden -y deben- combinarse con mejores opciones de desarrollo.

América Latina no está dentro de este grupo de principales emisores, con la excepción de México y Brasil (ambos países representan en conjunto alrededor del 3,96 % de las emisiones globales). Brasil ya tiene un compromiso que está dentro de los rangos deseados de ambición y ha arrancado su liderazgo de la cumbre climática de fines de año (también conocida como la COP30) anunciando a diplomáticos y servidoras públicas excepcionales al mando. México todavía debe presentar un compromiso realmente ambicioso que supere los falsos dilemas energéticos de la administración previa, que protegieron a toda costa a la industria petrolera y del gas.

Este es un momento definitorio para asentar las bases de la justicia social y climática, y la elaboración -y posterior implementación- de estos compromisos será decisiva para el futuro que nos tocará vivir a esta y a varias generaciones tras nosotros.


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