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Paola Campo, la bogotana que fundó su propia reserva natural en Los Llanos

Dejó atrás su carrera como ejecutiva en Bogotá para dedicarse a proteger un santuario natural de 800 hectáreas, de su propiedad, en la que ha plantado alrededor de 50.000 árboles y reintroducido más de 2.000 animales

Paola Campos
Paola Campos en una fotografía de archivo.SIMÓN UMAÑA

Han pasado 12 años desde que las botas de caucho se volvieron las mejores aliadas de Paola Campo (Bogotá, 50 años). Ella, una mujer citadina, que nunca había tenido una finca, vivido en el campo o lidiado con animales silvestres, tomó una decisión que transformaría su vida: crear y dirigir, junto a su esposo Nicolás Umaña, una reserva natural de la sociedad civil en el municipio de Puerto López, Meta.

Se trata de una categoría de área protegida que, a diferencia de otras establecidas por el sistema nacional de parques naturales, nace de la voluntad de cualquier persona –natural o jurídica–, propietaria de un predio, que tenga interés en conservar su ecosistema y, al mismo tiempo, desarrollar actividades de uso sostenible. Proteger, restaurar y regenerar ecosistemas se convirtieron entonces en las tareas principales de Campo y de su pareja.

Anteriormente, ninguno de los dos tenía idea de la existencia de esta figura. Se enteraron el día en que una amiga bióloga les sugirió que constituyeran una de estas reservas, pues habían comprado ese terreno en Los Llanos, pero no sabían qué hacer con él. Por su topografía, la zona no es productiva. Así que, tras la explicación de su amiga sobre el funcionamiento, los derechos y deberes que implicaba tener una reserva, decidieron que era la mejor opción. “Es una manera maravillosa de aportar y de ganar, ayudando al planeta y la naturaleza”, asegura Campo.

La Reserva Natural Yurumí –con ese nombre la registraron– tiene 800 hectáreas, en las que sus dueños han sembrado más de 50.000 árboles en las zonas de restauración, liberado y reintroducido más de 2.000 animales y registrado más de 230 especies de aves, 35 especies de mamíferos y 551 especies de flora.

Una de sus grandes apuestas la iniciaron hace cinco años, en asociación con otras dos reservas: el proyecto Triángulo del puma, que busca fortalecer los corredores biológicos entre esas reservas, con el fin de permitir y mejorar la movilidad tanto de esta especie como de otras. A su vez, quieren incentivar a la comunidad a participar en las labores de conservación, protección y monitoreo de los pumas, y de la fauna en general.

Educar a visitantes y vecinos es otra tarea que han emprendido, poniendo señalizaciones que prevengan, entre otras cosas, la caza ilegal de animales dentro del espacio protegido. Además, han realizado visitas a colegios de la Orinoquía, donde les han enseñado a niños y jóvenes sobre las especies silvestres de la región. “A la educación colombiana le hace falta profundizar en nuestra naturaleza nativa; que la gente sepa, por ejemplo, qué es un chigüiro o un oso hormiguero”, explica Campo. “Cuando conoces esta riqueza, hay una apropiación indirecta y un gusto por cuidarla y protegerla”.

Desde 2017, esta reserva cuenta con el reconocimiento del Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, y de Parques Naturales, e inscripción en el registro único nacional de áreas protegidas (RUNAP). Actualmente, según los datos de esta oficina, hay en el país un total de 1.296 Reservas Naturales de la Sociedad Civil, que suman más de 280.000 hectáreas.

La ley que regula este tipo de reservas contempla algunos beneficios para sus propietarios, como exoneraciones en el pago del predial –en función de los acuerdos con autoridades locales–, deducciones en el impuesto de renta y la protección jurídica del área ante actividades dañinas por parte de terceros, como tala o minería ilegal.

También incentiva a que en sus terrenos se adelanten actividades productivas que permitan la sostenibilidad de la conservación. En el caso de la reserva natural Yurumí, se han centrado en la meliponicultura (criar y cuidar abejas sin aguijón) y apicultura, lo que les ha permitido crear su propia marca de miel para la comercialización.

Campo piensa que su reserva ha sido un ejemplo para otros. De hecho, unos vecinos suyos, quienes desde hace unos años tenían un terreno dedicado a la conservación, están adelantando los trámites para convertirlo oficialmente en una reserva de la sociedad civil, lo que permitirá que haya más movilidad para la fauna. “Los animales y las plantas no conocen de predios. Ellos simplemente se mueven”, afirma Campo.

Durante la pandemia, esta mujer hizo de la reserva su hogar y el de su familia. Ahora, vive en Bogotá, pero visita con frecuencia las 800 hectáreas de conservación. “Soy bogotana de nacimiento, pero llanera de corazón”, asegura. Está convencida de que nunca regresaría a su otra vida, a esa en la que ocupó, entre otros cargos, las vicepresidencias de la Cámara de Comercio de Bogotá y de la Organización Sanitas: “Ya me quedé en este sector, por edad, y porque estoy convencida de que esto es lo que hay que hacer”.

*Apoyan Ecopetrol, Movistar, Fundación Corona, Indra, Bavaria y Colsubsidio.

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