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Andrew Silva: el fundador de la escuela de liderazgo que enseña a los jóvenes de barrios populares de Cali que sí hay futuro

Hace 12 años creó la Fundación Ser para Ser, que acompaña a estudiantes del populoso distrito de Aguablanca en sus cuatro últimos años de secundaria para que desarrollen sus potencialidades y creen proyectos de vida. Ha graduado ya a 62 “valientes”, como él los llama, y otros 102 están en el proceso

Andrew Silva en una fotografía de archivo.
Andrew Silva en una fotografía de archivo.Fundación Ser Para Ser

“Mire lo que le dejaron”, le dijo el vendedor de salchipapas a Andrew Silva (Cali, 32 años) cuando iba saliendo del colegio, ubicado en uno de los barrios del populoso distrito de Aguablanca, al oriente de Cali. Una moto nueva y de alto cilindraje era el regalo con el que lo querían captar los de la oficina de sicarios que ya lo habían convocado varias veces para que trabajara con ellos. Por su estatura de 1,90, su liderazgo para jalonar gente, y su cuerpo fuerte y musculoso, aquel muchacho de 16 años era un candidato perfecto.

“Si me montaba en esa moto, no salía de ahí“, asegura Silva, quien recuerda el matoneo de su grupo de amigos –algunos de los cuales ya habían hecho “mandados”–, que lo llamaban “pendejo” por no seguir sus pasos. “No creo que a nadie lo obliguen a ser parte de estas estructuras; hay mecanismos muy bien diseñados, y a uno lo van endulzando”, afirma.

De convicciones recias, Silva creó y dirige desde hace 12 años la Fundación Ser para Ser, una escuela de liderazgo que acompaña a jóvenes de los barrios de Aguablanca a encontrar horizonte, apoyándolos durante los últimos cuatro cursos de secundaria, desde los 13 años (cuando están en octavo), ofreciéndoles talleres, derribando esas fronteras mentales invisibles que los limitan y los convierten en presas de embarazos adolescentes, bandas delincuenciales, adicciones, desesperanza y muerte.

En total, han sido 62 los muchachos los que han pasado por la fundación y que ya se han graduado. Actualmente, 102 forman parte del programa. Cada año reciben a 38, a partir de unas pruebas de selección en las que se les mide la voluntad para convertirse en “valientes”, como les llama Silva a quienes entran.

“Hay que ser muy berraco para, a esa edad, y con tantas distracciones y ansiedades, pasar cuatro años de la vida asumiendo otras cargas más allá de las académicas. Son valientes porque deciden crear realidades diferentes a partir de contextos muy complejos”, explica.

Silva creció arropado por una gran familia: con la abuela Beatriz, tíos y primos, en la casa construida por el abuelo, que murió muy joven. Sus padres se separaron cuando él tenía 6 años y por los conflictos que generó el que su madre, Esmeralda, quisiera seguir estudiando enfermería y trabajar. Con la separación pasó a una escuela pública, pues su mamá ya no podía costear la educación privada.

El primer día de tercero de primaria se metió a la patrulla escolar, para cuidar que los más grandes no les robaran la lonchera a los menores. En su incursión justiciera lo molieron a golpes y le rompieron el uniforme: “Mi mamá me limpió las heridas, cosió mi ropa y me preguntó: ‘¿Cómo harás para que no te golpeen tan seguido?’. Como yo había visto la película Bichos, le respondí que éramos más hormigas que saltamontes”. Así comenzaron a patrullar en grupos de cuatro o cinco. “Las palizas no terminaron, pero, como éramos más, corríamos, o los golpes eran menos, pues los repartían entre varios”, recuerda entre risas.

Pasar a secundaria en el colegio Fe y Alegría marcó un antes y un después, porque el enfoque social de ese centro educativo le permitió viajar a encuentros y campamentos con estudiantes de otros colegios similares de Ciudad Bolívar, en Bogotá; la Comuna 13, en Medellín; y Bazurto, en Cartagena: “Me encontraba con la realidad del país y me daba cuenta de que había muchas zonas con muchachos que tenían capacidades, pero falta de oportunidades”.

A los 16, y cursando grado once, se convirtió en personero, no con la tradicional idea electoral de instaurar el Jean Day en el colegio, de construir una piscina o de que los profesores les dejaran más tiempo libre. Su propuesta fue la creación de una escuela de liderazgo, que sacó adelante convocando a los tres más cansones y los tres más estudiosos de cada curso. Se reunían los sábados y se apoyaban. Esa fue la semilla de la fundación que crearía años después.

Sabiendo que si quería seguir estudiando necesitaba pasar a la Universidad del Valle, desde décimo presentó cada año dos veces los exámenes estatales, buscando un puntaje que le permitiera ser admitido en Medicina. Al graduarse, en un retiro con los jesuitas, donde durante 10 días permanecían en silencio y no podían ni mirarse para evitar que los ojos hablaran, entendió que el deseo de ser médico no era su sueño, sino el de su mamá. Lo llenaría más una vida dedicada al servicio social.

Los talleres, cursos, charlas y campamentos de la escuela de liderazgo se dictan los sábados desde que amanece y hasta el final de la tarde, en las universidades Javeriana e Icesi, de Cali. En los primeros encuentros reina la incredulidad, no solo de los muchachos sino de sus familias que no pueden creer que todo ese proceso y beneficios no les cuesten nada. Silva y su equipo les cuentan las historias de éxito de los valientes que ya son psicólogos, comunicadores, ingenieros y docentes. Muchos de ellos regresan a la fundación para seguir siendo parte del proceso y ayudar a los novatos, donando su tiempo y conocimiento.

Asegura que han sido varios los grupos políticos que lo han querido seducir, proponiéndole apoyo a cambio de que reduzca a uno esos cuatro años de trabajo que invierte la fundación en cada muchacho; todo –dice Silva– con tal de mostrar resultados y captar votos en periodo electoral. Él siempre se ha negado, porque sabe que los procesos para cambiar vidas en profundidad son de largo aliento.

Para fondear el programa, recientemente lanzó el Club 50 por un Cali al 100, con el que pretende encontrar a 50 organizaciones que le apuesten a la fundación con un aporte mensual. Por lo pronto, cuentan con apoyo de Empower, una entidad neoyorquina que financia proyectos de liderazgo juvenil en países emergentes, y con el apadrinamiento de ProPacífico. “Aún queda mucho por hacer”, dice Silva con convicción, mientras sigue trazando caminos para que más valientes puedan construir un futuro diferente.

*Apoyan Ecopetrol, Movistar, Fundación Corona, Indra, Bavaria y Colsubsidio.

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