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Donald Trump
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Give peace a chance”

La emblemática canción de John Lennon, creada en 1969, poco le debe rimar a Trump. A él lo que le interesa es asegurar y consolidar futuras inversiones familiares en complejos hoteleros y campos de golf probablemente en Gaza, Ucrania y hasta Venezuela

Al parecer Trump escuchó la canción de Lennon y decidió forzar a Netanyahu para que aceptara la primera fase del Acuerdo de Paz, pues el estropeado oído del primer ministro israelí solo escucha las detonaciones, explosiones y la destrucción causada por los misiles lanzados contra miles de palestinos indefensos, desplazados y masacrados sistemáticamente durante dos años. Así Netanyahu convirtió la Franja de Gaza en una especie de Auschwitz a cielo abierto, profanando la memoria de sus antepasados y deshonrando la grandeza del legado cultural del pueblo judío, con mentes pluralistas y sabias como las de Einstein, Arendt y Amos Oz, que alertaron a tiempo al mundo sobre el peligro de ese sionismo nacionalista fanático. Seguramente que hoy Netanyahu los tildaría de antisemitas. El oído de Netanyahu fue clausurado totalmente al sufrimiento de los palestinos y dañado irreversiblemente en su obsesión por aniquilar a Hamás y cobrar así venganza por su terrorífica matanza del 7 de octubre de 2023. Aunque, sin duda, en este caso el coro de los mandatarios de las naciones árabes, especialmente la voz firme de Catar contra la perfidia de Netanyahu al bombardear en Doha a los delegados de Hamás, resultó ser más poderosa e influyente que la voz de Lennon a los oídos de Trump.

Una canción que todavía resuena

“Give Peace a Chance” es una canción que poco le debe rimar a Trump y retumba desde 1969 cuando la compuso Lennon, encamado con Yoko Ono, contra la genocida MAGA de entonces, ensangrentada y luego derrotada en Vietnam. Por eso la pareja de artistas le sugirió al mundo “hacer el amor y no la guerra” y su canción se convirtió en un himno pacifista planetario. Por ironías de la historia, hoy la escucha selectivamente Trump, pero solo por su oído derecho siempre atento en el Oriente Próximo. Por el contrario, su oído izquierdo, muy cercano al mar Caribe, prefiere escuchar los misiles que su avanzada militar lanza contra embarcaciones y civiles indefensos, bajo el pretexto de proteger a la juventud norteamericana de los despiadados y peligrosos narcoterroristas del sur que la envenenan, como si estos jóvenes no demandaran compulsivamente más drogas para escapar del sórdido reino de MAGA. Porque el campo en que los narcoterroristas siempre ganan es en la mente de sus consumidores, que no pueden vivir sin drogas. No se ganará la guerra con más extradiciones o intervenciones militares, sino con menos adicciones a sustancias cada vez más mortíferas y costosas como el fentanilo, demandadas por millones que al parecer no soportan el peso de tanta realidad y los extravíos del delirante sueño consumista de MAGA.

Invirtiendo en la paz

En ambos casos, tanto en Gaza como en Venezuela, lo que escuchan atentamente los oídos de Trump no es la polifonía de la paz de los pueblos y su autodeterminación democrática, sino la cacofonía de los negocios, las inversiones y el futuro de la “Riviera del Oriente Próximo”, junto a las reservas incalculables de petróleo en Venezuela. No olvidemos que uno de los verbos preferidos de Trump, propio de su procaz vocabulario y su ambicioso horizonte político empresarial es “perforar, perforar y perforar”, como también asegurar y consolidar futuras inversiones familiares en complejos hoteleros y campos de golf probablemente en Gaza, Ucrania y hasta Venezuela. De allí su afinidad con Putin, otro jefe de Estado ambicioso, auspiciador de la corrupción y mafias, que consideran a la rica Ucrania tan cercana y querida a sus intereses como ahora lo hace Trump con Venezuela, quien parece añorar y encarnar ese sueño imperial de “América para los americanos” con sus lemas de campaña America First y MAGA, convertidos en consignas injerencistas de guerra contra el narcoterrorismo. No le vaya a suceder que su guerra contra el “cartel de los soles” se convierta en un eclipse total de su política internacional para Latinoamérica y el fin de su aureola de pacifista histórico.

La “MAGALOMANÍA” de Trump

De la “MAGAlomanía” nacional de Trump y su megalomanía personal solo cabe esperar esa combinación tan incierta como atroz de la guerra con la paz, que ya nos ha demostrado con creces en tan poco tiempo. Unas veces azuzando a Netanyahu para “que termine su tarea en Gaza”, y otras humillando a Zelenski para que claudique ante Putin. Está claro que Trump no es un hombre de paz sino de negocios y que su estilo es la amenaza y el chantaje de los aranceles, el insulto, la humillación de sus adversarios y la violencia en todas sus formas: simbólica, estructural y directa. Es la encarnación del “estadista forajido y tramposo”, camuflado tras el nacionalismo arrogante de America First y el fracaso histórico de MAGA. Por eso su máxima aspiración narcisista es obtener el premio Nobel de Paz, para lavar su pasado de aventuras lascivas, su prontuario de empresario delictuoso y presente belicoso con su nuevo Departamento de Guerra.

Es de esperar que los académicos noruegos no se dejen presionar durante el 2026 por el poderoso lobby de sus socios y cómplices, como Netanyahu y el corifeo de la OTAN, que lo adula y elogia como el estadista de la época. Por tanta claudicación y contemporización con esa facción facinerosa del partido republicano que lidera Trump y gobierna desde Washington vivimos en una época vergonzosa en la que predominan los poderes del odio, la mentira y la codicia. Poderes que siempre precisan de las armas y la violencia para triunfar. Por eso Trump se ensaña contra los migrantes y sus propios ciudadanos, enviando la Guardia Nacional a Los Ángeles y Chicago, ciudades demócratas que se rebelan contra su autoritarismo. La emprende contra la autonomía crítica de las universidades y hasta lanza una cruzada contra la salud pública, reduce los presupuestos sociales y cercena de muerte a USAID.

En fin, asistimos a la agonía de la república norteamericana y el surgimiento de una cacocracia de tecnócratas impunes. Con mayor razón ahora que cuenta con el respaldo de esa tecnocracia capitalista de punta, tan ambiciosa como inescrupulosa, capaz de crear realidades paralelas con la ayuda de la IA y casi manipular a su antojo la conciencia y libertad de millones de internautas y ciudadanos. Así cada día hackean sistemáticamente millones de cerebros a punta de algoritmos y prejuicios atávicos propios de la supremacía blanca y su pretendida superioridad moral de la libertad y la igualdad, valores prostituidos por el mercado en nombre de la democracia.

La agonía de la democracia

Esa tramoya de realidades virtuales, nada virtuosas, está minando la existencia de una ciudadanía deliberante y crítica, la única reserva con que cuenta la democracia hoy para resistir y sobrevivir. Si no logra resistir y persistir, implicaría la desaparición completa del Demos y por consiguiente la muerte de la democracia, como sucede en la actualidad con Trump y en otras latitudes del mundo. Es una reserva ciudadana, por cierto, cada vez más asediada por líderes populistas y fanáticos, plenos de certezas salvíficas que no pasan de ser formulas profundamente antidemocráticas como el nacionalismo, la xenofobia, el racismo y la mercadocracia. Hoy banderas de una derecha altisonante, arrogante e ignorante que cada día gana más elecciones desde el norte hasta el sur y nos sume en crisis galopantes y apocalípticas. En primer lugar, con la Conquista o Victoria de MAGA, el caballo blanco de Trump; luego con las Guerras, el caballo rojo de todos los nacionalistas; continuando con el Hambre, ese caballo negro de mercaderes insaciables y culminando con la Muerte, el caballo pálido de las plagas, desastres y pandemias, consecuencia del ecocidio planetario, que en forma eufemística conocemos como crisis climática y ebullición del planeta. Cuanta falta nos hacen hoy miembros del Club de Corazones Solitarios como Gandhi, Mandela, Martin Luther King, Camus, Arendt, Amos Oz, junto a tantos otros, acompañados por las voces de John Lennon, George Harrison y los millones de oídos atentos y conciencias despiertas de esas generaciones que los escucharon, acompañaron y protestaron masivamente, legándonos un mundo mejor y más humano. Un mundo que estamos dejando perder, sumidos en nuestras burbujas de cibernautas narcisistas atrapados en likes, selfies y múltiples aplicaciones, adormecidos en nuestra autocomplacencia consumista y arrastrados por el flujo de mentiras y sandeces que circulan por las redes sociales.

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