El beso de la muerte con Venezuela
El acuerdo entre ministro de Defensa colombiano, Iván Velásquez, y su homólogo en Venezuela, el general Vladimir Padrino López, resalta una cercanía inexplicable con los amigos del ELN
Me refiero al acuerdo del ministro de Defensa Iván Velásquez y el ministro del Poder Popular para la defensa de Venezuela, general en jefe Vladimir Padrino López, en la ciudad de San Cristóbal, Estado Táchira, a fin de tratar la situación fronteriza y muy especialmente la compleja situación que desde hace varios días se viene presentando en el sector del Catatumbo, departamento del Norte de Santander, en Colombia. La presencia del gobernador del Táchira, Freddy Alirio Bernal Rosales, “quien mantiene estrechas relaciones con la guerrilla”, enmarcó el encuentro.
Acordaron “la necesidad de trabajar de manera coordinada entre autoridades colombianas y venezolanas en la represión del narcotráfico”, ignorando que Estados Unidos ofrece 15 millones de dólares por la captura o información del ministro de Defensa venezolano por acciones relacionadas con el narcotráfico. ¡Hágame el favor la ridiculez! Acordar con el amigo de mi enemigo “trabajar de manera coordinada” para la represión de los enemigos de Colombia, el ELN y el narcotráfico, socios de Venezuela por debajo de la mesa: el beso de la muerte. De esta manera, Colombia reconoció, por la puerta de atrás, al Gobierno ilegítimo de Maduro: consummatum est.
La utilización de la frontera venezolana para apoyar la revolución con territorio y armas viene del siglo XIX, la misma que en el siglo XXI se les proporcionó a las FARC y ahora al ELN. El conflicto llegó a principios del siglo XX. El Gobierno colombiano suspendió las relaciones diplomáticas mediante el decreto número 1287 de 1901 y estuvimos a punto de caer en una guerra que países amigos evitaron con habilidades diplomáticas. En 1942 las cosas se volvieron a complicar. Venezuela instaló un faro, una torre esquelética pintada de negro. Era un desafío provocador. Las Fuerzas Armadas de Colombia le hicieron saber al presidente Roberto Urdaneta que el país no estaba en condiciones de afrontar un conflicto Internacional. Se creó una junta de vacas sagradas, liberales y conservadores y concluyeron: “En las actuales circunstancias, Colombia debe hacer caso omiso de los actos venezolanos referentes a los mogotes de los Monjes”. La diplomacia se impuso y Venezuela aceptó abrir un diálogo con Colombia. Notas van y vienen en 1952 en las que prima el buen ánimo y la concordia entre ambas naciones. Hubo muchas reuniones en diversas ciudades del mundo para entablar puntos de entendimiento en la definición de la plataforma submarina de ambas naciones limítrofes sin que se dieran coincidencias.
El ambiente se tornó cada vez más hostil tanto en Colombia como en Venezuela por los fracasos de los negociadores y el enfrentamiento de los dos navíos de banderas contrarias: la corbeta ARC Caldas y la cañonera ARV Libertad se encontraron de frente en agosto de 1987 y estuvimos a cinco minutos de una guerra, lo que por fortuna no se dio porque Colombia se retiró: Venezuela se declaró triunfante.
Todo cambió con los nuevos presidentes, aquí y allá: Carlos Andrés Pérez y César Gaviria. Se crearon las Comisiones de Vecindad y la Presidencial Negociadora de la delimitación de las áreas marinas y submarinas. El entendimiento fluyó y las comisiones binacionales trabajaron con armonía con los presidentes y los ministros de Relaciones Exteriores hasta que llegó al Gobierno de Venezuela de Hugo Chávez y más adelante, con el presidente Maduro, desaparecieron las comisiones y las relaciones con Caracas se deterioraron al punto de romper los lazos diplomáticos que se reabrieron con el presidente Petro. Mientras tanto, las mafias se apoderaron de la frontera y la guerrilla colombiana recuperó los espacios en el vecino país con la complicidad del Gobierno. Resulta inexplicable desde todo punto de vista el beso de la muerte con los amigos del ELN.
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