La vertiginosa carrera de Laura Sarabia, el Ojo que Todo lo Ve de Petro
La ‘número dos’ del presidente de Colombia ha sido nombrada canciller, un paso más en su fulgurante carrera con apenas 30 años
Laura Sarabia puede estar al teléfono con un asesor de la Casa Blanca. Al mismo tiempo organizar un traslado de la hija menor de Gustavo Petro y no olvidarse de que hay que pagar la cuota del colegio. Preocuparse por un papeleo de su madre. Hacer cálculos de cuántos congresistas se necesitan para aprobar una ley, y por eso uno de ellos se encuentra en espera al otro lado de la línea. Sarabia, de 30 años, lo controla todo. Petro la necesita tanto...
El presidente de Colombia la ha nombrado ahora canciller. No hay un Ministerio en el que se brille más. Después de dos años de fiel servicio, Sarabia se hace con un cargo por el que matarían la mayoría de los expertos en relaciones internacionales del país, que no son pocos y se les tiene muy presentes porque pontifican a diario en Twitter. Pero el poder, por ahora, lo ostenta ella. Es la aduana, la última frontera del presidente. Existen pocas formas más directas de llegar hasta él.
Algunos ministros lo consideran una humillación, una falta de respeto. No entienden cómo se les ningunea así, a unos veteranos que llevan décadas en la vida pública y lucen en las paredes de sus oficinas títulos de las mejores universidades de mundo. Sarabia no se ha dejado impresionar por la actitud principesca de la elite de Bogotá. Ha dirigido los consejos de ministros cuando se ha ausentado el presidente y no ha sido tímida a la hora de ponerles tareas a los miembros del Gobierno. Si no cumplen, les contacta por WhatsApp. Al principio, unos cuantos intentaron rebelarse, pero acabaron entendiendo que ella esconde la carta ganadora.
Lleva poco en la vida de Petro. Lo conoció a finales de 2021, cuando el senador para el que trabajaba, Armando Benedetti, tuvo una revelación: el antiguo alcalde de Bogotá, exguerrillero, iba a ser el próximo presidente. Con contactos en el cielo y el infierno, se convirtió en su jefe de campaña. Sarabia aprendió todo de Benedetti, un caimán de la política. Él le enseñó los secretos intrincados del poder. Ella se ocupaba de todos los asuntos de su jefe, desde las reuniones hasta sus cinco casos judiciales abiertos, sin olvidarse de pagar la pensión de los hijos de dos matrimonios anteriores al actual. Ese mismo servicio 24 horas de secretaria-consejera-amiga se lo ofreció a Petro, un hombre de ideas y poco apegado a veces a la cotidianidad, como Dalí. Petro-Benedetti-Sarabia fueron uno en campaña. Ganaron las elecciones. A él lo mandaron lejos, de embajador en Caracas, porque en el entorno de Petro creían que si lo condenaban mancharía la imagen del presidente, que hasta ahora nunca se ha visto envuelto en un caso de corrupción.
“Váyase, arregle sus casos y lo hago llamar”, le dijo Petro, ya con la banda presidencial enfundada. Y así ha hecho. Benedetti ahora es asesor en la Casa de Nariño y se ha desatado el rumor de que lo nombrarán ministro. Quién sabe. Sarabia fue nombrada jefa de gabinete, la persona que maneja la agenda del presidente. En nada, ya se ocupaba de la del Gobierno. Después de las alianzas en el Congreso. Sarabia es el Ojo Que Todo Lo Ve. A donde no llega alcanzan sus emisarios. La gente que le rodea es tan leal a ella como ella misma al presidente. La sospecha de que alguien no lo sea vale un despido, aunque haya más rumores que pruebas contundentes. En Casa de Nariño importan tanto las habladurías como los hechos comprobados. Es el reino de la maledicencia.
Muchos petristas no la quieren. Son más fanáticos que el propio presidente. Se quejan de que han acompañado a Petro desde que era congresista y alcalde y se merecen un puesto a su derecha, el lugar que ocupa Sarabia. La ven como una usurpadora. Y de una manera un poco infantil cargan contra ella, sin reparar en que es él quien decide. Echan a rodar el mismo bulo de siempre: tiene información del presidente que si saliera a la luz lo destruiría. Quienes conocen a Petro aseguran que nunca se prestaría a un chantaje de ese tipo. La confianza en ella es genuina y pese a que no una, ni dos, ni tres personas, sino decenas, le han pedido que la aparte, no lo han conseguido. Para lo bueno y lo malo, el presidente no es muy permeable.
Sarabia cree en Dios. Es más bien de ideología conservadora. Cuando ha tenido que contradecir a Petro lo ha hecho, y alguna vez le ha advertido de los riesgos de reaccionar en Twitter a todo lo que se mueve. Le espantó que nombrase embajador en Tailandia a un misógino y que insistiera en que el embajador en Venezuela acudiera a la autoproclamación de Nicolás Maduro. Se salió con la suya en el primer asunto, no en el segundo. Sarabia se ha ganado a viejos lobos de mar de la política colombiana, como Roy Barreras, Alfonso Prada o Murillo. Los tres hablan bien de ella. Antoni Gutiérrez-Rubí, un reputado estratega político, se sumó a la campaña y a los pocos días aconsejaba hablar con ella a todo el que quisiera adentrarse en el universo Petro.
Ha resistido escándalos que habrían acabado con la carrera de cualquiera. Su escolta y la del presidente investigaron a la niñera de su hijo, Marelbys Meza, por el robo de un maletín. Ella era la sospechosa número uno porque, meses atrás, a Benedetti, que fue su primer empleador, le desapareció otro. A la empleada la sometieron a un polígrafo con pocos visos de ser legal y después le pincharon el teléfono usando una treta policial. El coronel que parece que movió los hilos para que todo esto ocurriera se pegó un tiro en la cabeza. La gran pregunta de la Fiscalía es si ella dio la orden. Lo ha negado siempre. Y el presidente le ha creído.
Salió del Gobierno unos meses en junio de 2023 por el ruido que hizo el caso. Después regresó. Entre medias creció el rumor de que su hermano Andrés hacía negocios al calor del Gobierno. Circuló un informe apócrifo sobre él que relataba la manera en la que se había hecho rico aprovechando los contactos. Algunos periodistas tiraron de ese hilo. La hermana tuvo dudas sobre su proceder y se alejó. Después reconstruyeron su relación y desde entonces ella lo ha defendido con pasión. La Fiscalía los investiga a ambos por enriquecimiento ilícito. Una periodista legendaria como María Jimena Duzán los investiga. Duzán ha dedicado más de un artículo a describir la camarilla a su alrededor que aprovecha los contactos para ganar dinero, siempre según sus fuentes.
El salto de Sarabia ha sido tan grande que también ha cambiado su vida personal. Se ha separado y tiene un hijo que nació poco antes de que Petro tomara posesión. ¿De quién fue la idea del nombre? Sí, del presidente. Ha renovado el armario. Ahora viste con elegancia. Antes temía a Benedetti, impulsivo y malhablado, listo siempre para la ofensa. El día que él volvió a Palacio, ella reunió a su gente y después a los periodistas. Ella será su jefa, ella mandará, ella estará al cargo, recalcó. Ni un paso atrás. Todos lo que le han echado un pulso acabaron perdiendo. Mauricio Lizcano fue jefe del organismo de Presidencia, el Dapre, y competían por el favor de Petro. Lizcano acabó saliendo de su cargo, a uno que no está mal, el de ministro de Tecnología, pero ella se quedó. Lo mismo le pasó con Carlos Ramón González. En público eran amables el uno con el otro. En privado, no se querían. Sus equipos se enfrentaban. ¿Qué pasó? Acabó saliendo González. Lo mismo ocurrió con María Paula Fonseca, fugaz jefa de comunicaciones de Presidencia que cayó en desgracia con ella y con el presidente.
Muchos creen que el viaje de Sarabia en la política está siendo demasiado vertiginoso. En dos años, de asistenta y persona de confianza a canciller. Ya ha viajado mucho y ha conocido a presidentes y directores de los organismos más encumbrados del globo. Ese mundo no le va a resultar ajeno. Los politólogos y analistas critican su poca experiencia. Petro confía en ella porque siente que no tiene dobles intenciones, ni ambiciones políticas propias, como era el caso de Lizcano y de otros, que aprovechan la visibilidad del Gobierno para algún día ser presidentes, el sueño de casi cualquier político colombiano. Sarabia le ha mostrado una lealtad absoluta a Petro, muy desconfiado porque conoce la lujuria que produce el poder. Ella lo controla todo, sin fisuras. El presidente se siente a salvo a su lado.
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