Embajada embolatada, desinformación y violencia de género
Hasta este momento no hay evidencia de que Daniel Mendoza, quien declinó a ser embajador de Colombia en Tailandia, sea un depredador o defensor de la violencia de género. Pero vale la pena destacar la reacción generada ante el atisbo de cualquier riesgo de misoginia
La desinformación es como una serpiente de muchas cabezas y en algún momento una de ellas puede atacar a quien la usa. Es interesante analizar lo que pasó con la embajada en Tailandia, que le ofreció el presidente Gustavo Petro al abogado y escritor Daniel Mendoza y que se embolató por el escándalo desatado por unos trinos en su cuenta de X. El debate se generó en el fondo por la desinformación que comenzó en la misma cuenta del candidato a embajador. Todo el episodio mostró también que la sociedad reacciona cada vez con más fuerza ante cualquier indicio de apología a la violencia de género.
Vamos por partes. Según la versión que publicó en un video al declinar la embajada, Mendoza creó la cuenta de X en el año 2013 para promover uno de sus libros, El Diablo es Dios, y la usó para publicar ahí palabras de sus personajes. Eran mensajes agresivos, grotescos, que hacían apología a la violencia de género. Según el escritor, en la presentación de la cuenta se explicaba que eran personajes de novela los que hablaban. Sin embargo, según su misma explicación, en diciembre de 2018 “la cuenta que era para promocionar la novela se convierte en personal”. Comenzó así a publicar ya no lo que pensaban o decían sus personajes, sino lo que pensaba y opinaba el autor. ¿Olvidó en el proceso borrar los trinos anteriores? ¿Era fácil para los lectores de su cuenta saber cuáles eran los mensajes de la caricatura de la que ha hablado y cuáles eran las ideas del escritor y nuevo titular de la cuenta?
Es posible que algunas personas tuvieran clara la historia, pero en este caso no todos los que participaron en el debate son sus seguidores ni tienen por qué conocer el origen de las publicaciones. Es un caso de desinformación por falta de contexto. Pasa todos los días. En esta ocasión, a diferencia de otras, quien borró el contexto fue el propio autor, cuando la cuenta perdió la presentación original en la que se aclaraba que eran palabras de personajes de novela. Ante la falta de claridad y la facilidad con la que caminan las versiones en las redes, las palabras que, según él, eran de personajes de ficción se atribuyeron al autor. El debate no comenzó, como sostienen el escritor y el presidente Petro, por un exceso de moralismo frente a unas obras literarias. La polémica surgió por unas frases misóginas y violentas que aparecieron en la cuenta de X vinculada al candidato a embajador.
Un caso de desinformación generado en primera instancia porque el autor en vez de abrir una cuenta nueva decidió apalancarse en una ya creada con otro objetivo. El problema es que cuando se pierde el contexto por error, por omisión o de manera deliberada, es difícil saber hasta dónde llegarán las consecuencias. 10 años después unas palabras escritas en la que hoy es su cuenta le siguen pasando factura.
El debate entonces no nace como un cuestionamiento a la libertad que debe existir siempre en la literatura y en la creación artística. La libertad creativa se debe proteger de la censura, de los moralismos y de las estéticas unificadoras con las que sueñan muchos espíritus autoritarios. La libertad hay que celebrarla, protegerla y rodearla de garantías. Algo distinto es el debate sobre lo que es buena o mala literatura y sobre la calidad del arte. Caben todas las conversaciones sobre cuál es el límite que separa las propuestas disruptivas de la simple provocación que busca elevarse a la categoría de arte. Las sociedades tienen derecho a criticar libros y obras de arte y a preguntarse sobre cuál es el papel de pensadores, escritores y creadores porque desde las ficciones se cambian o se sostienen paradigmas, se relata la historia y se interpreta la realidad. Las discusiones son valiosas en una democracia. La censura es otra cosa y nunca es una buena idea. La literatura no tiene la obligación de ser políticamente correcta ni atender a códigos morales o religiosos. Sin embargo, insisto, este debate no fue sobre unos libros, se originó en la desinformación que nació en la cuenta del embajador frustrado y se regó luego como pólvora con todo tipo de ingredientes en las redes.
No ha surgido hasta este momento evidencia de que Mendoza sea un depredador o defensor de la violencia de género, más allá de los trinos que él atribuye a sus personajes. Son pertinentes las preguntas sobre la calidad de su literatura que no califico porque no he leído sus libros. También es bueno discutir sobre las cualidades que deben tener los funcionarios para el servicio diplomático y sobre el origen de la desinformación. Más allá de todo eso vale destacar la reacción generada ante el atisbo de cualquier riesgo de misoginia y promoción de la violencia contra niñas y mujeres. Esta embajada se perdió por sospecha y desinformación. También porque ya pasaron los tiempos de aceptar y tolerar la violencia de género. En algún momento el presidente Gustavo Petro lo debería entender para que deje de sostener en su Gobierno a tanto macho con señalamientos preocupantes.
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