Los malditos
¿Es responsable que un jefe de Estado vaya por su país afirmando, en discursos altisonantes y con clara muestras de enojo, que los miembros del Congreso han de ser malditos? ¿Está bien que Gustavo Petro maldiga a sus opositores?
“Las palabras tienen poder”, repiten de manera incesante aquellos amigos de las supercherías, convencidos de que por el mero hecho de lanzar una frase llena de pesimismo el futuro estará plagado de momentos infaustos. Por ejemplo: si algo que uno debía hacer para el trabajo no resultó como el jefe lo necesitaba, viene el llamado de atención. La autorrecriminación. Y, luego, en diálogo informal uno dice: “me quiero morir”. Enseguida, como por arte de magia aparece el supersticioso con su potente, “las palabras tienen poder”, buscando así conjurar los deseos fúnebres de un frustrado asalariado.
Es claro que el presidente Gustavo Petro no es un hombre que apoye su actuar en la metafísica de las religiones o las magias. Sin embargo, cuando un presidente y líder político de su tamaño afirma algo, lo que sea, sin duda eso que dice viene investido con poder. Muchísimo poder. El poder que da ser la cabeza de un movimiento político con decenas de miles de seguidores, muchos de ellos fanáticos irreductibles. El poder que otorga ser presidente de la República. Ese mismo poder que al otorgársele por vía democrática exige también un altísimo nivel de responsabilidad hacia todos los estamentos de la sociedad. Ese mismo poder que de desbocarse puede desembocar en el acabose para el país.
¿Es responsable que un jefe de Estado, el que sea, vaya por su país afirmando, en discursos altisonantes y con clara muestras de enojo, que los miembros del Congreso han de ser malditos? ¿Está bien que el presidente maldiga a sus opositores?
Lamentablemente, mientras el presidente anda en sus interminables diatribas, no hay quien pueda decirle “las palabras tienen poder”. Pero es que no debería hacer falta. Él es consciente de ello y, sin embargo, en un acto cargado de un repugnante morbo repleto de ansias de venganza y reivindicación, lanza la frase que puede terminar siendo una condena.
Decirle “malditos” a los miembros del Congreso de la República es insistir en el golpe blando que el presidente Petro hace rato quiere hacerle al poder legislativo de nuestro país, pero que se le olvida cuando ese mismo órgano aprueba iniciativas que sí son de su agrado. Los congresistas no eran malditos cuando aprobaron la reforma que terminará atomizando entre los mandatarios regionales los recursos de la nación, así como tampoco lo fueron al aprobarle la reforma pensional. Pero basta con que le nieguen algo. El presidente se convierte en el Kiko de la vecindad del Chavo del Ocho que con gritos de “no me simpatizas” sale corriendo hacia la casa de su “pueblo” para acusar a los Chavos del Congreso de no dejarlo hacer lo que él quiere. Como si los Congresistas fueran notarios y él dictador. Como si no pudiera existir el disenso.
“Malditos”, les grito a los congresistas desde su atril en Barranquilla. Consciente de lo que significa una maldición. Consciente de que al hacerlo puede estarlos condenando, no a convertirse en almas penitentes como creen los católicos, sino a que algún demente complete lo que él no puede hacer: asestando un golpe certero hacia el Congreso de la República. Porque así él no quiera aceptarlo, sería feliz gobernando sin Congreso. Sería feliz imponiendo lo que se le viene en gana. Y eso, presidente, no es democracia. Maldecir a sus contradictores no es democrático, sino de tiranos. De hecho, es algo que le gusta mucho a su amigo, el Maduro vecino. ¿O es que esa relación ya se acabó?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.