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Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Subvertir no es gobernar

Petro y su Gobierno decidieron desbalancear el sistema de salud. El resto es una cascada financiera que termina en la intervención de las buenas EPS y en socializar las pérdidas del sistema de salud

Protesta contra las reformas de Gustavo Petro el 6 de marzo 2024 en Bogotá, Colombia.
Protesta contra las reformas de Gustavo Petro el 6 de marzo 2024 en Bogotá, Colombia.Luisa Gonzalez (Reuters)

El que ha sido no deja de ser. Si desde la adolescencia una persona tiene la convicción de que todo funciona mal, tan pronto pueda, tratará de que las cosas dejen de funcionar como lo hacían y empiecen a funcionar como se le antoja que debieran hacerlo.

Gustavo Petro parece responder a esa descripción. La fase negativa, destructiva y subversiva de esa actitud es fácil. Destruir no es complicado, pues las organizaciones dependen de unos pocos pilares básicos que hay que sustentar día a día con suma dedicación y empeño.

Pongo varios ejemplos: la seguridad en las calles y los campos, la actividad petrolera, la construcción de carreteras con base en la recuperación de costos con peajes, y los servicios de salud.

Si se descabeza a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional de buena parte de sus generales y coroneles, que tomó décadas formar, entrenar, enviar al territorio nacional para conocer los problemas, analizar las amenazas y las organizaciones criminales, aprender a combatirlas y saber de sus tentáculos; si se deja acéfalas a esas instituciones, se les da la orden de no atacar a los malos, se saca de la cárcel a criminales muy peligrosos, so pretexto de que ayuden a la paz, no debería sorprender que la inseguridad cunda. En suma, la seguridad es un asunto frágil que se puede socavar desde la cabeza.

Tanto se puede decir de la actividad petrolera y gasífera, que se irá marchitando paulatinamente porque a Petro y a un grupo de sus activistas no les gusta. Lo dijo en campaña, lo repite cada que puede, en Colombia y el exterior. Se lo celebran un par de profesores y activistas en cada país a donde va. Parece importarles poco que sea una actitud temeraria para 18 departamentos y 200 municipios donde opera esa crucial industria; inclusive para todos los 1.120 municipios adonde llegan las regalías; y para el propio Gobierno nacional, pues esa industria extractiva es la mayor fuente de impuestos y dividendos. Tienen la convicción de que la humanidad y Colombia estarían mejor tan pronto se deje de producir hidrocarburos, y están dispuesto a casar a Colombia en esa apuesta, descabellada desde mi punto de vista. Petro lo dijo, lo prometió, convenció a jóvenes y adultos de esa convicción subversiva, y lo eligieron. Les está cumpliendo.

Algo aparentemente tan sólido como la industria petrolera y gasífera, que tiene una bonanza en Brasil, Guyana, Estados Unidos y muchos países de Asia, África y Europa, puede marchitarse pronto en Colombia, pues en el fondo es frágil. Toda organización en el fondo lo es. Depende de incentivos para que muchísima gente se levante cada día a trabajar y organizarla. Sin esos incentivos, la gente no lo hará y la desorganización cundirá.

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Lo mismo está buscando con la construcción de carreteras por parte del sector privado. Si no se deja cobrar los peajes prometidos, ni se aumenta su valor año a año, si no se cumple con el compromiso estatal de las llamadas Vigencias Futuras; será insoportable la incertidumbre para realizar inversiones que toma décadas recuperar. Tan fácil es socavar la construcción. Resulta que el señor Petro cree que las autopistas y carreteras son para los ricos. De dónde saca esa convicción, es difícil saberlo. Pero más de once millones de jóvenes y adultos lo respaldaron cuando lo dijo.

Ahora es el turno de la salud. Es un servicio difícil de prestar en cualquier parte del mundo, pues mucha gente sufre de dolencias costosísimas y no tiene capacidad de aportar para asegurarse. Por eso depende de la solidaridad de millones de personas, que se enfermarán poco a lo largo de la vida, y aportan mes a mes para asegurar los servicios. Además de esa solidaridad social, en el otro platillo de la balanza están los costos de tratamientos, intervenciones y consultas. Cada día suben y es clave controlarlos y mantenerlos en niveles de eficiencia. De lo contrario cualquier sistema, por solidario que sea, se desbalanceará y quebrará. El Gobierno será el pagador de última instancia, o si no, será la salud y el mal servicio a los pacientes el que pague.

Petro y su Gobierno decidieron desbalancear el sistema de salud no pagando los llamados Presupuestos Máximos y no actualizando la Unidad de pago por capitación (UPC). El resto es una cascada financiera que termina en la intervención de las buenas EPS y en socializar las pérdidas del sistema de salud. Hacia delante, no se controlará los costos y más pronto que tarde, los votantes de Petro verán lo que es un sistema de salud administrado por el Estado.

Muchos de los que apoyaron a Petro en las elecciones, o que le dieron la bendición técnica para que ganara, ahora se rasgan las vestiduras. Uno creyó que controlaba la explosión; otro que limitaba sus excesos fiscales; otro que podía imponer una versión organizada en el plan de desarrollo, y muchos otros esperaron que fuera a ser razonable y se indignan con el desquiciamiento. Pero le ayudaron a ganar. Muy cara nos salió esa ingenuidad, que, como dice el dicho, se ve muy fea en los grandes.

No creo que la explosión se haya descontrolado. Creo más bien que este señor sabe de explosivos y ellos no. La destrucción, como decíamos, es la parte fácil. Esa es la que observamos ahora. La reconstrucción es la parte difícil. No se deja ver cómo recuperaremos la seguridad, la fuente de divisas e impuestos de los hidrocarburos, los recursos y la capacidad empresarial para hacer carreteras, y finalmente, una salud pagable y de buena calidad. Eso sin hablar de otras destrucciones.

Subvertir no es gobernar. Es sólo subvertir. De eso sabe el presidente Petro. Gobernar requiere otras destrezas, de las que él y su equipo parecen carecer. Más de once millones de personas se dejaron cabestrar y ahora ellos, y los otros 40 millones de colombianos, pagaremos la cuenta.

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