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Empresarios
Columna
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Empresarios contentos

Para los empresarios tener éxito económico en Colombia es difícil, sobre todo porque aquí el fracaso es una condena, una muerte bancaria, tributaria, familiar y social

Brayan hace aseo en la tienda donde trabaja en Soacha Colombia
Un joven limpia un pasillo de una tienda en Soacha (Colombia), en mayo de 2023.Diego Cuevas

En Colombia pareciera haber tres bandos con opiniones distintas frente a los empresarios. Uno quiere promoverlos, ayudarlos y alaba el emprendimiento de los jóvenes que se arriesgan a iniciar una compañía. Allí están las Cámaras de Comercio, las incubadoras y los gremios, que tratan de que no los aniquilen a punta de impuestos, licencias, tasas y contribuciones, burocracia y regulaciones. Este bando pro-empresa quiere contentos a los empresarios establecidos y nuevos, para que sigan apostando por Colombia.

Otro bando descree y desconfía de los empresarios, mira con recelo que su motivo último sea el lucro y producir ganancias para sus dueños. No entienden cómo en esa búsqueda egoísta del beneficio propio puede haber, de contera y sin proponérselo, un beneficio para la sociedad.

Descreen de que, al producir pan, el panadero ayuda a las familias en los desayunos; al vender gasolina, el refinador ayuda al transporte rápido y eficiente; al crear películas, el productor ayuda al entretenimiento y a crear ilusiones positivas para la gente; y el de las almohadas y colchones ayuda a dormir mejor.

En su opinión, esos empresarios ayudarían más si no buscarán el lucro, la eficiencia, producir a costos competitivos y obtener el máximo de ganancias. Si, alternativamente, los guiara un funcionario público y les dijera cuánto producir de cada cosa, a qué costo y para quién, de pronto los empresarios estarían menos contentos, pero la sociedad sería más feliz.

Existe un tercer bando, inspirado con que haya más y más empresarios, que compitan en mercados libres; pero que se siente incómodo cuando los empresarios están contentos. Me ubico en ese bando.

Me explico. Hay empresarios y empresarios. No todos son iguales. La cepa que, siendo buena es insuficiente, es la de los empresarios contentos. Aquellos que se contentan con la empresa que tienen y no quieren arriesgar más, ni duplicarla tan pronto puedan, ni seguir invirtiendo en otros sectores.

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Una vez alcanzan determinado nivel, que para algunos puede ser entre uno a diez millones de dólares de ventas, que pueden pagar los colegios de los hijos y el club, y dedicarse al tenis o al golf. Si deciden acomodarse en esa situación, dejan de arriesgar como cuando nacieron a la vida empresarial.

¿Cuál es la insatisfacción con la cepa de empresarios contentos? Colombia es un país con 17 millones de personas a las que no les alcanza para comer bien cada día, pagar el colegio de sus hijos y las cuentas del mes. El empresario contento aplana la ambición de la economía. Colombia necesita multiplicarse por dos, al menos, para crear empleos buenos y bien pagos para esas 17 millones de personas a las que está economía y este país actual no les alcanza. Por eso crecer es tan importante y decrecer sería descabellado.

Para no ser injusto, se debe reconocer que hay empresarios que en determinadas circunstancias no pueden crecer más. Tener un éxito económico en Colombia es difícil. Enfrentan un montón de limitaciones para crecer: limitado acceso al crédito, particularmente después de una quiebra; permisos y licencias en ciertos sectores; o empresas grandes que limitan la entrada de competidores con regulaciones.

Pero en el caso del empresario que se contenta con lo que tiene, cabe preguntarse: ¿Por qué sucede? Aventuro una hipótesis: el fracaso en Colombia es una condena a la muerte empresarial, bancaria, tributaria, familiar y social.

Si fallar en hacer empresa se convierte en un estigma y lleva a que se cierren todas las puertas y convierte al empresario fallido en un paria económico y social, terminaremos con empresarios excesivamente conservadores, aferrados a lo que ya hicieron bien en el pasado, refractarios al cambio y al riesgo.

Hago el contraste con la cultura norteamericana, donde un empresario se puede quebrar una, dos y más veces, y en su entorno lo ven como una persona decidida que sigue intentando, lo cual es profundo y positivo; revela un empeño y empuje que es clave y ejemplar. Algún día, si sigue así, esa persona será millonaria, tendrá muchos empleados, merecerá su fortuna y habrá contribuido de forma crucial a su pueblo, su ciudad y su país.

Es lo que en Estados Unidos llaman el fresh start o new beginnings. La posibilidad de empezar de nuevo. Reinventarse. Para lo cual a veces cambian de ciudad, de estado y hasta de nombre. Es una sociedad y una economía que no solo perdona el fracaso, sino que lo entiende, lo valora y lo ve como la clave del próximo éxito.

No es así entre nosotros. Aquí el fracaso es el fracaso. Y punto. Sus consecuencias son muchas veces devastadoras para una persona y una familia. Con esta cultura es entendible que muchos de nuestros empresarios exitosos no quieran seguir arriesgando.

En el país del norte hay una obsesión con la expansión, con crear más y más empresas, o arriesgar más en las que tienen, e irlas ampliando a nuevos mercados y geografías, volverlas internacionales y ojalá globales. Go big or go home.

Claro está, una economía basada en semejante ambición y apetito tiene a veces crisis de sobreinversión y sufre recesiones dolorosas. Pero es una economía que no desperdicia a su gente e incluso necesita inmigrantes. Hoy hay ocho millones de puestos de trabajo sin llenar en Estados Unidos, mientras en Colombia hay 17 millones de personas sin un empleo digno y bien pago. No sorprende la cola india que transita por el Darién rumbo a Norteamérica.

La meta obsesiva de Colombia tiene que ser crear 17 millones de trabajos nuevos, bien pagos, que pongan plata en los bolsillos de las familias. Eso implica duplicar, al menos, nuestra economía. Cualquier cosa menos que eso significa fallarle a la gente. En ese caso la gente responderá escogiendo gobiernos promeseros, fantasiosos, equivocados y malsanos, que refuerzan un círculo vicioso.

Esto requiere 1) un cambio cultural profundo de la cepa de empresarios contentos con lo que tienen; 2) un cambio cultural de la mentalidad que castiga el fracaso; y 3) cambios en la mentalidad de los bancos, la DIAN, el INVIMA y otras entidades, pues son el entorno donde medran o se ahogan los emprendedores.

Habrá que cambiar mucha cosa para que nuestros empresarios se mantengan descontentos y ambiciosos, en pos de más, recuperándose de las quiebras cuando sucedan, y volviendo a arrancar.

La lucha por la felicidad de 17 millones de personas y sus hijos amerita esos cambios. Amerita empresarios descontentos, incesantes, ávidos, arriesgados y obsesivos. Que quieran siempre más.

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