¡No dejemos que se vayan!

El año pasado casi 500.000 colombianos tomaron la decisión de irse del país, sin perspectivas de regresar. Entre las caras de los que regresan, deportados de Estados Unidos, México y Europa, hay más que todo jóvenes entre los 20 y 30 años. La decepción de estar de vuelta en el lugar que abandonaron se recrudece con los recuerdos de las travesías que aventuraron para salir de Colombia; viajes en los que arriesgaron sus vidas en trochas; viajes en los que no pocos cayeron en las redes de trata de personas. Tan fuerte es el deseo de buscar un nuevo paraíso en la tierra —o de huir del infierno en que viven— que no solo hay miles que se juegan la vida por ello sino que, según Gallup, de tener los medios para hacerlo, el 49% de los colombianos abandonaría el país.

¿Qué está ocurriendo?

El desempleo juvenil se ha disparado al 18%, mientras que los secuestros han aumentado un 200% entre 2022 y 2023. La confianza de los consumidores se desplomó un 27,8% en el primer trimestre del año. Las manifestaciones de los últimos años, que han sido llamadas “estallido social”, develaron la inconformidad de los jóvenes y su poder movilizador, y aunque fueron catalizadores del cambio político del país, el cumplimiento de esa promesa no parece estar cerca. Hoy es urgente recoger el llamado original y trazar un plan de acción claro.

Se avecinan elecciones locales. Los futuros alcaldes y gobernadores son los primeros llamados a actuar de manera inmediata, pues, de acuerdo con el Índice Global de Talento y Competitividad (GTCI), el destino de las ciudades está intrínsecamente ligado con la retención de su talento. Las ciudades deben convertirse en lugares que cuiden y retengan a sus ciudadanos.

¿Por dónde empezar?

Seguridad y salud: Nuestros jóvenes están en peligro. La inseguridad los acecha desde la primera hora del día, pues son las primeras víctimas de las guerras entre bandas. Además, la mayoría de suicidios se registran en jóvenes de entre 15 y 30 años. Hay que empezar por transformar nuestros territorios en lugares seguros: seguros en la dimensión física y también en cuanto a bienestar emocional.

Empleo y acceso a capital: Una reforma laboral efectiva debe ser una especie de pavimento. Debe retirar los obstáculos desproporcionados que impiden a los jóvenes vincularse en el mercado laboral. Por otra parte, es crucial reducir los costos de capital para los jóvenes emprendedores. Necesitamos tasas de interés subsidiadas que les permitan adquirir activos productivos y establecer sus propias empresas. En la actualidad, un joven se para frente a un historial crediticio en cero, y si logra superar esas trabas iniciales, se asfixia con las altas tasas de interés del préstamo. Al abaratar el costo del capital para nuestros jóvenes, hacemos menos difícil emprender y, a su vez, los puestos de trabajo generados deben contar con una regulación adecuada para esta etapa empresarial.

Educación y entretenimiento: Para completar este plan integral, hay que garantizar un acceso innegociable a una educación relevante y de alta calidad. Debemos asegurarnos de que nuestros jóvenes reciban orientación vocacional adecuada y cuenten con información sobre las áreas de formación más demandadas a nivel mundial. Y el progreso no debe parar ahí: los jóvenes tienen que tener acceso a entretenimiento y delicias culturales que les permitan disfrutar de su tiempo libre y cuidar de su bienestar físico y mental.

Las ciudades que se volverán destinos de inversión y de progreso serán las que le apuesten al potencial, capacidades y talentos de sus jóvenes. Aquellas en las que, más que crear programas e iniciativas grandilocuentes, se logre reducir y eliminar los grandes males que hacen de la vida un infierno y de la posibilidad de quedarse una alternativa peor a la de arriesgar la vida en una trocha inclemente. A los próximos gobernantes, esto es con ustedes: ¡No dejemos que se vayan!

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