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Tribuna
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La transformación digital requiere de acuerdos analógicos

Cada revolución tecnológica ha traído consigo enormes beneficios para la humanidad y preocupantes impactos. La revolución digital no es la excepción. La respuesta para capitalizar los beneficios y mitigar los costos es, sin embargo, analógica

Foro El impacto de la desinformación en la era digital, en Bogotá, el 6 de junio de 2023.
Foro El impacto de la desinformación en la era digital, en Bogotá, el 6 de junio de 2023.PRISA

Las sucesivas revoluciones industriales han tenido un efecto transformador en nuestras sociedades. Desde el siglo XIX se ha duplicado la esperanza de vida de las personas, se han inventado medicinas que mejoran nuestra calidad de vida, estamos mucho más conectados, educados, y una gran mayoría pasamos a vivir en democracias. Al mismo tiempo, se contaminaron ríos y ciudades, se diezmaron a poblaciones originarias, se generaron conflictos geopolíticos que desembocaron en guerras a una escala inimaginada, y la distancia entre el norte y el sur global creció como nunca antes.

Hoy estamos en medio de una nueva revolución: la digital. Este fenómeno ha traído enormes beneficios en la comunicación, facilitando el comercio, aumentando la productividad, y proliferando información y conocimientos. Actualmente, con el desarrollo que estamos viendo de la inteligencia artificial, los metaversos y la Web 3 se abren una nueva era que permite tecnologías descentralizadas, de automatización de procesos complejos y de habitabilidad de espacios virtuales aplicados a actividades y a una escala nunca antes pensada.

Simétricamente exponenciales son los desafíos que nos presentan. Nos encontramos con sistemas cuyos algoritmos tienen sesgos de género, diversidades y poblaciones racializadas que afectan sus oportunidades laborales o a sus derechos frente a procesos judiciales. Automatizaciones basadas en inteligencia artificial con la potencial expulsión de millones de personas de sus puestos de trabajo. La manipulación de la información y proliferación de mensajes de odio distorsionando el debate público. Si con nuestros likes y “compartir” las empresas pueden anticipar nuestras preferencias, imaginemos el potencial impacto en el metaverso donde los dispositivos de RV también capturan nuestros gestos y emociones. Asimismo, el desafío que presentan los sistemas de vigilancia con potencial de control social y discriminación. Y, no menor, el impacto psicológico disruptivo y adictivo que tiene las redes sociales principalmente en las juventudes.

Además, también existe una ventaja del norte global en estas tecnologías. Por ejemplo, casi el 70% de la inversión en IA se realiza en Estados Unidos, y el BID estima que los beneficios de estas tecnologías será 3-4 veces mayores en los países desarrollados. Asimismo, empresas como Apple, Microsoft, Meta o Google tienen la capitalización bursátil equivalente al PIB de países medianos, y un poder de influencia e inversión aún mayor. Es decir, el desacople entre el norte y el sur global está tendiendo a ir acrecentándose en la era digital.

Todos estos fenómenos impactan a una escala tal que ponen en juego nuestro propio tejido social, nuestras democracias y aún el orden geopolítico global. Asuntos demasiado importantes como para dejarlos en manos de empresarios e inversionistas privados.

Lo primero que debemos hacer es tomar el toro por las astas. Hoy empresas y organismos multilaterales promueves marcos “éticos” para el desarrollo de inteligencia artificial y otras tecnologías disruptivas. Esto no alcanza. Como toda actividad con impacto social tiene que ser regulada para asegurarse de que responda a derechos, inclusión y sostenibilidad. Hay que crear agencias y entes reguladores autónomos con alcance nacional y con estándares globales. No se puede seguir permitiendo el “lejano oeste” sostenido bajo una filosofía libertaria que plantea una falsa dicotomía entre innovación y beneficio social.

Asimismo hay que dar un salto cualitativo en el sur global de inversión en conectividad sustantiva, especialmente rural; en la implementación de políticas diferenciadas para poblaciones vulnerabilizadas; en habilidades y competencias en CTIM, que incluyan a poblaciones subrepresentadas; y el desarrollo de cadenas de valor para el desarrollo de productos y servicios que les permita acceder a mercados globales.

Necesitamos incluir, también, a universidades, sindicatos y sociedad civil en el proceso de diseño, control y monitoreo del impacto de tecnologías. Mecanismos participativos como consultas públicas para dar aportes y comentarios de políticas públicas; paneles de ciudadanos y juntas asesoras; y campañas de educación concientización, pueden ser herramientas muy útiles para lograrlo.

La buena noticia es que muchos de los elementos están ya presentes. Hay una proliferación de movimientos feministas que producen tecnologías que transversalizan el enfoque de género. Un ejemplo es la iniciativa AymurAI en América Latina que produce datos sobre violencia de género a partir de sentencias judiciales. O Papa Reo, una iniciativa en Nueva Zelanda que busca visibilizar la lengua y cultura maorí a través de la ciencia de datos. Asimismo, existen las redes universitarias que producen talentos; organizaciones que promueven la apertura de datos y la ética algorítmica; gobiernos y bancos de desarrollo con recursos para invertir en proyectos; y empresas con desarrollo tecnológico con liderazgo en diversas ramas.

El desafío está en articular estos esfuerzos. Ningún gobierno, empresa o comunidad tiene por si sola la capacidad técnica, el músculo financiero ni la legitimidad para tomar tales medidas en soledad. Solo se podrá lograr con un gran Pacto de Transformación Digital que ponga a las personas en el centro, y se deje de tomar a los desarrollos tecnológicos como cuestiones sectoriales, para que pasen a ser ejes centrales del respeto de los derechos de las personas, la inclusión de sectores vulnerabilizados y de la sostenibilidad social y ambiental de sus actividades.

Este pacto requiere un esfuerzo multinivel para conectar a las partes: debe incluir a espacios multilaterales y agencias de desarrollo; gobiernos, universidades, empresas, movimientos sociales sindicatos e invertir energía en generar los acuerdos y los esfuerzos necesarios. Solo así se podrá tener la fuerza y legitimidad para lograr que la revolución digital sea también un instrumento de derechos y de mejora de la calidad de vida de las personas en cada rincón del planeta. Paradójicamente, este pacto es un esfuerzo estrictamente analógico.

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