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Los penitentes de San Diego: milagros que se pagan con sufrimientos año tras año

Aunque en este pueblo del Cesar terminan lacerados, heridos y exhaustos, ya comienzan los preparativos para las procesiones de 2024

Penitente de la Hermandad de Jesús de Nazareno junto a un mural con su figura en el municipio de San Diego, Cesar, el 6 de abril de 2023.
Penitente de la Hermandad de Jesús de Nazareno junto a un mural con su figura en el municipio de San Diego, Cesar, el 6 de abril de 2023.Chelo Camacho
Diana López Zuleta

El sol del mediodía abrasa el aire que parece estancado. Los penitentes caminan descalzos sobre el pavimento, con gestos de dolor, lamentos y lágrimas. Una mujer de 33 años palidece, se tambalea y levanta los pies como una gallina sobre una lata hirviente. Vestida con una túnica morada, ha ofrecido pagar de por vida la penitencia de caminar los Jueves Santos bajo el sol ardiente que esta vez lleva la temperatura a los 40 grados. Karen Raudales dice que está pagando el precio de un milagro: Jesús Nazareno salvó de morir de meningitis a su hija, la niña que camina a su lado.

La escena ocurre en San Diego, Cesar, pueblo del caribeño norte de Colombia que tiene unos 20.000 habitantes. La tradición lleva 62 años, pero la hermandad de Jesús Nazareno —también llamada cofradía— data del siglo XVI en España. “Tenemos familias enteras que hacen parte de la congregación, y se va transmitiendo esta fe de padres a hijos”, dice a EL PAÍS el presidente de la hermandad, Afranio Arzuaga. La conmemoración, a la que asiste todo el pueblo, comienza el Miércoles de Ceniza y se prolonga hasta después de la Semana Santa. Cuando termina la Pascua de Resurrección, los 400 feligreses comenzarán a preparar las actividades del 2024.

Una vez se hacen realidad los milagros que piden, los penitentes salen a pagar los favores recibidos: caminan en ayunas, a pasos lentos, bajo el sol calcinante. El recorrido de 800 metros se divide en siete estaciones; la mayoría solo ofrece —o puede— llegar a la primera. Algunos no soportan la dura prueba y, a mitad de camino, desisten. “Si la persona no aguanta más, no hay ningún problema, queda debiendo. Es como una deuda con el banco: va abonando y cancelando”, explica Afranio Arzuaga. En cada estación se arrodillan sobre el pavimento y rezan. Las penitencias son uno de los más de 15 eventos de la hermandad.

Los penitentes salen con las sandalias puestas desde la casa de la hermandad hasta la iglesia, donde comenzará la penitencia. En ese recinto los reciben tantos curiosos que pareciera que ya no hay espacio para nadie más. Abren camino para que pase Jesús Nazareno, un santo de yeso de 80 kilos que suben en un anda. La cabellera fue donada por una de las penitentes. Suenan las campanas y todos, penitentes o no, se arrodillan. A las doce de la noche sacarán la estatua a una procesión y caminarán por todo el pueblo hasta las cinco de la mañana. Cuando salen del templo, una banda papayera entona el vals, y el acto se vuelve más solemne.

Por momentos María Ángel Palmera, de 22 años, parece convulsionar. Vestida de falda negra y blusa blanca, gime con angustia. Es la primera vez que paga una penitencia. No tiene ninguna petición específica, su promesa es general. “Prometí pagar por mis pecados. Jesucristo murió en la cruz, en un acto de inmenso amor por nosotros, y memorarlo una vez al año es lo menos que nosotros podemos hacer”, dice. Cuando llegue a la casa meterá los pies en agua tibia con sal. La recuperación puede tardar días.

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Si no fuera por las actividades de Semana Santa, el pueblo entero a esta hora estaría recogido protegiéndose del sol y doblegado por la modorra. En días normales, entre el mediodía y las dos de la tarde, los habitantes cierran las puertas para refugiarse de la calorina.

A otra mujer la sostienen de los brazos. Apenas comienza la penitencia y ya pareciera no soportar más; resuella, con el corazón agitado y sisea una oración. Goterones de sudor le bajan por el rostro. Se calma y vuelve a impacientarse, pero se niega a interrumpir la penitencia. Varias mujeres misericordiosas le abanican la cara.

La muchedumbre avanza hacia los andenes y mira con pasmo, quizá con curiosidad, a los penitentes. En otras calles se sientan en las terrazas para ver pasar la procesión. La Semana Santa en este pueblo es tan sagrada como los acordeones en el festival de música vallenata. Una candidata a la Alcaldía ha aprovechado para promover su campaña regalando sombrillas verdes y blancas con las insignias de su movimiento político. Para atender los posibles desmayos por los tormentos, una ambulancia acompaña la procesión.

Los hombres caminan empapados de sudor, vestidos de túnica negra y capirote. Parecieran resistir más que las mujeres, pero a varios de ellos se les escucha sollozar bajo el sofocante atuendo. Debido a las penitencias, Luis Alfredo Mendoza terminó, en 2019, en silla de ruedas. Alcanzó a pagar las siete estaciones, pero el dolor en los pies fue tan intenso que no se pudo levantar durante varias semanas. Aunque el último milagro solicitado el año pasado no se le ha concedido, ha decidido salir a pagar la penitencia. El muchacho, de 28 años, cree que Jesús Nazareno lo hará cuando lo estime conveniente, en su tiempo.

Álvaro Javier Arzuaga, de 32 años, salió a pagar la penitencia que no pudo completar en 2022. Mientras camina, va orando, pidiendo fuerza. Su deuda con Jesús Nazareno, dice, es para toda la vida. Las llagas con sangre son un castigo que paga todos los años.

La penitencia más cruel es la de Javier Villero. Todo de negro y con los pies descalzos, carga sobre sus hombros una pesada cruz de 30 kilos. Camina jorobado y dice que paga la penitencia por la salud de un familiar. Tiene 58 años y más de 40 en la hermandad. El confinamiento por la pandemia impidió que los penitentes salieran durante dos años.

El sol ha comenzado a atemperar y el aire caliente se ha reposado. Pocas personas logran resistir las tres y horas y media de penitencia. Cuanto más soportan, menos sienten. Con los pies encogidos y en carne viva dicen que lo peor ha pasado, que cumplirán la penitencia y continuarán con la sagrada tradición el año próximo, si Jesús Nazareno lo permite.

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Sobre la firma

Diana López Zuleta
Periodista y escritora, autora de 'Lo que no borró el desierto' (Planeta, 2020), el libro en el que destapa quién fue el asesino de su padre. Ha sido reportera para varios medios de comunicación.

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