Una expedición científica para rescatar la biodiversidad de la Amazonía
La porción amazónica de Colombia padece un proceso de deforestación acelerada y es, probablemente, la región del país menos estudiada
Se adentran en la selva anticipándose a la luz del día. Buscan con binoculares el asomo de las primeras aves, sus cantos y colores en el verdor del trópico. Otros esperan el final del día para avistar anfibios y reptiles, conspicuos cuando cae la oscuridad. La Amazonía es una de las regiones más biodiversas del mundo pero una de las menos exploradas de Colombia. Quince investigadores de flora y fauna han emprendido una expedición para hacer un inventario de las especies de este territorio del país habitado por indígenas.
Le llaman el pulmón del mundo porque genera el 20% del oxígeno de ...
Se adentran en la selva anticipándose a la luz del día. Buscan con binoculares el asomo de las primeras aves, sus cantos y colores en el verdor del trópico. Otros esperan el final del día para avistar anfibios y reptiles, conspicuos cuando cae la oscuridad. La Amazonía es una de las regiones más biodiversas del mundo pero una de las menos exploradas de Colombia. Quince investigadores de flora y fauna han emprendido una expedición para hacer un inventario de las especies de este territorio del país habitado por indígenas.
Le llaman el pulmón del mundo porque genera el 20% del oxígeno de la Tierra. Gobiernos de varios países han hecho un llamado urgente para su preservación. El presidente Gustavo Petro ha marcado entre sus prioridades la lucha por el cambio climático y ha llamado a frenar la deforestación. Pero aunque la Amazonía comprende el 42% del territorio nacional, ha sido poco estudiada.
Por eso, el Gobierno colombiano, a través del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, lanza una expedición en la que durante 20 días un grupo de científicos, internado en la selva, busca recolectar especímenes para generar conocimiento biológico. Con la colaboración del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi) y las comunidades indígenas ha hecho una inversión de 387 millones de pesos (86.000 dólares al valor de hoy). “No sabemos cuánto hemos perdido hasta ahora de la selva amazónica y, para saber a qué nos enfrentamos, necesitamos estudiarla”, dice a EL PAÍS Arturo Luna, ministro de Ciencias. Esta es la segunda expedición que hace el Gobierno; la primera se hizo en los Montes de María y la tercera será en la Alta Guajira.
A las diez y media de la mañana, los investigadores aterrizan en una pista polvorienta en La Chorrera, suroccidente de la Amazonía. Un avión carguero de la Fuerza Aérea los ha trasladado desde Bogotá. Los reciben decenas de indígenas vestidos con trajes tradicionales y carteles de bienvenida en sus lenguas. Tomados de la mano, bailan bajo el sol ardiente y el aire húmedo. La comitiva camina por el borde de un precipicio desde donde se ve el río Igara- Paraná. Bajan por enormes piedras, a orillas del río, para tomar la lancha que los conducirá hasta el pequeño caserío.
En La Chorrera habitan 3.960 habitantes de cuatro pueblos indígenas: Okaina, Bora, Uitoto y Muinane. La mayoría de pobladores se dedican a pescar y cultivar yuca, plátano y mambe, un polvo que se obtiene de la hoja de coca y es consumido como tonificante. Hay casas coloridas de madera y quioscos en algunos claros entre la vegetación exuberante. Por tierra, el único transporte es la motocicleta, y desde La Chorrera hasta Leticia, la capital de Amazonas, un viaje puede tomar 15 días navegando en lancha. Una antena de Internet, instalada por el Gobierno en el centro del caserío, está de adorno porque no sirve. “Aquí no tenemos problema de crimen organizado ni de bandas criminales”, asegura Cristóbal Tetelle, líder indígena.
En La Chorrera y sus alrededores ocurrió un genocidio indígena desde finales de 1800 hasta 1930. Allí se encontraba la sede de la Casa Arana, una empresa peruana dedicada a la explotación intensiva de caucho silvestre en la Amazonía. Sus dueños esclavizaron a millares de indígenas. Quienes se negaban a la opresión —todos ellos de etnias que jamás habían visto hombres “blancos”— les amputaban las piernas o las manos, según fuera la gravedad de la falta, y les torturaban con azotes y cepos. Las cuadrillas de trabajos forzados eran formadas con miembros de diferentes comunidades, con idiomas distintos, para que no pudieran entenderse entre ellos. Colombia toleró este horror, uno de los genocidios más grandes y atroces cometidos en Suramérica con más de 40 mil muertos.
Plantas, reptiles, aves, mamíferos...
El lanzamiento de la actual expedición se hizo en la maloca, gran casa comunal de los indígenas. En una ceremonia tradicional, amenizada con bailes y cantos, varios líderes tomaron la palabra e hicieron reclamos al Gobierno por la falta de acceso a la educación y la nula conectividad en la zona. La expedición científica ha sido bien recibida por la comunidad. “Es muy importante porque nos va a permitir evidenciar qué es lo que tenemos de flora y fauna, y en un futuro saber cómo lo podemos utilizar”, dice Francisco Gittoma, profesor de la etnia Uitoto.
Aunque la expedición en campo durará 20 días, el proceso de identificación de las especies tomará meses. Antes del inicio los investigadores se han reunido con las comunidades para tener su aprobación de explorar el territorio. Los recorridos de observación en los bosques los hacen con guías locales. Se han dividido en grupos de expertos: plantas, lepidópteros, anfibios, reptiles, aves, peces, macroinvertebrados de agua, macroinvertebrados de suelo, y mamíferos pequeños, medianos y grandes. “Con los datos que obtengamos podremos ampliar el conocimiento sobre la distribución geográfica de las especies. Hay unas que son nuevas para la ciencia y es muy importante hacer sus nominaciones”, explica la investigadora Mariela Osorno. Bióloga y coordinadora del programa Ecosistemas y Recursos Naturales del Instituto Sinchi, sale a colectar reptiles en la noche. Los mete en una bolsita de tela, los fotografía e inspecciona. Si la especie es desconocida, la llevará a una de las colecciones biológicas.
Con el acompañamiento y asesoría de los indígenas, los investigadores arman campamento monte adentro y duermen en hamacas. Para la travesía van preparados con un botiquín de primeros auxilios por si se llegase a presentar un accidente, como la mordedura de una serpiente venenosa. La investigadora Natalia Tuesta instala cámaras trampa en puntos estratégicos del bosque para capturar imágenes de mamíferos pequeños y medianos que son difíciles de ver. Las cámaras tienen un sensor que se activa cuando un animal pasa. Natalia también camina por los senderos en busca de huellas y feca, y conversa con la comunidad sobre las especies; algunas son conocidas por el nombre de la lengua indígena, no por el científico. Los investigadores llevan un diario de campo para consignar las descripciones del hábitat de las especies.
Para colectar aves de sotobosque, el investigador Diego Carantón instala redes de nieblas. “Es mucha la información que podemos obtener con un ave en la mano: el sexo, la edad, la condición biofísica, si es migratoria o está en reproducción, el tamaño de las alas y el pico”, cuenta. Una vez toma los datos y captura las imágenes, libera el animal. Colombia es el país más biodiverso en aves, con aproximadamente 2.000. Aunque no están censadas, Carantón cree que hay por lo menos 1.200 especies en la Amazonía.
La expedición también permitirá evaluar si hay especies en vías de extinción como los tapires. Nicolás Castaño, investigador botánico del Instituto Sinchi, tiene la esperanza de encontrar zamias, un grupo de plantas que han sobrevivido desde la era mesozoica y ha sido declarada en amenaza. Castaño recorre la selva con tijeras podadoras y un cortaramas para colectar los especímenes y preservarlos. Al final de este trabajo de investigación, el Ministerio hará un informe gráfico y detallado con los resultados de la investigación. Les contarán a las comunidades qué encontraron en su territorio y cómo preservar las especies.
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