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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Peleas de machos

Ser un intelectual de izquierda no puede ser una patente de corso para cometer abusos sexuales. Tampoco si se es de derecha, o si se es homosexual, trans o una persona no binaria

Víctor De Currea-Lugo
Víctor De Currea-Lugo, dejó en manos del presidente Gustavo Petro la decisión final su designación definitiva como embajador de Colombia en Emiratos Árabes Unidos.rrss
María Jimena Duzán

A los acosadores sexuales que siempre vivieron a sus anchas, protegidos por un sistema patriarcal que los convirtió en intocables, se les acabó hace rato su fiesta. Pero ellos siguen como si nada. En lugar de entender que el mundo cambió, que ya no se tolera el acoso en ninguna de sus formas y que cada vez son más las mujeres que salen a denunciarlos y a exponerlos, niegan sus delitos y, cuando quedan expuestos, se enroscan como las serpientes antes de lanzarse sobre su presa. Pierden su capacidad de reflexión crítica, se inventan enemigos que no tienen y en lugar de asumir sus culpas y responderle a sus víctimas, las menosprecian y se montan la película de que son víctimas de una persecución intergaláctica.

En Colombia, un país machista y patriarcal, sigue siendo muy difícil denunciar a los acosadores. Pese a que el acoso sexual es considerado un delito desde el 2008 que tiene entre uno y tres años de cárcel, sigue siendo una práctica tolerada en muchos círculos de poder, sobre todo en colegios y universidades. Las victimas todavía tienen mucho miedo a la hora de denunciar y por eso la mayoría de las denuncias son anónimas. Hace poco se denunció una red de tráfico sexual en el congreso colombiano pero nadie quiso dar nombres. Debido a que muchos de los acosadores son importantes figuras públicas –varios son intelectuales que posan de progresistas, o son reconocidos profesores, investigadores, políticos y periodistas– muchas víctimas se han visto forzadas a denunciarlos en las redes, un medio en el que se sienten más seguras.

Como la justicia en Colombia sigue siendo patriarcal, muy pocas víctimas denuncian a sus acosadores penalmente, pese a que en los últimos dos años hay una nueva jurisprudencia que protege a las víctimas de la violencia de género por encima de la reputación de sus presuntos acosadores. El hecho de que las víctimas no denuncien a sus acosadores penalmente les permite a ellos decir que no tienen deudas con la justicia y que contra ellos solo hay rumores. No se resignan a perder su estatus de intocables y en lugar de contribuir a un debate constructivo sobre lo que debe ser una relación consentida o consensuada, y sobre cómo asumir las relaciones de poder, han optado por declararle la guerra a todos los medios, periodistas y ciudadanos que se atrevan a darle voz a sus víctimas: peleas de machos.

Eso sucedió hace poco en Colombia con un prestante profesor y reconocido intelectual de izquierda quien tuvo que renunciar a su nombramiento como embajador luego de que una de sus víctimas aceptó contar en mi podcast cómo el profesor intentó violarla. Aunque la victima pidió que se le protegiera su identidad por temor a represalias, su testimonio fue contundente y el profesor se vio obligado a renunciar. Sin embargo, cuando anunció que desistía del nombramiento, ni siquiera mencionó el duro testimonio en su contra y cerró su comunicado con la insólita frase: “la lucha contra la inquisición sigue”.

Decir que las acusaciones por violencia sexual son una estrategia para castigar a los grandes intelectuales de Colombia por ser hombres de izquierda y partidarios de la causas como la Palestina –con la que yo también comulgo– es realmente una gran estupidez. Como también lo es el decir que detrás de todas las denuncias lo que había era una estrategia política para golpear al gobierno de Petro, como si la mujer que contó cómo fue acosada hubiera sido sembrada por la oposición del Centro Democrático. Usar la violencia sexual como un arma política es el recurso de los machos.

Esta manera de inventarse inquisiciones donde no las hay demuestra una profunda crisis ética en gran parte de la intelectualidad colombiana que posa de progresista. Ser un intelectual de izquierda no puede ser una patente de corso para cometer abusos sexuales. Tampoco si se es de derecha, o si se es homosexual, trans o una persona no binaria. Preocupa también el silencio de universidades como la Javeriana, que ha sido blanco de varias denuncias de alumnas que dicen haber sido víctimas de acoso, y de colegios como el Marymount.

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También resulta inexplicable el silencio del Gobierno en el caso del profesor. Para las víctimas de la violencia de género, hubiera sido muy importante que esta renuncia hubiera estado acompañada de un pronunciamiento del gobierno en contra del acoso sexual, hecho que no se produjo.

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