Libertad y orden en la granja
No hay sociedad funcional sin respeto a la autoridad. Pero hay que ejercerla con ética, eficiencia e inteligente manejo de la lengua
El ser humano, cuando comenzó a serlo como nos reconocemos hoy, entendió que la supervivencia dependía de la fijación de unas reglas de convivencia que hicieran posible conservar a una especie que no es la más rápida, ni la más fuerte, ni la más resistente al frío o al calor, ni la de mejores mandíbulas.
Un endeble bípedo, con más espíritu de presa que de cazador, debía confiar en su cabeza y en la manera de encadenar varios cerebros para, a partir de liderazgos, hacerles frente a los problemas y a otros seres físicamente mejor dotados. Y hambrientos.
Como las columnas de opinión no pueden pretender competirles a los libros de historia, diremos únicamente que la civilización (tan escasa en estos predios) nos ha llevado a un estadio tal, que la verdadera autoridad no se hereda ni se recibe del cielo. Se gana a pulso, sea por elección o reconocimiento, pero solo es acatada cuando se ejerce con transparencia, efectividad e inteligencia. Conceptos que funcionan muy bien en la tinta y el papel, pero cuyo ejercicio es algo más complicado.
¿Debemos honrar la autoridad de funcionarios que se enriquecen con coimas? ¿Hay que obedecer a uniformados con escasa formación que se sobrepasan en el uso de la fuerza y salen a las calles desprovistos de un mínimo cuidado por los derechos ajenos? ¿Se impone respetar a legisladores que actúan con la prioridad de beneficiar intereses y agendas particulares? ¿Obra aceptar a quien ejercen liderazgos endebles?
El espíritu de supervivencia nos indica que no deberíamos someternos a quienes, o a aquello, que nos vulnera y amenaza. Pero el contrato social que nos ha llevado de la barbarie a la menos barbarie impone acatar normas, reglas y estructuras, so pena de volver a arrancarnos las entrañas unos a otros. Aquello de “libertad y orden” no es un lugar común de nuestro escudo. Es un principio básico, pero poco practicado, de esta nación: sin orden, no hay libertad.
La autoridad se consigue en las urnas, pero se hace real cuando los gobernantes son justos. La autoridad se logra con un nombramiento, pero se consolida con procederes rectos y en beneficio de la gente. La autoridad viene con los uniformes, pero cristaliza cuando quienes los visten actúan con sensatez. “Respete para que lo respeten”, es una frase que hemos oído todos. Cinco palabras que son piedra angular de la vida en comunidad, de las sociedades que no quieren regresar a las cuevas.
Quienes detentan la autoridad legítima y el liderazgo deben cuidar otra cosa: la lengua, azote de la dignidad que ostentan. En un ensayo de 1946, George Orwell anotaba cómo el caos está ligado a la decadencia del lenguaje. “El lenguaje político”, escribió, “está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades (…) y para dar una apariencia de solidez al mero viento”.
Que tomen nota aquellos granjeros que no quieran, con sus declaraciones falaces, propiciar una peligrosa rebelión en la granja.
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Retaguardia. Se defiende con obsesión a la Primera Línea mientas se torpedea la primera línea del metro de Bogotá. Ironías.
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