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Gobierno Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y la democracia, ahí

Los comandantes de las Fuerzas Armadas reconocen sin problema a un exguerrillero como comandante en jefe

Luis Fernando Navarro, saluda a Gustavo Petro
El comandante de las Fuerzas Armadas de Colombia, Luis Fernando Navarro, saluda a Gustavo Petro, este domingo.COLOMBIAN PRESIDENCY (via REUTERS)

En una posesión cargada de símbolos y de mensajes, tal vez el más importante fue uno que se ha repetido en cada cambio de Gobierno y que esta vez tuvo un sabor distinto: cuando a las 17.30 de este 7 de agosto comenzaron los honores militares al presidente Gustavo Petro, rodeado de la cúpula militar, fue claro que la democracia colombiana, tan golpeada, tan llena de problemas y defectos, tan adolorida, se sostiene a pesar de todo.

No es detalle menor que los miembros de las Fuerzas Armadas reconozcan como su comandante en jefe a un hombre que en algún momento formó parte de un grupo guerrillero y como tal fue un enemigo a combatir. Fue hace muchos años, pero aún en la campaña algunos usaron ese pasado como un argumento en su contra. Muchos incluso apostaron que el país no estaba listo para esta transición y que un exguerrillero no llegaría a la presidencia. Tal vez por eso en su discurso el presidente dijo “Estamos acá contra todo pronóstico”.

Al terminar los honores, cuando los generales le hicieron el saludo militar y le estrecharon la mano al presidente Petro, se consolidó una transición pacífica y democrática del poder en Colombia, y quiero pensar que se abrió un nuevo camino hacia la paz. Ese saludo tradicional es un símbolo que esta vez estuvo al lado de muchos otros que cambiaron la cara de las ceremonias de posesión presidencial: una fiesta abierta a la gente; la espada de Bolívar como protagonista, María José Pizarro, la hija del asesinado jefe del M-19 Carlos Pizarro poniendo la banda presidencial; las mariposas; las banderas de colores venidas de mil rincones; la música; los vestidos cargados de significados; Caño Cristales como escenario para la imagen oficial del presidente… Para el Gobierno entrante era importante dejar claro de todas las maneras posibles que comienza una nueva era.

Tan claro fue el cambio de Gobierno que la primera orden del nuevo presidente fue pedir el traslado de la espada de Bolívar a la ceremonia, echando para atrás una de las últimas decisiones de Iván Duque, que ordenó dejarla en la Casa de Nariño. Es la misma espada que en su primer acto proselitista se robó el grupo guerrillero M-19, al que perteneció el hoy presidente. Será la primera pero no la única decisión que cambie el nuevo Gobierno. En su discurso de posesión el presidente Petro trazó su hoja de ruta y reiteró que habrá muchas novedades.

Planteó un decálogo de tareas, en las cuales se comprometió primero con la búsqueda de “la paz verdadera y definitiva”, y para llegar a ella planteó también la necesidad de cambiar la política contra las drogas, porque calificó esa guerra como un fracaso rotundo. Recordó que estará abierto al diálogo. Invitó a los violentos a dejar las armas, recordó que su idea es trabajar por los más vulnerables y gobernar “con y para las mujeres de Colombia”. Habló de la inequidad histórica y fue enfático en la prioridad que tendrán los organismos de seguridad: batallar contra la corrupción. También en su discurso, Petro dejó claro que aspira a un liderazgo internacional, y cada anuncio amerita análisis y debate porque no hay duda: lo que viene es distinto y no se trata solamente de los símbolos, por vistosos que ellos sean. Se trata de buscar cambios de fondo en las políticas públicas.

La posesión fue una fiesta colorida y emotiva, pero a partir de hoy mismo Petro tendrá que pasar de los símbolos a los hechos porque la expectativa es inmensa, los retos difíciles, muchos no creen en su proyecto y otros le apuestan al fracaso. Las mayorías que ha logrado en el Congreso son frágiles y la política tradicional ya comenzó a mostrar sus dientes en el proceso de elección de Contralor. Los congresistas que aterrizaron a última hora en su coalición le van a cobrar cada voto de cada proyecto, y su tarea y la de su Ministro del interior será saber balancear la relación con la vieja política, porque la necesitan para hacer cambios pero no pueden sucumbir ante ella. Son las paradojas del poder. Para poder hacer las reformas laboral, pensional, de salud, de educación, lo primero será conseguir recursos, y para pasar la reforma tributaria necesita de esa política concreta que se cuenta en votos.

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“Nosotros no podemos fallar” le dijo el presidente a sus ministros en el momento de posesionarlos. Tiene razón. A pesar de que es un lugar común prometer en la campaña y no cumplir en el Gobierno, el de Petro tiene un ingrediente inédito: se ha presentado como el Gobierno del pueblo y para el pueblo. El primer Gobierno de izquierda, el que tiene en el centro a los más pobres, a los excluidos de las regiones que han estado alejados del poder. Ese pueblo al que representa Francia Márquez como vicepresidenta. Ella, con seguridad, estará recordando de dónde vinieron los votos que les dieron el poder.

Los nadies participaron de la fiesta de posesión y resulta difícil no conmoverse ante las imágenes de colombianos venidos desde los lugares más apartados con una bandera en la mano y la esperanza pintada en el rostro. Ojalá no les fallen, pero ahora viene lo difícil: gobernar y tratar de cumplir en medio de aguas turbulentas. Es imposible resolverlo todo y el tiempo dirá si Petro hace historia más allá de ser un ex guerrillero que llega a la presidencia y a quien rindieron honores los generales de la cúpula militar.

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