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Juan Diego Soler: “Cada año deberían formarse 100 estrellas, pero solo está naciendo una”

El astrofísico colombiano presenta ‘Relatos del confín del mundo y del universo’, en el que narra su investigación en la Antártida, desde donde lanzó un telescopio en globo para tratar de entender el origen de las estrellas

El astrofísico colombiano Juan Diego Soler en la Antártica.
El astrofísico colombiano Juan Diego Soler en la Antártica.Steven Benton
Juan Miguel Hernández Bonilla

Lo primero que hizo el astrofísico colombiano Juan Diego Soler (Bogotá, 40 años) al terminar de escribir su libro Relatos del confín del mundo y del universo fue ir al cementerio de París y dejar una flor en la tumba del contralmirante Jules Sébastien Dumont d’Urville, un explorador francés del siglo XIX, famoso por sus viajes a la Antártida. Las expediciones de Dumont d’Urville alimentaron la obsesión que desde niño tenía Soler por el Polo Sur y le sirvieron de brújula para escribir el libro. “Yo no creo que haya vida después de la muerte”, aclara Soler, “pero fui a la tumba del contraalmirante y le dije ‘gracias’”.

En el libro, publicado recientemente por Penguin Random House, Soler intercala los recuerdos y los hallazgos de su viaje de investigación doctoral a la Antártida en 2010 con hechos y personajes históricos determinantes para entender la complejidad de un lugar inhóspito, habitado por focas, ballenas y pingüinos, que alberga el 70% de las reservas de agua dulce del mundo. “Escribí este libro para contarle a mi hija las aventuras que viví en la Antártida y para ayudar a que nadie se olvide de lo que hombres como d’Urville hicieron por la ciencia”.

La mayoría de los capítulos de Relatos del confín del mundo y del universo comienzan con epígrafes de Rimbaud, Novalis y Pessoa, pero el poema que resume el libro es del japonés Haruki Murakami, explica Soler y comienza a recitar de memoria: “Es difícil encontrar la diferencia entre el mar y el cielo / entre el viajero y el mar / Entre la realidad y las obras del corazón”. Soler trabajó muchos años en el Instituto Max Planck de Física en Munich, Alemania, y ahora hace parte del Instituto de Astrofísica Espacial y Planetología de Roma, Italia.

Pregunta: ¿Qué sintió al llegar a la Antártida?

Respuesta: Sentí como si una aspiradora se estuviera llevando toda la humedad que había en el ambiente. Apenas me bajé del avión militar en el que íbamos, la piel se me puso muy tensa, a las tres horas ya tenía resecas las comisuras de los labios, de los ojos, las orejas... Todo seco.

P. ¿Cómo si estuviera en un lugar árido?

R. Sí, la Antártida es un desierto de hielo. Es más seco que el Sahara.

P. A pesar del frío y de la nieve.

R. En la Antártida, la nieve no tiene la consistencia que uno se imagina, con la que se pueden hacer bolas o muñecos. Su textura es más parecida a la de la arena. Me impresionó también que no hay verde y que no huele a nada. Es un territorio absolutamente aséptico. De pronto, se siente un olor fuerte como de pescado: están llegando los pingüinos. Pero se van y todo vuelve a oler a nada. Sin embargo, creo que la sensación de la ausencia de humedad es la que encapsula lo extraterrestre de este lugar.

P: ¿Cuándo y por qué fue hasta allá?

R: Llegué en septiembre de 2010 para hacer mi trabajo de investigación doctoral en Astrofísica, que consistía en diseñar, construir y mandar al espacio un telescopio en globo. Me devolví a mediados de diciembre, para estar en navidad con la que ahora es mi esposa.

P. ¿Cuál era el objetivo de ese telescopio en globo?

R. El telescopio que hicimos buscaba observar y medir la luz que no logra atravesar la atmósfera de la Tierra, la luz infrarroja. Antes de que las estrellas generen reacciones nucleares y produzcan suficiente energía para que las veamos en luz visible, existen acumulaciones de gas que brillan, pero solo se ven en infrarrojo. Entonces, si usted quiere contar la historia de cómo nació una estrella, usted tiene que ver esas frecuencias de luz.

P. Hay telescopios como el Alma, en Chile, o el James Webb, en el espacio, que también detectan luz infrarroja, ¿en qué se diferenciaba el de ustedes?

R. Nosotros estábamos tratando de capturar el polvo y el gas en las primeras etapas de formación de las estrellas. Queríamos ver el origen, el nacimiento, la génesis de las estrellas. Estábamos buscando pistas para resolver uno de los problemas más grandes que hay hoy en día en astronomía: la formación de estrellas. Aún no tenemos una teoría que pueda explicar cómo nacen. Las estrellas que observamos estaban más o menos a 1.500 años luz de nosotros. En distancias astronómicas, eso es acá al lado, muy cerca de la tierra. Por eso el telescopio no tenía que ser tan grande.

P. ¿Cuál es el problema en la formación de estrellas?

R. Si usted coge todo el gas que tiene la galaxia y hace las cuentas de cuántas estrellas deberían estarse formando cada año, le daría unas 100, pero en realidad solo está naciendo una estrella al año. ¿Por qué no se están formando más eficientemente? Esa era la pregunta que queríamos resolver.

P. ¿Y qué encontraron?

R. Encontramos que el gas que forma las estrellas está magnetizado, es decir, que no puede moverse para donde quiera libremente, sino que tiene unas direcciones específicas privilegiadas en el espacio. Creemos que eso es lo que está deteniendo la formación de estrellas. En pocas palabras, descubrimos que el campo magnético, aparte de ser fundamental para la vida en la Tierra, también juega un papel determinante en las primeras etapas de la formación de estrellas. Sin embargo, aún quedan muchas preguntas abiertas.

P. ¿Cómo era el globo que hicieron para el telescopio?

R. Era un globo lleno de Helio, hecho con el mismo material plástico con el que se envuelven los sánduches. Cuando el globo despega, se infla solo una décima parte, pero cuando va a 40 kilómetros de altura se expande al tamaño de una cancha de fútbol. Era enorme, tenía un millón de litros de Helio expandido.

P. ¿Por qué decidió escribir el libro?

R. ¿Se acuerda de una escena de Harry Potter en la que Dumbledore tiene una jarra en la que pone sus pensamientos para descansar la cabeza? Eso fue lo que yo hice con el libro. Es un libro que mentalmente estuve escribiendo durante 10 años, pensando en eso que no quería que se me olvidara.

P. ¿Qué anécdota recuerda?

R. Me acuerdo de la primera vez que vi las focas asomándose por entre los huequitos del hielo. Hay algo muy singular cuando uno ve a un animal salvaje, uno siente que lo está mirando otro cerebro. Lo que yo sentí cuando vi esas focas es que había una mente pensante detrás que me estaba mirando y estaba procesando el hecho que yo estaba ahí. No era solamente yo el que estaba mirando, ellas me estaban mirando a mí casi con la misma curiosidad.


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Sobre la firma

Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.

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