El sueño del loro
David R. Knight dedicó la mitad de su vida a embalsamar cadáveres en una agencia funeraria hasta que en 1990 se entregó al apasionado afán por criar aves exóticas
La pareja decidió pasar el día en el pueblo de Banff, provincia de Alberta en el occidente de Canadá. Viven a dos horas de distancia, en la ciudad de Calgary, pero vienen a Banff por estar enclavada en el paraíso: montañas de nieve en un verano de cerros con todos los verdes posibles, senderos por donde se asoman alces y de vez en cuando, tímidos osos que intimidan a cualquiera.
Ella es boliviana, chismosa y aficionada a la ópera. De hecho, canta arias de Aída y acostumbra alejarse muy poco de las manos de él, que la acaricia y le habla y la consiente. Él estudio en Humber College of Mortuary Science hace medio siglo, y dedicó la mitad de su vida a embalsamar cadáveres en una agencia funeraria. No sin nostalgia, dice recordar los funerales de amigos y familiares que él mismo preparó para el último viaje y quizá tanto silencio lo llevó a decidir un cambio de vida: en 1990 dejó la vida funeraria y se entregó al apasionado afán por criar aves exóticas. Se llama David R. Knight y desde hace años vive con nueve pajarracos del Paraíso: 3 de los llamados grises del Congo, un pionus de cresta azul, dos gouldianos australianos y dos amazónicos de cresta amarilla que se llaman Nathan (de 30 años) y la boliviana, Lady Winston que voló de Cochabamba hasta el hombro donde ahora me mira absorta.
El caballero de las aves de Calgary vicepresidente del Calgary Parrot Club, una asociación que procura el cuidado y estudio de estas aves (sujetas a maltrato por mercachifles e ignorantes en otras latitudes). Knight sabe la secreta conformación de sus pequeños cerebros, la consistencia exacta de sus alas perfectas, las horas de su sueño y la dieta que los hace felices. Todo empezó en su niñez y él mismo dice que “nació como pasatiempo, que se volvió pasión… y luego, obsesión… e incluso, un modo de vida”, pues los alquila para películas y programas de televisión, los lleva a asilos de ancianos y escuelas de niños con necesidades especiales e inauguraciones de farmacias y cocteles de la jet. A contrapelo de las nefastas noticias que llegan del Sur, donde narcotraficantes de baja ralea o políticos en fuga malgastan su dinero con la excéntrica locura de fotografiarse con tucanes que en realidad ni aprecian, David Knight es un estudioso de sus aves, un minucioso guardián que no las considera mascotas sino inteligentes acompañantes, capaces de formular palabras y en el caso del maravilloso Freddy, gris del Congo originario de Madagascar (y del tamaño exacto del Halcón Maltés) sostener un vocabulario de 230 palabras (mayor al de un niño de seis años de edad) con el que habla y comenta, con el que conversa ideas más que verificar memorizaciones… y uno se queda pensando en el sueño del loro, de la boliviana que canta Aída y me mira como cosa rara, que le parezco un tenor en desuso y parece reírse cuando le hablo en español.
Sueña que alguien se ocupa del agua que bebes y de la comida para todos los días, peinando el delicado aceite que recubre tus alas como impermeabilizante contra la lluvia y el frío. Sueña que hablas mientras avanzas sobre la orilla de los brazos o pasamanos con el paso enrevesado de tus patas bizcas y quizá contagies la secreta alegría de saberte acompañado, en vuelo sedentario por todos los paisajes que imaginas durante toda una vida en la biografía de un hombre que estudió y vivió tan cerca de tantas muertes para celebrar con plumas de colores que le despeinan las ideas su íntima definición de vida.
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