Nueva York no es ciudad para viejos: los latinos de la tercera edad sufren mayores tasas de pobreza y soledad
A medida que los latinos envejecen, muchos se ven obligados a trabajar hasta edad avanzada debido a la falta de acceso a un retiro digno, ya que la pensión que reciben es insuficiente para vivir

Guadalupe Cholo González llegó a Nueva York a los 17 años, y ha hecho su hogar en el sur del Bronx, donde se aferra a su tienda de discos de música. Sigue trabajando porque necesita un suplemento a su pensión y cumplir con los gastos de sus medicamentos para el cáncer de hueso que padece. Desde su local, desafía el mundo digital, manteniendo viva la tradición de la venta de discos. A pesar de ser ciudadano estadounidense por haber nacido en Puerto Rico, su pensión mensual es insuficiente para seguir viviendo en la ciudad. “Llevo 14 años cogiendo el Seguro Social, no es mucho. Tengo que seguir trabajando”.
González vive con su hermana y se queja de que, con lo poco que tiene, no le llega para buscarse un apartamento propio. A pesar de todo, es afortunado. Otros adultos de la tercera edad que no son ciudadanos estadounidenses se ven obligados a hacer trabajos informales por no tener acceso al retiro del Seguro Social, como Óscar, un señor mexicano de 68 años que toca la guitarra y la armónica en los vagones de las líneas 6 y 7 del metro de la ciudad. Aunque los latinos constituyen solo una pequeña parte de la población de edad avanzada en Nueva York, enfrentan los niveles más altos de pobreza, con un envejecimiento marcado por la falta de acceso a una jubilación adecuada, atención médica equitativa y seguridad laboral.
Óscar, quien no comparte su apellido preocupado por su seguridad, fue víctima de la violencia en México y llegó hace 18 años a Estados Unidos. No se considera un gran músico, pero su arte le permite ganar unos cuantos dólares y mantener una conexión diaria con la gente. Ver a otros tocar en el metro lo inspiró para imitarlos. “Si no toco, no tengo para comer”, dice.

Hay días en los que logra reunir hasta 220 dólares, aunque hay otros en los que sus ingresos son de apenas 50. Óscar recibe una vivienda de parte de la ciudad, pero no comparte el monto por cautela a que se la quiten. En general, lo que gana en el metro lo usa para gastos de comida, transporte o productos para el hogar. Además de tocar la guitarra en el tren, ha encontrado otras formas de mantenerse, como revendiendo artículos de segunda mano o asistiendo a comedores comunitarios. “Hay comedores para la gente de mi edad que por 1 o 2 dólares se puede comer rico”, cuenta.
En la ciudad de Nueva York hay 1,77 millones de personas que tienen más de 60 años de edad. De ellas, el 23% son hispanos. Este sector de la población se enfrenta a un envejecimiento precario y una tasa de pobreza del 23,5%, la más alta entre todos los grupos de adultos mayores en la ciudad, según el Center for Urban Future, una organización sin fines de lucro que se enfoca en reducir la desigualdad. En Nueva York, solo el 23,3% de los latinos tiene un título universitario o superior que puede abrir mejores oportunidades laborales, frente al 46,1% de las personas blancas no hispanas.
Óscar confiesa que aunque el apoyo ha sido de gran ayuda, los años vividos en Nueva York no se sienten como los que pasó en su tierra natal, México, a la que añora profundamente. “Aquí no vivo, aquí sobrevivo”, explica. Por eso, tras darle muchas vueltas, ha decidido regresar a México, donde aún tiene familia y ya ha enviado los ahorros que con tanto esfuerzo reunió en esta ciudad.
Para muchos latinos, la idea de volver a sus países es la forma de tener un retiro digno después de haber trabajado en Estados Unidos. Pero a medida que pasan los años, a muchos se les hace difícil dar ese paso y terminan envejeciendo en el país sin un apoyo adecuado para la jubilación. Envejecer en Estados Unidos no solo implica enfrentar los desafíos físicos y emocionales del paso del tiempo, sino también lidiar con la soledad, como es el caso de Óscar. Sin un sistema de apoyo sólido, familia cercana o una comunidad que les brinde el sentido de pertenencia que alguna vez tuvieron en sus países de origen, la tercera edad puede convertirse en una etapa especialmente aislada.

De inmigrante a ciudadano, pero el retiro aún no alcanza
Lupe Ochoa, a sus 72 años, trabaja medio tiempo como encargada de un bar en el MetLife Stadium en Nueva Jersey, un trabajo que ella misma buscó para mantenerse activa y solventar sus gastos. Nacida en Perú, Ochoa fue traída a Estados Unidos por su exesposo y, aunque enfrentó barreras iniciales de idioma y falta de apoyo, siempre ha sabido valerse por sí misma.
Ochoa comenta que, a medida que pasan los años, se le ha hecho más difícil encontrar trabajos a tiempo completo, pues no la quieren contratar por su edad pese a que finalmente en 2021 logró obtener su licenciatura en administración de negocios y en 2023 una maestría en ciencias administrativas. Y ella lo necesita porque la jubilación del Seguro Social no es suficiente para vivir.
“Con los descuentos que me hacen del Medicare, al mes estoy recibiendo neto $916. ¿Dígame al mes qué significa $916? Todo eso se me va en los impuestos de la casa, que son como $1.680″, dice Ochoa.
Con su trabajo de medio tiempo, ahora está ahorrando para solventarse al menos tres meses, ya que durante ese periodo el estadio estará cerrado, y Lupe esperará a que entren en sesión de nuevo para volver a trabajar. “Yo, en este trabajo del estadio voy a seguir trabajando. Si Dios me lo permite, voy a seguir trabajando hasta lo último”.

De acuerdo a un reporte del Consejo Nacional sobre el Envejecimiento, los latinos de la tercera edad ingresan al mercado laboral estadounidense en puestos de bajos salarios, enfrentando barreras para tener un buen salario, sobre todo porque “la discriminación por edad es generalizada, lo que crea barreras para el empleo y la asistencia en capacitación”.
Otras de las barreras que las personas de la tercera edad hispanas enfrentan es el acceso a servicios de salud. De acuerdo al primer estudio sobre la salud de los latinos en la ciudad de Nueva York realizada por el Departamento de Salud, se indica que “un porcentaje más alto de latinos nacidos fuera de Estados Unidos, especialmente los inmigrantes recientes, no tiene seguro en comparación con los latinos nacidos” en el país.
La organización sin fines de lucro de ayuda a migrantes, Voces Latinas, indica que hay un déficit en la búsqueda de ayuda por parte de personas de la tercera edad debido a la falta de recursos específicos para esta comunidad.
“NYC Care recientemente ha permitido que las personas de 65 años puedan usarlo si no son elegibles para Medicare. Para ser elegible en Medicare, se necesita un número de Seguro Social, algo que muchas personas de nuestra comunidad no tienen”, dice Tania Batres, la coordinadora de desarrollo de la fuerza laboral de Voces Latinas. “Así que, en su mayoría, las personas venían buscando apoyo para estos servicios, como el SNAP, pero a veces existen esas barreras porque los programas requieren ese número de Seguro Social o algo que demuestre ese estatus”, añade.
Combatiendo la soledad en la tercera edad
Cada sábado en Jackson Heights, un grupo de mujeres se reúne para hacer manualidades. Gran parte de ellas están en la tercera edad y son abuelas. Pero, más importante aún, se han vuelto amigas y han encontrado apoyo en el grupo, uno que, según dicen, si no tuvieran, estarían solas.
Angélica Perea dirige el grupo de manualidades en Voces Latinas, un proyecto que busca integrar a mujeres latinas y crear una comunidad de apoyo. Perea dice que se siente feliz de organizarlo, pues le recuerda lo que ella misma buscaba cuando llegó a Estados Unidos desde Perú, años atrás. “Uno busca el cariño y el calor y la amistad, algo que uno deja en su país y muchas veces aquí no han logrado encontrar”, dice Perea, de 69 años. “Aquí, en manualidades, a lo largo de estos años muchas personas se han enganchado en la relación de amistad”.
La mayoría del grupo dice que, a medida que avanzaron en edad, necesitaban encontrar actividades para distraerse, especialmente de la soledad que muchas veces enfrentan, ya que sus familias viven aparte o no tienen familia en el país.
“A mí me gustan mucho las manualidades; me han ayudado mucho con la depresión que tenía”, dice Rosa Rossel, de 76 años, quien llegó de Perú a Estados Unidos hace 10 años. “Me siento contenta de venir aquí; cuando no vengo, siento como que me falta algo”.
La depresión es más común entre los latinos, con un 14% de prevalencia, lo que es significativamente más alto que en otros grupos raciales, según un reporte del Departamento de Salud de la ciudad de Nueva York. Esto, junto al hecho de que el 49% de los adultos mayores en la metrópolis nacieron fuera del país, resalta la necesidad urgente de crear espacios que fomenten la interacción social y reduzcan la soledad.

“Ya voy a tener 10 años viniendo acá, vine porque estaba pasando por un momento de depresión”, dice Renée Navarro, de 81 años, originaria de Perú. “Soy sobreviviente de cáncer. Me hicieron un trasplante y, cuando vine aquí, se me quitó toda la depresión. Me siento muy a gusto con mis compañeras. Todas me quieren, y yo las quiero también”.
El mismo estudio del Departamento de Salud de Nueva York indica que “más de la mitad de los adultos mayores informan que se reunieron con al menos un amigo o miembro de la familia en la última semana”. Este tipo de conexión social es crucial para su bienestar mental. Por ello, iniciativas como Voces Latinas o los 300 centros para adultos mayores en la ciudad, juegan un papel fundamental al crear un espacio donde los adultos mayores latinos pueden socializar, sentirse escuchados y disminuir los efectos de la soledad y la depresión.
Cada sábado es diferente en Voces Latinas, pero lo que nunca cambia es que cada actividad que hacen juntas la terminan juntas. Desde decoraciones navideñas para el hogar hasta convertir una camiseta en un bolso, todas se apoyan en el paso a paso de sus manualidades. Además, la comida también las une, pues traen botanas y bebidas para compartir. Su amistad incluso va más allá del salón, ya que, al terminar, se acompañan mutuamente a sus hogares, esperando verse el siguiente sábado.
Incluso las nuevas miembros pueden sentir ese sentido de pertenencia. María Latorre, de 73 años y originaria de Colombia, se unió hace apenas un mes. Para ella, era importante encontrar una comunidad y conectar con más personas. “Me puse muy feliz el día que [Perea] me dijo que podía integrarme al grupo”, comenta. “Mi hija está contenta de que he logrado encontrar un lugar donde reunirme con más gente”, añade.
Combatir la soledad y encontrar comunidad también puede ser algo generacional. Ese es el caso de la familia boliviana de Rocío Sánchez, de 62 años, y su mamá, Abigail Sánchez, de 86 años, quienes vienen juntas al grupo de manualidades. Abigail forma parte del grupo desde hace 11 años. Antes la acompañaba su otra hija, pero cuando ella se mudó fuera de la ciudad de Nueva York, Rocío se unió.
“Había una amiga que ya había entrado a Voces Latinas: ¿a dónde estás entrando?, le pregunté. A Voces Latinas, me dijo, ven, entraremos”, recuerda Abigail, cuando una amiga la motivó a unirse al grupo hace más de una década. “De esa manera he conocido a muchas amigas”.
Para Rocío, es importante traer a su mamá al grupo, ya que no solo le da ese apoyo de comunidad, sino que también la mantiene activa tanto física como mentalmente, algo que considera importante ahora que ella misma también está entrando a la tercera edad. Comenta que, si no fuera por centros con actividades gratuitas para adultos mayores como Voces Latinas, sería muy difícil para los adultos mayores pagar actividades recreativas, ya que lo que reciben del Seguro Social no es suficiente.
“Yo digo que mi mamá goza de esto y yo voy por el mismo camino”, cuenta Rocío. “Mientras se pueda y mi mamá esté bien, yo voy a seguir aquí. Para que ella siga recreando y aprendiendo”.
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