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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Capítulo 10: Arquitectura y decoración como forma de poder

Una presidencia imperial requiere de una arquitectura majestuosa. Y Trump desea que uno de sus legados sea el haber sido el creador de esa imagen

Donald Trump
Antoni Gutiérrez-Rubí

La madrugada del pasado 7 de septiembre, la Administración de Donald Trump hizo lo que no había hecho ninguna Administración federal anterior en 44 años: intentar desmantelar la vigilia por la paz que se mantiene frente a la Casa Blanca desde 1981. Popularmente, es conocida como la manifestación continua más larga de la historia de Estados Unidos.

“El presidente Trump está comprometido con la seguridad de los residentes de [Washington] D.C. y de sus visitantes, así como con el embellecimiento de la capital de nuestra nación”, explicaron en un comunicado. El presidente ordenó la acción después de que, dos días antes, un periodista conservador le dijera en una rueda de prensa que la carpa de los manifestantes era un “dolor para los ojos”.

La anécdota sirve para ilustrar lo inédito y pintoresco de uno de los objetivos más relevantes que se ha trazado Trump desde que volvió a la Casa Blanca: que la capital del país y los edificios estadounidenses de mayor poder político sean el fiel reflejo de la “nueva era dorada”. Una presidencia imperial requiere de una arquitectura y de una decoración majestuosas. Y Trump desea que uno de sus legados sea el haber sido el creador de esa imagen.

Históricamente, las grandes construcciones han sido un símbolo de fuerza y supremacía. Como escribe Sergi Miquel Valentí en el libro Arquitectura y poder: "Se han diseñado estilos para atemorizar, se han construido catedrales para intimidar y se ha utilizado el urbanismo para guiar nuestras vidas". Trump lo sabe muy bien. Su familia y él amasaron su riqueza como promotores inmobiliarios. En Nueva York, la ciudad de los rascacielos, supo que la mejor forma de darse a conocer era a través de grandes torres. Y esa filosofía la extendió por un mundo globalizado en el que la riqueza se mide, en muchos casos, por el número de pisos de los edificios. Actualmente, domina los cielos de 18 ciudades con más de 30 proyectos arquitectónicos que tienen su apellido como nombre.

El mismo día que regresó a la Casa Blanca, Trump firmó una orden ejecutiva cuyo objetivo es que todos los edificios federales respeten un estilo arquitectónico “regional, tradicional y clásico”. Expertos en arquitectura han criticado la medida asegurando que pretende construir un relato falso: que el país es la cuna de la civilización occidental, a la par que niega la diversidad y los estilos realmente autóctonos de un territorio geográfico tan amplio como Estados Unidos.

En una nación en la que los edificios más emblemáticos llevan décadas construidos, el alcance de esa medida es limitado. Sin embargo, no es la única que ha puesto en marcha el presidente, como veremos en este nuevo capítulo del Observatorio Trump. Está adelantando la transformación más grande de las últimas décadas en la Casa Blanca y Washington. ¿Le permitirá esto imponer con éxito su relato de nueva era dorada?

Ese mismo 7 de septiembre por la tarde, después de desmantelar la vigilia de 44 años, los manifestantes que la mantienen en pie cada día la volvieron a levantar frente a la Casa Blanca. Una simple muestra de que demoler para volver a construir y decorar las mentes de los ciudadanos puede ser más difícil que hacerlo con los edificios y sus paredes.

La capital imperial

Todo gran imperio debe tener una capital admirada. Por eso, el relato político de Trump lo lleva a presentar a Washington como una urbe decadente que él recupera para que vuelva a sorprender al mundo. Un ejemplo notable de cómo la intervención urbana puede convertirse en una parte fundamental de la comunicación política, aunque se lleve a cabo con medidas que representan un abuso de poder o pongan en peligro a los ciudadanos, según denuncian expertos. Desde que volvió a la presidencia, su intervención en la ciudad va desde lo cultural hasta lo político y militar.

De la Casa Blanca a la Casa Dorada

En el siglo XVII, el rey Luis XIV de Francia adoptó el sol como emblema para simbolizar su poder central y absoluto. Por eso, actualmente todavía se pueden ver distintas alegorías de este astro en el Palacio de Versalles, el lugar al que trasladó la corte y convirtió en el centro de su reinado. El oro, amarillo como el sol, se transformó en una parte fundamental de su decorado.

Trump recupera esta tradición. Desde incluso antes de llegar a la presidencia, su penthouse en Manhattan o su casa de Mar-a-Lago muestran que entiende el oro y la ornamentación maximalista como símbolo de poder. Ahora lleva ese estilo a la Casa Blanca, para lo cual incluso trasladó a un diseñador de Mar-a-Lago a Washington usando el Air Force One. Su “Gold Guy”, lo llaman. Planea construir un salón de baile y banquetes con lámparas doradas y capacidad para entre 650 y 900 personas y ha cubierto con adornos de oro las paredes y muebles del Despacho Oval. Y que nadie se equivoque, es oro de verdad, tal como aclaró en un mensaje de redes sociales.

Trump
Biden
Obama
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El lobby del decorado

Las reformas en la Casa Blanca no se limitan al nuevo salón de banquetes y al Despacho Oval. Trump también reemplazó el césped del mítico Rose Garden, diseñado durante la presidencia de John F. Kennedy, por un suelo de cemento que “evita que las mujeres hundan sus tacones en la tierra”, ha cambiado árboles del jardín, ha añadido nuevas astas de banderas y reformó el suelo de varias estancias. Está tan orgulloso como maestro de obra que da tours a periodistas y líderes internacionales. El coste total se estima que asciende a unos 250 millones de dólares. Para financiarlo, negocia donativos de diversas empresas que intentan llevar una buena relación con una administración que mantiene un registro detallado de los aportes hechos por cada actor relevante del sector privado. El Partido Demócrata investiga esas negociaciones desde el Congreso.

Redecorar para atacar

Los cambios en la Casa Blanca no se limitan a mostrar el poder a través de la opulencia. También buscan minimizar y desprestigiar a los antecesores de Trump, esos personajes republicanos y demócratas a los que el relato político del mandatario señala como los responsables de que Estados Unidos haya caído en una situación de debilidad que él tiene que resolver. En agosto, movió los retratos de Barack Obama, George W. Bush y George H. Bush para colocarlos en un lugar menos público y visible. En septiembre, creó un salón de la fama de presidentes con retratos de cada uno, excepto de Joe Biden, su predecesor, a quien reemplazó por una foto de un bolígrafo automático, en referencia al utensilio que usó para firmar algunos decretos.

Culto a la personalidad

Además del dorado y de la arquitectura neoclásica, hay otro elemento de decoración que empieza a ser habitual en Washington: el rostro del presidente. Tanto en los edificios gubernamentales como en iniciativas del sector privado, se rinde homenaje a Trump mostrando su imagen en lugares públicos. Según un reporte del senador demócrata Adam Schiff, se han gastado al menos 50.000 dólares en colocar grandes afiches del mandatario en las fachadas de edificios como los del Departamento de Agricultura y del Departamento del Trabajo. Por otra parte, la industria del Bitcoin colocó frente al Congreso una estatua dorada temporal del presidente de 3,6 metros de altura.

Para profundizar sobre el tema

Libros:

Artículos:

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