Dios también vota
Guste o no, ha existido siempre una gran influencia de las religiones en la política. Basta ver hoy el gran impacto que tienen en las urnas las iglesias de todas las tendencias
El resultado de las elecciones americanas que enfrentan a dos personajes tan diferentes como la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump tienen en vilo al mundo y enmarañan la ya compleja nueva civilización de la Inteligencia Artificial.
A primera vista todo parece una lucha entre la civilización y la barbarie contemplados los personajes y programas que presentan los candidatos y de cuyo resultado podría depender que el ya agitado mundo en transformación se envenene aún más o abra caminos nuevos de esperanza. Guste o no, ha existido siempre una gran influencia de las religiones en la política. Ello ya desde los tiempos de los hechiceros. De alguna forma las religiones nacieron para intentar vencer el miedo a lo desconocido. Para ello fueron creados los dioses de todos los colores, o mejor, del color de las ansias y zozobras de los humanos ante lo desconocido.
Que religión y ateísmo, Dios y la nada, corrieron siempre al paso de la política no es una sorpresa. Ha habido en la historia el Dios de la derecha, pegadita a la patria y al conservadurismo que condujo a las guerras de religión y el Dios de la izquierda, en busca de los desvalidos que salvar de sus penas. Es difícil separar la religión de la política aunque cada ideología, hasta las más opuestas pintaron a Dios con el color de su modo de ver y regir la sociedad. Y ello sigue vivo, quizás más que nunca, en nuestra sociedad moderna y tecnológica.
Basta ver hoy la gran influencia que tienen en las urnas las iglesias de todas las tendencias y cómo los aspirantes al poder se arrodillan en los templos en busca de protección divina para ganar las elecciones. Poco importa que sean ateos. Lo que cuenta es lo que ven y piensan las masas de votantes.
En nuestros tiempos modernos hemos tenido abiertamente los movimientos teológicos llamados de derechas y de izquierdas, pero no el de los ateos. El Dios de las izquierdas era el que, por ejemplo, protegía a los más abandonados por el destino. Lo fue, por ejemplo el del movimiento católico de la Teología de la Liberación así como el del patriotismo reaccionario de: “Dios, Patria y Rey”, que parece querer resucitar en los nuevos movimientos de la extrema derecha mundial.
En Brasil hemos tenido el ejemplo del ultra Jair Bolsonaro que para elegirse usó y abusó de Dios, primero bautizándose varias veces, como católico y evangélico y después exploró el aún oscuro intento de asesinato durante la campaña electoral para despertar compasión. Recuerdo que en una entrevista al presidente brasileño, Lula da Silva, aseguró al entonces director de este diario, Juan Luis Cebrián, que él nunca habría llegado a la presidencia sin los votos de los entonces cristianos de izquierdas que representaban a la sociedad más castigada por la pobreza. Y lucía en su despacho un gran crucifijo.
Si es verdad que la idea de Dios y de la religión que se disfrazan cada vez en la historia de uno u otro color son inseparables de la política, no dejarán de serlo también en las actuales elecciones en los Estados Unidos, el país más poderoso del planeta. De ahí la zozobra universal sobre el resultado de unas elecciones que se dan en uno de los momentos más críticos de un mundo en plena ebullición cuajado de sombras, amenazas y esperanzas a la vez.
Se ha dicho muchas veces que Dios en la historia ha servido de comodín para los enjuagues políticos. En España tenemos un triste ejemplo, de un caudillo que de ateo pasó, por conveniencia política a ser, como decíamos entonces: “más papista que el papa”. Y lo fue. Mi pobre madre, con la fe del carbonero y un alma limpia intentaba convencerme que Franco no era malo, “porque creía en Dios”.
Si es cierto, como empieza a descubrir la ciencia, que la idea de Dios está ya impresa en las neuronas del cerebro sería importante conocer como andan en este momento esas células cerebrales de los millones de americanos, ricos y pobres, que están ya entregando sus votos quizás sin entender la importancia que ellos pueden, en este momento, tener nada más y nada menos que una época de paz y de diálogo o de una era de posibles nuevas guerras mundiales.
Nota: dedico esta columna a esos amigos míos que aquí en Brasil me preguntan qué puede ocurrir en el mundo si las elecciones americanas las ganara no sólo el mal gusto, que no sería poco, sino también el embrutecimiento de los anhelos de la libertad y de paz, que esos sí anidan en las células de nuestro cerebro antes de ser envenenado por la violencia y la mentira. Y ello sea en creyentes que descreídos.
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