‘Political Advertisements’: 70 años de propaganda por televisión o la indefensión del votante en Estados Unidos
El proyecto de videoarte de Antoni Muntadas y Marshall Reese muestra desde Eisenhower a la contienda entre Harris y Trump las dos caras de una moneda que siempre tiene un lado aterrador
Political Advertisements 1952 – 2024 es un fascinante proyecto de videoarte político cuya gestación se inició hace cuatro décadas, en 1984, año en que el republicano Ronald Reagan, que se presentaba a la reelección, derrotaba a Walter Mondale. Aquel año el artista post-conceptual español afincado en Estados Unidos Antoni Muntadas (Barcelona, 1942) empezó a colaborar con el norteamericano Marshall Reese (Washington D.C, 1955), examinando los spots publicitarios encargados por las campañas demócrata y republicana desde el momento en que surgieron las primeras muestras de propaganda política por televisión en 1952. En aquella ocasión ganó la presidencia el republicano Eisenhower en torno a cuyo nombre se acuñó el célebre eslogan “I like Ike”. Eisenhower ocupó la Casa Blanca durante ocho años, buena parte de los cuales estuvieron marcados por el macartismo, era oscurantista caracterizada por la persecución política y la obsesión anticomunista. Fue la primera versión de un filme que, escrupulosamente revisado cada cuatro años, alcanza su undécima edición con la contienda electoral que enfrenta a la demócrata Kamala Harris con el republicano Donald Trump.
La película recorre 70 años de propaganda electoral por televisión, lo cual ofrece una perspectiva privilegiada sobre la historia política de Estados Unidos desde un ángulo insólito que resulta ser extraordinariamente veraz. Todos los candidatos están ahí, cada nombre asociado a una era histórica: Kennedy, Nixon, Reagan, Carter, Bush, Clinton, Biden, Obama… Visionar el montaje de Muntadas / Reese en estos momentos resulta particularmente inquietante, dada la agónica incertidumbre que generan las encuestas. Coincidiendo con la última versión de su montaje los dos artistas publican un breve tomo de conversaciones en torno al proyecto titulado Read My Lips (Lee mis labios), eslogan utilizado por George H. Bush durante la Convención Republicana de 1988 para anunciar que de ser elegido no subiría los impuestos. El collage fílmico ofrece múltiples lecturas como la idea misma de discernir entre líneas lo que no se dice. La ausencia de una narración que acompañe a los anuncios le confiere al montaje, que sigue un orden estrictamente cronológico, un elevado grado de objetividad. Imágenes y palabras articulan un discurso que se configura como un valiosísimo testimonio de la evolución de la imaginación política de un país profundamente dividido. La presente versión de la película se ha exhibido en Turín, Washington, Nueva York y Minneapolis y en días inmediatamente anteriores a los comicios lo hará en Pittsburgh, culminando la víspera misma de las elecciones con pases en São Paulo y Lisboa.
En el prólogo de Read My Lips se aportan datos escalofriantes que ponen de relieve la íntima dependencia de las elecciones de lo que supone la financiación de las campañas. En 2024 el gasto publicitario electoral por televisión superó los 12.000 millones de dólares, un 30% más que en 2020 y el triple que en 2016. Resulta interesante que el vehículo utilizado por Muntadas y Reese para llevar adelante su singular proyecto no sean las redes sociales sino la televisión, donde, como se señala en uno de los textos preliminares del libro, convergen el mensaje y el medio. El hilo conductor del relato así construido está lleno de matices, pero sobre todo arroja luz sobre la historia política de Estados Unidos en relación con el imaginario colectivo, a la vez que evidencia el control absoluto que ejercen el mundo de las finanzas y la cultura corporativa sobre la realidad del país. Como señaló Norman Mailer cuando publicó el panfleto Por qué estamos en guerra con motivo de la invasión de Irak en 1991, en Estados Unidos la democracia corre grave peligro de extinción, aseveración que cobra nueva relevancia hoy.
La textura emocional de Political Advertisements es compleja. Hay momentos conmovedores, como cuando en 1960 Jackie Kennedy pide en español el voto para su marido, que sería asesinado en Dallas tres años después. Otros momentos resultan cómicos pero el denominador común del filme, visto hoy, es el miedo, con frecuencia impregnado de odio. Algo que se repite con cada nueva campaña electoral es el tono ominoso con que se le advierte al votante que está ante la decisión política más importante de su vida. La idea es si cabe más relevante ahora, pero no son pocos ni nimios los momentos trágicos o de peligro vividos en el pasado que ilustran los anuncios, como la imagen de una madre llevando en brazos a su hija desnuda, la piel devastada por el napalm. En uno de los anuncios más efectivos e impactantes, emitido en 1964 como parte de la campaña electoral de Lyndon B. Johnson, una niña que recuerda a Shirley Temple deshoja inocentemente una margarita confundiendo de manera enternecedora los números hasta dar comienzo a una siniestra cuenta atrás que culmina con una explosión nuclear.
Los anuncios muestran las dos caras de una moneda que siempre tiene un lado aterrador al evidenciar, bien de manera inconsciente o implícita en los ataques al candidato adversario, lacras domésticas como el racismo, la pobreza de amplios sectores de la población, la inmigración, los impuestos o la sanidad. A escala global las consecuencias geopolíticas derivadas de la prepotencia económica y militar del país se hacen patentes en escenarios como Corea, Vietnam, Irak, Afganistán o indirectamente (aunque no aparezca en la película, resulta difícil no añadir mentalmente la imagen dado el papel que todos sabemos que juega Estados Unidos en el conflicto) Gaza. Al recopilar casi tres cuartos de siglo de la historia del país más poderoso del planeta sirviéndose de la lente de la publicidad centrada en las campañas presidenciales, Muntadas y Reese articulan un relato que pone de relieve la indefensión del ciudadano a manos de un sistema que lo priva de toda agencia para otorgársela al poder de las corporaciones. El mensaje no es explícito, iría contra la premisa sobre la que se sustenta el filme. Es el espectador quien ata cabos, construyendo sin proponérselo un escenario de posibilidades que pocas veces han sido más aterradoras que hoy, quizás nunca. Es mucho lo que está en juego y resulta difícil no revolverse en la butaca cuando al final de un recorrido escalofriante se ve sonreír a Kamala Harris o vociferar a Trump con su desmesuradamente larga corbata roja ondeando al viento.
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