Hay vida en las montañas navarras
La asociación Bizirik Gaude lucha por retener a la población pirenaica y combate los estereotipos de lo rural. Sus protagonistas son vecinos como Rita y Jezabel, que dan voz a las necesidades de esta comarca, y jóvenes como Oihana, Álex o Matías, que decidieron emprender un negocio y una vida en el pueblo
La revista Mendixut (monte con mucha pendiente, en euskera roncalés), dedicada a narrar desde hace 21 años la vida en el Pirineo navarro, tiene como tradición publicar los nacimientos registrados en estos pueblos montañosos. Con el paso del tiempo, esta relación de nombres y fotografías fue diezmando hasta quedarse en nada. La población de esta región ha caído un 23% en las últimas dos décadas, según el Boletín Oficial de Navarra. Sirva como ejemplo de este declive demográfico el valle de Salazar, donde se contabilizaron tan solo cinco nacimientos en 2019.
Tal situación preocupaba, y mucho, a la navarra Rita Labiano, de 55 años, precisamente la editora de Mendixut y uno de los 400 habitantes de Otsagabia, un municipio idílico con casas sacadas de una postal tirolesa, situado al pie de la montaña y a pocos kilómetros del majestuoso bosque de Irati. “Nos asustaba ver que esto se quedaba vacío”, explica en un salón municipal del pueblo, cuya plaza respira animación, con decenas de vecinos tomando cafés en una de las terrazas, niños jugando en el parquecillo infantil y adolescentes pasando la tarde en la vereda del río Anduña. “Entonces nos juntamos una cuadrilla de gente, un grupo de acción. Nos dimos cuenta de que con preocuparnos no valía: había que ser más activistas”.
Así nació Bizirik Gaude, una asociación conformada por vecinos preocupados al ver que sus amigos e hijos se van y las casas se vacían, y que como su propio nombre indica (Estamos Vivos) defiende la vida en los pueblos y pide que se legisle acorde a su particular problemática. En sus 12 años de andadura, entre otras cosas, sus miembros han remado para que una ponencia que explica la situación que enfrentan fuera aprobada por unanimidad en el Parlamento navarro. O para que se pusiera sobre la mesa la construcción de un instituto de secundaria en Lumbier, una ciudad cercana, que permitiría que los chavales estudiasen hasta los 18 años sin tener que mudarse a Pamplona. Incluso la Universidad de esa ciudad ha puesto en marcha hace escasos meses un Erasmus rural para que alumnos graduados hagan prácticas en territorios afectados por la despoblación. En la actualidad, Bizirik Gaude participa en grupos de trabajo de la Mesa del Pirineo, un órgano que media entre las necesidades civiles y las autoridades forales. “Lo que invita a nuestros jóvenes a quedarse es la vida social y las oportunidades laborales. La batalla está en garantizarlas”, sintetiza Labiano.
Si el trabajo de Bizirik Gaude te ha hecho pensar y quieres ayudar a los pueblos del Pirineo
ACTÚAUna vivienda y un empleo
Esa ponencia presentada al Parlamento navarro supuso un antes y un después para las esperanzas de las plataformas civiles: “Es la primera vez que se han puesto de acuerdo los parlamentarios. Es una ilusión y un éxito. En los papeles está. Ahora falta que tire hacia delante, que haya correspondencia real”, sostiene Jezabel Oroz junto a Rita Labiano, Sagrario Esarte, Montse García, el alcalde de Otsagabia Mikel Aoiz y María Goyeneche, seis de los 18 componentes de la asociación, mujeres y hombres que, en busca de una explicación ante la despoblación, parecen coincidir: faltan viviendas y empleos.
“Tenemos que incentivar al que quiere vivir aquí, no desanimarle”, interviene Labiano. También defiende que las casas vacías, cuyo prototipo aquí es una construcción rústica de dos pisos, fincas abandonadas por familias que se mudaron a la urbe, puedan ser alquiladas con más facilidades. La propia asociación habilitó un portal donde se recogen pisos disponibles en la zona. “Incluso podrían ser parceladas para que sean más accesibles”, amplía. Junto a asociaciones civiles como Bizirik Gaude, las autoridades navarras elaboran un censo de alojamientos sin ocupar para ofertarlos a posibles arrendatarios.
Recorriendo las carreteras del valle, Oroz y Labiano enumeran algunos casos de éxito. “Ver de repente en Sarriés a una familia nueva con dos chavales... Pues eso no ocurría desde hace 40 años. Y al lado, de repente, otras dos familias jóvenes que se hacen casa y se vienen a vivir”, se alegra Oroz, que recorre a diario 15 pueblos para repartir la correspondencia. A ello se suman historias como la de Álex y Oihana, una joven pareja que se ha mudado desde Francia a Otsagabia con sus hijos pequeños y ha montado un hotel rural. O la de los veinteañeros Aimar y Javier, que en Izal han hallado empleo en la construcción y una casa compartida. También la del chapista Matías, que con 19 años dejó su vida en la ciudad y se vino a Otsagabia atraído por la naturaleza y el apacible modo de vida. “Son casos que nos ilusionan mucho y fijan a la población. Podrían ser nuestros hijos”, explica Oroz.
Este goteo de jóvenes es alentador. El éxito, entienden Oroz y Labiano, consistiría en que los jóvenes se queden en el pueblo, sean o no independientes, o al menos vuelvan con mayor frecuencia. Pero para cerrar el círculo, a la mejora del empleo y la vivienda tiene que añadirse la certeza de una educación secundaria accesible hasta los 18. “El camino pautado es que los hijos se vayan a Pamplona a los 16 años y, en muchos casos, ya no vuelvan. Además del coste: un año de residencia puede rondar los 3.000 euros al año”, detalla Oroz, cuyos hijos, dos mellizos de 14 años, se encontrarán en esa tesitura en breve. La solución pasa por un instituto que permita ir y venir en el día a los adolescentes, una medida que quizá contrarrestaría el desapego prematuro que experimentan muchos chicos. “Son años clave. A partir de los 18 es otra historia, pero hasta entonces queremos que nuestros jóvenes puedan estar aquí”, tercia Labiano. Sobre la mesa está que este centro se construya en Lumbier, uno de los pueblos más importantes del Pirineo.
Una idea sobre ruedas para revitalizar el mundo rural
Auxi Piñero y Manuel Guisado son los cofundadores de Vanwoow, una cooperativa de turismo sostenible y responsable que revitaliza los pueblos abandonados mediante los viajes en caravana y el intercambio cultural. La idea de estos dos emprendedores es sencilla: Vanwoow conecta a turistas que quieran visitar parajes poco frecuentados de la España despoblada con vecinos que ofrezcan experiencias culturales y alojamientos para así dar a conocer sus municipios. “La solución no es llevar turistas a los pueblos, sino llevar personas”, sostiene Guisado. En la actualidad, Vanwoow cuenta con más de 200 municipios adheridos y más de 300 anfitriones locales.
Su historia forma parte de Pienso, Luego Actúo, la plataforma social de Yoigo que da voz a personas que están cambiando el mundo a mejor y que ha colaborado en la divulgación de su tarea. Si quieres escucharla, pincha en el siguiente podcast.
Los pueblos de la zona viven del turismo y tradicionalmente de la industria maderera, un sector que, en opinión de Oroz, generaría puestos de trabajo de conseguir una mínima manufactura. “Es una pena que se nos vaya sin tocarla, sin darle un valor añadido”, lamenta. Pero también están cambiando esos usos y costumbres. Con el teletrabajo pujante, son varias las familias que han decidido mudarse a estos lares y trabajar unos días aquí y otros en la empresa, en la ciudad. “Viven aquí y es estupendo. Nos inyecta vida”, afirma Oroz. En cuanto a los negocios más tradicionales, hoy existen tres queserías en el valle de Salazar, se planea la apertura de un coworking en el edificio de la antigua patatera en Otsagabia e incluso una explotación de cerdos de raza autóctona. Oroz considera que estos brotes verdes chocan con frecuencia contra el muro de los trámites. Incluso Bizirik Gaude contempló la creación de una bolsa de empleo local. “Uno de los mayores problemas es que tienes una idea para emprender y tardas dos años en hacer los papeles. Hay demasiada burocracia y eso tira hacia atrás”, denuncia.
Contra los estereotipos
La otra batalla a librar es la cultural. Labiano y Oroz insisten en que vivir en un pueblo no debe percibirse como nadar a contracorriente. “Alejemos esos estereotipos: los chistes, lo pintoresco, el señor que se queja en la tele de la tormenta de nieve… Tiene que haber un cambio de chip. La mirada tiene que ser distinta desde la ciudad y los medios. Es un trabajo de concienciación y en eso estamos”, reflexiona Labiano. Oroz entiende que el peso de la tradición también influye. “Es un movimiento social que viene de nuestros padres. Vivir aquí no se ve de la misma manera que vivir en la urbe, el sitio donde puedes prosperar y desarrollarte”, argumenta.
¿Cómo es la vida en un pueblo del Pirineo navarro?
Los 5.000 habitantes censados de los municipios del Pirineo navarro seguirán buscando revertir la marea demográfica. “Si no viene gente no es viable. Y si no es viable no viene gente. Es un círculo vicioso. Pero ahora estamos en el buen camino”, coinciden. Labiano, la periodista que lleva 21 años informando sobre el Pirineo navarro, termina: “Nuestra función es estar con la gente. Llevar nuestra filosofía a las instituciones: los pueblos son una opción de vida más”.
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CRÉDITOS
- Guion y redacción: Jaime Ripa
- Fotografías: Quique Oñate
- Vídeo: Paula D. Molero y Quique Oñate
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