Ir al contenido

La reconstrucción genital femenina en España para víctimas de ablación: “Tengo derecho a vivir mi vida, antes vivía la vida que ellos eligieron”

Las unidades de atención de varios hospitales a mujeres mutiladas en otros países también tratan la dimensión psicosexual y emocional

“Yo siempre lo supe”, cuenta Adama, de 26 años, sobre la ablación genital que sufrió cuando era una bebé de seis meses, pero nunca lo había entendido realmente. “Por lo que me explicaron, me acababan de duchar, me dejaron al aire libre con otros niños, lo típico en África. Y vino una señora amiga de mi abuela, me cogió, ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

“Yo siempre lo supe”, cuenta Adama, de 26 años, sobre la ablación genital que sufrió cuando era una bebé de seis meses, pero nunca lo había entendido realmente. “Por lo que me explicaron, me acababan de duchar, me dejaron al aire libre con otros niños, lo típico en África. Y vino una señora amiga de mi abuela, me cogió, me llevó y me mutilaron”, dice Adama desde una cafetería en Lleida, donde vive, después de que a los 10 años migrara desde Guinea-Bisáu a España con su familia. “La señora le dijo a mi abuela: ‘Toma, ya te he hecho la faena. La niña ya será una mujer”.

Adama no se llama así realmente, pero prefirió mantenerse en el anonimato para contar su historia, porque la mutilación genital femenina (MGF) ―aunque ilegal ya en muchos países africanos― sigue sucediendo y trasciende muchos aspectos de la vida familiar y social. En 2024, Unicef estimaba que eran 230 millones de niñas y mujeres las que habían sobrevivido a la ablación genital; un aumento del 15% con respecto a los datos de hace ocho años.

Fue en Balaguer, Cataluña, cuando a los 11 años Adama entendió lo que era la MGF. Estaba en la piscina con sus compañeras de la escuela: “Veía que sus genitales eran diferentes a los míos”, cuenta. Así que le preguntó a su madre. “Ella me respondió: ‘Ah, pues, porque te han hecho eso’. Ahí yo me di cuenta de lo que significaba”, dice. Confiesa que si no hubiese migrado a España, probablemente no se hubiera percatado: en Guinea-Bisáu, la mayoría de las niñas están mutiladas.

“Sentí que era una injusticia”. Y explica: “Es algo que nos hacen por machismo, un poder más de los hombres por encima de nosotras”. Al crecer, recurrió a grupos de mujeres migrantes donde conversaban, entre muchas otras cosas, sobre la mutilación, un tema tabú en ámbitos familiares.

Allí, Adama le contó a una amiga que durante las relaciones tenía dolor: “Pero yo lo normalizaba. Cuando no sientes placer y tienes relaciones con tu pareja, no lo ves como algo placentero, sino como una tarea”. Su amiga le habló sobre las consecuencias de la mutilación, pero también de la cirugía de reconstrucción genital que se realizaba en España.

La MGF es, según Unicef, la alteración o eliminación, parcial o total, de los genitales femeninos por razones no médicas, desde la extirpación del clítoris hasta la infibulación ―donde se cose o se estrecha la abertura vaginal―. Países en África, Asia y Oriente Medio son los que más la practican y donde “se considera un rito de paso hacia la edad adulta o un requisito para el matrimonio”, explican desde la organización.

Aunque en muchos países ya es ilegal, la práctica está arraigada en algunas sociedades. En Guinea-Bisáu la prevalencia es del 52,1%; mientras que en Mali es del 82,7%; Gambia, 72,6%; Guinea, 94,5%; y Egipto, 87,2%, según el último informe, de 2021, de Wassu Gambia Kafo, organización que trabajan en Gambia y España sobre este tema.

Adriana Kaplan, antropóloga y directora de la organización Wassu, explica: “Es una tradición, dicen que lo han heredado de madres a hijas, es un tema de identidad, es una cuestión de pertenencia”. Y añade que, para prevenirla, es necesario entender que “debe haber razones poderosas para que estas mujeres, que han pasado por ahí, quieran esto para sus hijas”.

Esta práctica es extremadamente dolorosa y traumática. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la considera una violación a los derechos humanos. Unicef explica que, además del dolor físico agudo durante el procedimiento, las complicaciones a largo plazo pueden incluir infecciones graves, problemas urinarios, complicaciones durante el parto, traumas psicológicos y dificultades en las relaciones íntimas. A mediados de agosto, una bebé de un mes falleció desangrada en Gambia después de que le practicaran la mutilación.

En España la mutilación genital está prohibida, lo que no significa que no haya mujeres víctimas. Muchas llegan a España con la ablación ya hecha y, en los peores casos, niñas que ya viven en España viajan durante las vacaciones a los países de origen de sus padres y ahí les realizan la circuncisión, como también se conoce. El último informe de Wassu indica que al 2021, más de 80.000 mujeres que provenían del África subsahariana ―donde más persiste la MGF, extendida en unos 28 países― vivían en España. Los principales países de origen eran Senegal, Nigeria, Ghana, Gambia y Mali; y las comunidades donde más vivían, Cataluña, Andalucía y Madrid.

La cirugía no es el único objetivo

Por ello, en la última década, clínicas privadas y hospitales han comenzado ofrecer servicios a través de unidades especiales para atender mujeres víctimas de MGF. Cuando Adama se enteró de que existía la cirugía de reconstrucción, supo que quería hacerlo. Sin embargo, no fue fácil tomar la decisión. “Mi amiga me dio el número de la clínica, llamé a preguntar, pedí la cita y tres días antes la cancelé”, cuenta. Y añade: “Pensaba que mi amiga estaba loca y quería volverme loca a mí”, cuenta ahora entre risas. La mayoría de mujeres que acuden a esta operación reparadora son jóvenes, entre 20 y 28 años.

Tuvieron que pasar dos años y en 2022, Adama volvió a llamar para pedir la cita. Esta vez sí que acudió. “No tenía vida íntima”, dice. Antes de ello, tuvo que conversar con su marido y padre de sus hijos y decirle que el sexo le generaban puro dolor. “Fue una conversación fortísima, es el momento en el que te abres, lo sueltas todo, pero lo sueltas tarde; porque ya estás llena de rabia”, cuenta.

Hospitales como el Universitario Doctor Peset de Valencia, el Hospital Clinic de Barcelona y clínicas privadas como la Dexeus Mujer ―donde Adama se hizo la operación―, entre otros, ofrecen este servicio de manera gratuita. Desde que en 2007 la clínica Dexeus inició este servicio, ha atenido a 225 pacientes y practicado la reconstrucción a 157. El Peset, por otro lado, ha visto a 205 mujeres y realizado 49 cirugías desde 2016; y el Clinic, 60 reconstrucciones en los últimos 10 años.

Las mujeres acuden a la reconstrucción porque anatómicamente es necesario, al tener problemas al orinar o durante el periodo; porque quieren recuperar su función sexual; o porque físicamente quieren recuperar su imagen y sus órganos genitales. La operación es sencilla, dura una hora, aproximadamente, y no es necesario ingresar a las pacientes. Cada cirugía, de todas formas, es diferente porque cada ablación varía dependiendo de cómo la hicieron o cómo cicatrizó.

Desde los hospitales aseguran que prácticamente el total de las mujeres quedan contentas tras la reconstrucción. Los especialistas coinciden en que se ve una mejora física, mejor calidad de la vida sexual, pero sobre todo una mejora a nivel psicológico y de la autoestima.

Y es que el objetivo final de estas unidades no es la cirugía. “Tan importante, o hasta más, es el trabajo psicosexual, trabajar todos los traumas, los tabús, los problemas”, explica Patricia Cañete, ginecóloga de la Unidad de Referencia para la Cirugía Reconstructiva de la Mutilación Genital Femenina, del Hospital Universitario Doctor Peset en Valencia.

Muchas de las mujeres que llegan a estas unidades tienen traumas psicológicos y traumas de sexualidad por todo lo que han pasado, como malos tratos continuados, matrimonios forzados, relaciones sexuales forzadas, trata o migraciones duras, explica Felipe Hurtado, psicólogo-sexólogo de la unidad del Peset. “El trauma de la mutilación puede parecer un hecho pequeño, porque no se acuerdan de cuando se lo hicieron, pero sí que perdura el trauma del maltrato”, añade.

Mariona Rius, ginecóloga del Hospital Clínic de Barcelona, explica que a veces las mujeres piensan que reconstruyendo quirúrgicamente la zona del clítoris tendrán deseo sexual. Sin embargo, “algunas veces es más por un problema emocional, a nivel de bloqueo, que una cosa física”, agrega. El circuito de atención está compuesto también por la atención primaria, ginecología, pediatría, asunto sociales o redes comunitarias.

Adama cuenta que la operación la cambió totalmente. “Hay dolor, trauma, hay muchas cosas que siguen a este tema”. Pero ahora, Adama se siente diferente: “Siento que ahora soy mujer, siento que tengo derecho a vivir mi vida, antes vivía la vida que ellos eligieron”.

Sin embargo, para algunas jóvenes no es una decisión fácil. Alba Palazón Llecha, psicóloga de Dexeus Mujer, explica: “Hay chicas que lo tienen clarísimo y quieren la reconstrucción. Pero hay otras que tienen una disyuntiva y dicen: ‘Estoy rechazando mi cultura, mis raíces”.

Pere Barri, director de Dexeus Mujer, explica que la cirugía de reconstrucción se debe ofrecer “mucho más de lo que se está ofreciendo, de manera general y gratuita”. Considera que es limitado en España y argumenta que se trata de una técnica reproducible, fácil de enseñar, barata y sin mucha complicación. Otros países europeos como Francia, pionera en la cirugía y que desde 2004 la cubre la sanidad pública, o Bélgica, que la incluye en su atención desde 2009, la realizan en mayor cantidad.

Kaplan enfatiza en que la atención primaria y la prevención son indispensables. Médicos, profesores y asistentes sociales deben recibir formación para atender el fenómeno y concienciar sobre sus consecuencias y riesgos, para persuadir a las familias a no realizarlo. Algunas comunidades autónomas cuentan con protocolos de prevención de la MGF, como documentos de compromiso que firman los padres, asegurando que no permitirán la mutilación a sus hijas durante las vacaciones a sus países de origen o podrán recibir penas legales.

Cuando Adama se hizo la reconstrucción, la primera en enterarse fue su hermana. Su madre, la siguiente, varios meses después. “Pensaba que me metería un chanclazo y me diría que saliera de su casa”, recuerda. No fue así. Le hizo cientos de preguntas sobre el tema: “Me gustó que me estuviese interrogando, quería saber todo”. Su padre no sabe nada y Adama cree que nunca lo sabrá. Lo que sí espera es el día en que viaje a Guinea-Bisáu y se lo cuente a su abuela, que la crio como una madre. También sueña con el día que su hermana acepte realizarse la reconstrucción: “Cada día estoy rezando y esperando que mi hermana se lo haga, porque ese día yo voy a estar ahí”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En