Cómo es morir (literalmente) de calor en España
Más de 6.000 personas han fallecido por las altas temperaturas en lo que va de verano. El mayor riesgo afecta a personas muy mayores y frágiles, sin los medios necesarios para resguardarse, como el aire acondicionado
A las cinco de la tarde del 16 de agosto, en pleno barrio de Carabanchel (Madrid) y con 95 años a sus espaldas, Salvador Fernández camina apoyado en dos muletas. Recorre lentamente los 50 metros que separan su vivienda de la cafetería donde toma su café diario al fresquito del aire acondicionado, su “único ocio”. En el piso se protege del calor con dos ventiladores que los días más tórridos se quedan muy cortos. Después de un ictus ―que le “jodió para toda la vida” hace 16 años― y dos infartos, con escasos medios para resguardarse de las altas temperaturas, su perfil se encuadra en los de ries...
A las cinco de la tarde del 16 de agosto, en pleno barrio de Carabanchel (Madrid) y con 95 años a sus espaldas, Salvador Fernández camina apoyado en dos muletas. Recorre lentamente los 50 metros que separan su vivienda de la cafetería donde toma su café diario al fresquito del aire acondicionado, su “único ocio”. En el piso se protege del calor con dos ventiladores que los días más tórridos se quedan muy cortos. Después de un ictus ―que le “jodió para toda la vida” hace 16 años― y dos infartos, con escasos medios para resguardarse de las altas temperaturas, su perfil se encuadra en los de riesgo de una muerte por calor. El verano pasado se cobró al menos 12.000 vidas y este ha matado a más de 6.000 personas, según los cálculos de la aplicación MACE, basada en datos del Instituto de Salud Carlos III y la Agencia Estatal de Meteorología.
Los golpes de calor son la cara más visible de estos fallecimientos, pero suman apenas un puñado de ellos. La inmensa mayoría no se producen por el efecto inmediato de las altas temperaturas, sino por su persistencia, que va haciendo mella en la salud de las personas más vulnerables ―es más frecuente entre mayores de 80 años― y produce fallos orgánicos que se tornan irreversibles en los peores casos.
Como en casi cualquier parámetro de salud, los recursos económicos influyen mucho en las consecuencias que puede tener el calor. Está, empero, poco estudiada su relación. La pobreza energética, muy investigada, se suele asociar a la incapacidad económica de utilizar la calefacción en invierno y hace estragos especialmente en latitudes más frías. Pero con veranos cada vez más cálidos, “el aire acondicionado ya no puede ser considerado un lujo, sino un bien de primera necesidad en determinados lugares de España”, reclama Hicham Achebak, investigador sobre la afección del cambio climático a la salud.
Achebak ultima la publicación de un estudio que investiga los factores de adaptación de la población española a las temperaturas, tanto frías como cálidas. “Analizamos muchísimas variables, pero cuando hablamos de calor lo más importante es el aire acondicionado”, señala. Otras medidas para refugiarse cuando el termómetro sube pueden valer para ciertos niveles, pero cuando sobrepasa algunos umbrales (que varían en función de la zona), especialmente en viviendas que no están bien adaptadas, este tipo de refrigeración es prácticamente la única alternativa eficaz.
Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística sobre la instalación de estos aparatos, de 2008, quedan muy desfasados. El investigador recomienda acudir al portal inmobiliario Idealista, que con más de 615.000 viviendas en su catálogo, “es un buen indicador”. En su informe de 2023 señala que un 38% de los hogares españoles cuentan con aire acondicionado, dos puntos más que un año antes. Hay una enorme diferencia entre zonas de España, pero incluso en las provincias más cálidas, casi un tercio de la población carece de estos aparatos: en Córdoba los tienen un 72% de los hogares; en Sevilla, un 71%. A partir de ahí la cifra baja: Palma de Mallorca (63%), Valencia (62%), Madrid (60%), Badajoz (52%).
El resultado, en definitiva, es de millones de personas expuestas a temperaturas extremas sin el mejor recurso para protegerse de ellas. Sin embargo, aunque se puede intuir que son ellas las que más efectos sufren en la salud, apenas existen estudios detallados al respecto. José Luis López, licenciado en Ciencias Ambientales y experto en pobreza energética, explica que las recomendaciones de no salir en horas centrales o no hacer deporte son básicas, pero que también hay un problema con la gente que está en su hogar, algo “difícil de medir”. Sí hay estudios sobre islas de calor en las ciudades, en las que las temperaturas suben especialmente con menos vegetación, una característica típica de los barrios más vulnerables y también de los que tienen menos acceso a aire acondicionado.
Además, aunque la tasa de pobreza ha ido decreciendo en los últimos años y las carencias se han reducido, según el informe que ha presentado este año la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN), hay algunos parámetros en los que empeoran, que son los que “justamente están más relacionados” con la vulnerabilidad a las temperaturas, dice José Javier López, su director en España. Son los gastos imprevistos relacionados con la vivienda principal y los que tienen que ver con los de energía, suministros y mantener el hogar a una temperatura adecuada.
Incluso entre las viviendas que cuentan con aire acondicionado, la falta de recursos hace que no todas las familias se puedan permitir encenderlo. Es el caso de Diana, una inmigrante venezolana que vive con su marido y su hijo de siete años en Vallecas (Madrid). Con su esposo buscando trabajo, el salario que le pagan trabajando en una cadena de supermercados es el único que entra en casa. “Pasamos mucho calor y yo soy hipotensa, por lo que me sienta especialmente mal. Pero tenemos que pagar el alquiler, el agua, la comida, que está por los cielos... Si nos llega una factura de 300 euros en luz tendríamos que renunciar a necesidades básicas, así que tenemos dos aparatos, pero no los encendemos, usamos ventiladores”, afirma.
López asegura que las ONG y los ayuntamientos, que suelen tener programas para proteger del calor a la población económicamente más vulnerable, se está empezando a volcar también con el calor. Cruz Roja, por ejemplo, tiene programas de acompañamiento a mayores en el que les llevan a la playa o la piscina, según la localidad para refrescarse cuando han pasado las horas más calurosas del día. Adela Cobos, una usuaria de 80 años que vive en Ibiza, dice que tras la playa van a un chiringuito a “tomar un refresco”.
De qué mueren los que fallecen por calor
Las estimaciones de muertes por calor, que cada año realiza el Carlos III y que cada vez son más analizadas, no van a las causas últimas de los fallecimientos, son aproximaciones estadísticas poblacionales que se limitan a relacionar excesos de mortalidad sobre lo previsto y con subidas de temperaturas. Dante Culqui Levano, investigador que ha estudiado los efectos de las olas de calor, indica que faltan estudios más pormenorizados para conocer mejor los porcentajes de estos fallecimientos que se producen por fallos cardiacos, renales, respiratorios... La medicina conoce bien cuáles son los procesos que se producen en el organismo y que pueden llevar a muertes por calor (aunque otros no están del todo claros). Pilar Cubo, médico internista y coordinadora del Grupo de Trabajo de Cronicidad y Pluripatología de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), explica que, en personas sanas, el cuerpo regula su temperatura central para mantener un nivel casi constante (alrededor de 37ºC), independientemente de las condiciones ambientales. “El sistema de termorregulación ajusta una variedad de mecanismos fisiológicos para lograr un equilibrio entre el calor producido dentro del cuerpo y el calor perdido en el medio ambiente, a través de una combinación de intercambio de calor seco y pérdida de calor por evaporación”, señala.
Los problemas suelen llegar cuando existen otras patologías que hacen que los órganos no funcionen como deberían con las altas temperaturas. Uno de los ejemplos paradigmáticos son los problemas coronarios. “Las personas con disfunción cardíaca tienen una capacidad reducida para aumentar su gasto cardiaco lo suficiente como para mantener un flujo sanguíneo adecuado en la piel cuando la temperatura central está elevada. Además, se cree que los aumentos en la viscosidad de la sangre, debido a la deshidratación, pueden suponer una sobrecarga al sistema cardiovascular”, explica Cubo.
Las personas con afecciones respiratorias también son especialmente sensibles. “Tanto en el asma como en la enfermedad pulmonar obstructiva crónica se ha objetivado un mayor riesgo de muerte durante las olas de calor. Se postula que puede ser debido alteraciones en la termorregulación, pero también a los cambios en la calidad del aire que acompañan a las condiciones más cálidas”, añade la doctora. Insuficiencia renal, hipertiroidismo, enfermedades neurológicas como alzhéimer o párkinson, y las enfermedades psiquiátricas, también aumentan la susceptibilidad al calor.
Además, algunos medicamentos interaccionan con los mecanismos adaptativos del organismo en caso de temperatura exterior elevada, y pueden contribuir al empeoramiento de estados patológicos graves inducidos por una muy larga o una muy intensa exposición al calor por diferentes mecanismos. Puede ser porque deterioren la función renal (como sucede con antiinflamatorios no esteroideos, entre otros), por alterar la termorregulación, limitar el gasto cardíaco. Otros fármacos tienen un efecto indirecto, como los hipotensores, que pueden inducir una disminución del flujo sanguíneo que llega a algunos órganos, o los sedantes, que al disminuir el estado de vigilia, puede alterar la facultad para defenderse del calor.
Cuando se combina un estado de salud frágil con la mezcla de varios de estos fármacos, el riesgo aumenta. Cubo recuerda que también se ha descrito que con el envejecimiento se altera la capacidad para sentir la sed, se produce un menor control de la homeostasis del metabolismo hidro-sódico y una disminución de su capacidad de termorregulación mediante la transpiración. Un ejemplo reciente parece ser el del periodista Hilario López Millán, que ha fallecido esta semana a los 78 años por una “deshidratación extrema”. La médica advierte: “La dependencia, la discapacidad, o el aislamiento hacen aún más vulnerables a estos colectivos”.