“¡Se puede ser investigadora y perrear!”: el fin de la disputa entre el cuerpo y la razón
Un perreo en la final de Eurovisión generó polémica en España. La discusión toca algo bien arraigado en Latinoamérica: las mujeres resisten a través de sus bailes, de sus gozos y de sus cuerpos
Chanel Terrero es una joven cantante española de origen cubano que con el movimiento de sus caderas y sus cadenciosas piruetas no solo logró conquistar el tercer puesto en la final del festival musical Eurovisión. Logró también desatar una interesante polémica. Una internauta, que se identificaba como feminista, ...
Chanel Terrero es una joven cantante española de origen cubano que con el movimiento de sus caderas y sus cadenciosas piruetas no solo logró conquistar el tercer puesto en la final del festival musical Eurovisión. Logró también desatar una interesante polémica. Una internauta, que se identificaba como feminista, se quejó de que su canción invitaba “a prostituirse enseñando el culo” y que, con la popularidad de la cantante, ahora las niñas querrían “ser Chanel y no investigadoras”. Las oposiciones simplistas desataron de inmediato una avalancha de comentarios y reacciones.
¿Acaso no se puede ser investigadora y perrear como Chanel? ¿No se puede ser Chanel y tener en el entretenimiento la misma respetabilidad que una científica? ¿Que una mujer decida bailar sexy en un bodysuit que descubre con desparpajo todo su derriere la prostituye?
Desde otras latitudes, desde Latinoamérica y el Caribe, la discusión generó conversación, pero también gracia. Lo que estaban provocando en España las caderas entrenadas en el perreo de Chanel no era más que el tenue eco de duras batallas y resistencias que las mujeres en estas tierras llevan décadas haciendo a través de sus bailes, de sus gozos, de sus cuerpos.
La alharaca provocada por los contoneos de la cantante puso de manifiesto que en nuestra cultura sigue imperante esta dicotomía jerárquica, uno de los grandes legados del patriarcado, que nos lleva a pensar que los asuntos de la razón son superiores a los asuntos del cuerpo. Una idea arraigadísima que tiene su origen en la vinculación del cuerpo con los menesteres femeninos y la mente con los masculinos. Claro, ante esa dicotomía, lo deseable para muchos es que las mujeres brillen por sus cabezas y no por sus cuerpos.
Pero desde las tradiciones feministas de mujeres latinas, caribeñas y afrodescendientes parece claro e imperante evidenciar que no hay manera de que el cuerpo y la mente sigan en ese divorcio irreconciliable en el que quieren empotrar a Chanel. “La idea epistémica eurocéntrica y blanca que entiende que la mente es una cosa separada del cuerpo y algo más digno que él, que la carne es la decadencia, que unas caderas redondas son el horror y que, por el contrario, lo bueno, lo bonito, lo apetecible es la mente, es muy estrecha”, refuta Catalina Ruiz-Navarro, autora del libro Las mujeres que luchan se encuentran, y quien insiste en que la seriedad de su trabajo como feminista y periodista nunca está en disputa con el legado corporal que le ha heredado ser de Barranquilla, Colombia, un lugar en donde el baile, el carnaval y la exposición del cuerpo son normales. “La mente está en mi cuerpo, yo pienso con mis caderas. Mi tamaño, lo que huelo, cómo me muevo, cómo el mundo se relaciona con mi cuerpo permea e intermedia todo mi pensamiento”, explica.
Por su parte, la autora del libro y del podcast Mujer incómoda, Vanessa Rosales, asegura que al interior mismo del movimiento feminista se percibe esta tensión: “Esta supuesta idea de que la liberación de lo femenino pasa por buscar también lo racional y lo utilitario como lo han hecho los hombres. Las sufragistas, por ejemplo, abogaban por una reforma vestimentaria, porque creían que el ornamento denotaba dependencia y subordinación. En los años 70, feministas como Betty Friedan, despotricaban de la feminidad y de la cultura de la belleza y el glamour. Pero hoy, hay una lucha subrepticia por complejizar esta manera dicotomizada de entender lo femenino y el cuerpo”, explica Rosales, quien lanza una pregunta para avivar aún más la polémica desatada alrededor de la cantante Chanel, pero que se puede extrapolar a otro fenómenos virales, como, por ejemplo, la cantante dominicana Tokischa: “¿Dónde trazamos la línea entre la autocosificación y la liberación?” ¿Puede ser que estén haciendo las dos cosas al mismo tiempo?”.
Para la feminista puertorriqueña Alexandra Figueroa, que tiene como lema “la alegría como resistencia”, la polémica se reduce a un asunto sencillo: no importa lo que hagan las mujeres, siempre están mal. “Nos dicen que si bailamos reggaeton le estamos dando palanca al patriarcado, que no nos estamos respetando a nosotras mimas porque nos estamos prestando a la sexualización, que cómo vas a ser feminista si te gusta enseñar tu cuerpo y hacer público el disfrute de tu sexualidad. Pero entonces, ¡nos quedamos sin la cabra y sin la soga!”, replica con gracia para continuar: “Si soy feminista entonces se supone que no puedo ser esta mujer que disfruta del rol doméstico, pero si salgo de fiesta y perreo tampoco se puede. ¿Qué sí podemos?”, se pregunta.
Para Figueroa hay culturalmente un gran miedo al disfrute y el gozo de lo femenino y más cuando ese goce se hace en provecho propio, es decir, le genera dinero o ganancia de algún tipo a la mujer que lo ejerce. Por eso, asegura, hay que insistir en el perreo y en el baile, “porque lo sexual es político, y, al igual que lo político, lo sexual se puede jugar en el escenario público. Y porque además es una parte fundamental de la condición humana, y esa es una condición que, en especial en las mujeres, ha sido negada y fruto de humillación y violencia”.
En Latinoamérica y el Caribe, el baile siempre ha sido resistencia. La capoeira, propia de Brasil, es un lenguaje que se creó porque había personas esclavizadas sometidas en jaulas, una frente a la otra, que no hablaban la misma lengua, probablemente porque eran de diferentes partes de África. Solo a través del baile podían comunicarse y recordar su humanidad.
La bomba, un ritmo tradicional puertorriqueño, siempre enlazó movimientos independentistas e insurgentes, frente a la violencia del Estado; y la plena, otro género que está en la base misma de la identidad de la isla, es un espacio sagrado en el cual las personas se conectan con sus ancestros y retoman un espacio que se creó con la diáspora en detrimento de las personas afrodescendientes, pero que renace con el baile como un espacio de celebración.
“El reguetón, por su parte, así sea un género global ahora, es una manifestación barrial de las comunidades afrourbanas de Puerto Rico. Como muchas de las músicas del mundo, su procedencia es afro. Con eso claro, es fácil percibir cómo todavía hay mucho clasismo y racismo en esa resistencia contra el perreo, que tiene que ver con lo que se asocia al reggaeton: las personas racializadas y a las clases trabajadoras y vulnerabilizadas”, explica por su parte Carolina Rodríguez, creadora del podcast Manifesto cimarrón, en donde aborda temas sobre negritudes y resistencia.
En la base de la discusión tanto en España como en Latinoamérica, parece emerger ineludible esta tentación de tipificar lo femenino y constreñirlo en una taxonomía de arquetipos muy planos: monja, virgen (investigadora) versus puta. “Lo que da risa, pero duele a la vez es que con estas ideas se deshumaniza a las mujeres porque nos convierte en arquetipos que nos simplifican. La deshumanización conduce a exigir que la mujer de ciertas características se pueda ver solo de una manera. Nos despoja de las posibilidades de ser complejas, del derecho a ser muchas cosas a la vez, del derecho a cambiar y a ser contradictorias”, concluye Vanessa Rosales. Por el propio sabor caribeño que corre en su sangre, Rosales sabe que, digan lo que digan, el cuerpo es y seguirá siendo un lugar de desobediencia para las mujeres.
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