España sueña con la normalidad ante el primer fin de semana sin estado de alarma
Madrid, Valencia, Santiago, Málaga, Barcelona... Terrazas bulliciosas, estudiantes ansiosos de fiesta, policías al acecho y desangeladas fiestas populares pueblan la primera noche de viernes sin toque de queda general
Comienza el primer fin de semana después del estado de alarma y las calles de muchas ciudades españolas se han llenado de vida. Terrazas bulliciosas, botellones y colas en la discotecas, todo ello vigilado a menudo por agentes de la policía dispuestos a evitar que se repitiera aquella Nochevieja adelantada en que se convirtió la madrugada del pasado domingo, la primera sin restricciones de movilidad y toque de queda generalizado. La...
Comienza el primer fin de semana después del estado de alarma y las calles de muchas ciudades españolas se han llenado de vida. Terrazas bulliciosas, botellones y colas en la discotecas, todo ello vigilado a menudo por agentes de la policía dispuestos a evitar que se repitiera aquella Nochevieja adelantada en que se convirtió la madrugada del pasado domingo, la primera sin restricciones de movilidad y toque de queda generalizado. La euforia y el descontrol de la primera noche han dado paso a un más contenido conato de vuelta a la normalidad, pero aún lejos de los estándares prepandémicos. En el día en el que se ha registrado el menor número de muertes desde mediados de septiembre —según el Ministerio de Sanidad—, la víspera de que los viajeros lleguen a las playas, las montañas y las segundas residencias, EL PAÍS ha recorrido en las últimas horas varios puntos de la geografía española para comprobar cómo se está viviendo el primer fin de semana sin estado de alarma. Del castizo jardín de las Vistillas, en un desangelado San Isidro en Madrid, a las terrazas y discotecas llenas de Málaga, pasando por el “ansia por salir” en la Marina de Valencia. Por la mañana de este sábado se ha informado de sanciones por saltarse las restricciones, sobre todo concentradas en Barcelona (7.180 infraciones), Salamanca (460), Zaragoza (88) y Pamplona (42), pero con la situación bajo control según ha informado la agencia Efe.
Madrid: la Violetera solitaria y un chulapo despistado
El jardín de Las Vistillas es en la madrugada del sábado, día de San Isidro, de todo menos castizo. Los datos de la pandemia, algo más desinhibida desde que decayó el estado de alarma, no han remontado lo suficiente como para permitirse recuperar una de sus fiestas grandes. Cuatro furgones y una docena de agentes municipales rondan a La Violetera, más congelada que nunca en su bronce solitario. Ni concierto, ni verbena, ni nada que se le parezca. Algún que otro grupo de jóvenes juega al ratón y al gato con varios agentes que, linterna en mano, andan a la caza del botellón, el eterno recurso una vez que a medianoche los bares echan la persiana.
“Os vamos a denunciar”, amenaza la uniformada moviendo el haz de luz. De inmediato, las botellas regresan a las bolsas y el grupo se dispersa. “O lo tiráis u os marcháis a casa”. Ni lo uno ni lo otro. Adrián, estudiante de Derecho de 22 años, ha venido unos días a Madrid de su año de Erasmus en Eslovaquia y no está dispuesto, junto a su grupo de amigos, a desperdiciar la noche. Sol, de 25 años y estudiante de Derecho y Políticas llegada desde Sevilla, no da con el corcho de la botella de vino blanco mientras deambulan.
Junto a Las Vistillas, Ras, de 62 años, recoge la terraza del Pandora, un local abierto hace 25 años que solía hacer sus mejores cajas en estas fiestas. Nada de eso ocurre desde que en 2019 se celebró el último San Isidro sin virus. Vuelan los últimos clientes. Un abismo separa esta noche de aquellas en las que desmontaba el interior del local para dejarlo solo de almacén y cientos de personas se agolpaban en las barras en la calle. “Esto es otro mundo”.
Málaga: “Esto está a reventar”
“Esto está a reventar”, decía Javier Suárez, de 21 años, que junto a sus amigos se arremolinaba a la entrada del bar La Guarida, en el corazón del casco histórico de Málaga. Muy cerca, una quincena de chicas celebraba una despedida de soltera en El Pimpi, de donde salían bailando antes de la medianoche. A esa hora, los camareros pasaban las cuentas de los clientes de sus terrazas para cerrar a tiempo. La única opción entonces eran la salas de fiesta, con licencia hasta las dos de la madrugada. En algunas, cómo Gallery Club, decenas de jóvenes —muchos extranjeros— se aglomeraban en la puerta. “Venimos de Marsella a divertirnos”, decía Alain Deshayes, de 20 años, mientras sus amigos bailaban sin mascarilla en plena calle camino del piso turístico “a seguir la fiesta”. “Nosotros no sabemos qué hacer ahora”, afirmaba María Ruiz junto a su grupo de amigos, sin ganas de acceder a salas como Bambú, con medio centenar de personas esperando para entrar. Ni rastro de los 1.112 agentes municipales desplegados para controlar los puntos más conflictivos de la noche. La idea era evitar situaciones “que puedan generar inseguridad en el plano de la salud”, según el alcalde, Francisco de la Torre.
“Hay mucha gente y poca vigilancia”, afirmaba Alejandro Villén, secretario de las asociación de vecinos Centro Antiguo de Málaga. Su entidad se quejaba de que las terrazas han duplicado sus dimensiones con la pandemia. “Con la excusa de la distancia social ahora tienen al doble de personas y de ruido”, señalaba Villén. Mientras, en el barrio de Pedregalejo, todos los bares y restaurantes se desalojaban tras una gran noche. “Todo en orden. Cuando aparecemos se ponen todos firmes”, concluía, cansado, un agente policial frente al bar Vox.
Barcelona: alcohol, altavoces de música y policía en el Born
Centenares de jóvenes esperaban la primera noche de viernes sin toque de queda en Barcelona. De hecho, lo esperaban ellos, pero también los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana. La policía local ya había trazado un mapa con los “puntos calientes” ―los mismos que el pasado fin de semana, que a la vez eran los mismos donde se concentraban los botellones durante el toque de queda― y varias patrullas se colocaron por la tarde en estos lugares para disuadir la presencia de jóvenes bebiendo alcohol en la vía pública. Los puntos eran plazas del distrito de Ciutat Vella, Gràcia, Sants y las playas.
El teniente de alcalde de Seguridad, Albert Batlle, anunció ayer que se ha incrementado en un 30% la plantilla de agentes de la policía local durante el horario nocturno de los fines de semana hasta que finalice mayo. Son en total 260 agentes, a los que se ha ordenado llegar antes que los que van a alargar la fiesta en las calles, y así disuadirles de que ocupen la vía pública antes de que se produzcan incidentes y sanciones. En esta primera noche de viernes ha funcionado esa técnica en lugares como la plaza de los Àngels, la plaza Universitat o la plaza Terenci Moix. Donde no ha funcionado, básicamente porque se permite la apertura de los bares hasta las 23.00, es en el paseo del Born. Centenares de jóvenes se concentraban en esa calle y en la plaza Fossar de les Moreres con latas de cerveza, alcohol y altavoces de música. La mayoría eran turistas o residentes de origen extranjero ansiosos de fiesta. Mientras los bares permanecieron abiertos, los agentes obligaron a los participantes en la fiesta a lanzar a los contenedores de la basura las latas —en Barcelona la ordenanza municipal prohíbe el consumo del alcohol en la vía pública―. También ha habido sanciones pero, sobre todo, por desobediencia a la autoridad. Este sábado el Ayuntamiento ha informado de que “con serenidad” se han desalojado a 7.000 personas la pasada noche en las playas y los paseos del Born y Lluís Companys.
Hecha la ley, hecha la trampa. Muchos de los concentrados en las calles bebían en vasos enormes de cartón de los que se utilizan para el café con leche. EL PAÍS ha podido comprobar que son recipientes ideales para ocultar, a los ojos de la policía, combinados alcohólicos. Cuando las furgonetas policiales han actuado a las 23.00 ―justo el horario en que los bares tienen que cerrar― , se ha llegado a escuchar un “libertad”, que tanto ha popularizado la presidenta Isabel Díaz Ayuso. Este sábado Barcelona recupera la Noche de los Museos.
Salamanca: la ciudad universitaria se despereza
La ciudad universitaria por excelencia se despereza a golpe de cervezas, cócteles y copazos. Los horarios han cambiado en Salamanca: aquellas noches que comenzaban a las 23.00 ahora se inician después de comer. Son las nueve y Rodrigo, Juan, Gonzalo y Ángel se han bebido dos botellas de ron en una de las mesas que ocupan las plazas. Toca adaptarse y apurar antes de medianoche. Entonces levantarán el vuelo y “a casa, dos avemarías y a dormir”, dicen divertidos, antes de admitir que las fiestas seguirán en viviendas particulares, mucho más difíciles de perseguir. La policía trata de evitar botellones y congregaciones callejeras, pero los estudiantes se las saben todas.
Los jóvenes Sara Pérez y Andrés Romero y sus amigos degustan un “vampirazo”, un brebaje indescriptible que deja labios rojos y lenguas desatadas para admitir que el coronavirus sigue vivo, pero no van a “perder dos años”. Reconocen que alguna jarana sí organizaron durante el estado de alarma. Cada cual expresa su felicidad a su manera. Nazzla Romero cumple 20 años este viernes y lo celebra “de fiesta”. Como Victoria Sánchez, que cursa Ingeniería Aeronáutica en Madrid, pero ha regresado para reencontrarse con sus colegas y el jaleo que rezuma la ciudad. “Estoy un poco piripi”, admite encantada, mientras esboza el plan nocturno “con cuidado”. La policía local, según se ha anunciado este sábado, ha tramitado 460 sanciones en un día.
Valencia: “El personal tiene ganas de escándalo”
Es viernes noche, el tiempo acompaña y la gente tiene ganas de salir. “El personal está harto y tiene ganas de escándalo”, cuenta Javier, de 37 años, cliente habitual de uno de las decenas de locales de copas de Russafa, barrio de moda en Valencia. Las mesas están todas ocupadas pero, por lo general, se guardan distancias y aforos. El toque de queda es a las doce y los locales dejan de servir copas a las once y media. Julián, camarero del bar, reconoce que a la hora de recoger, la gente se resiste. “Pero cumplimos siempre”, asegura. Hace días que se nota más gente. Hemos pasado de seis por mesa a 10. Desde las dos de la tarde están llenos. La gente irá hacia la playa luego.
En pleno distrito marítimo, no hay mucho jaleo. Raquel y Marina, de unos 30 años, han salido a cenar y a tomar algo rápido porque trabajarán. “Va por tramos de edades y depende de la mentalidad y la cabeza de cada uno, pero si no hemos metido la pata hasta ahora, tampoco vamos a caer ahora”, dicen. A unos metros, un grupo de jóvenes, que pide el anonimato, se ha apartado de las mesas para fumar y van sin mascarilla: “No sirven para nada, se me pela toda la cara, estás tragando todo el dióxido de carbono”, dice uno. Otro al lado le recrimina que hable en estos términos, pero reconoce que ya tienen “un poco de ansia por salir y relacionarse con la gente”.
En la plaza de Honduras, una zona habitual del ocio universitario, hay algo más de follón y alguna aglomeración de gente joven a las puertas de algunos locales. Pero un grupo de policías patrulla la zona y, cuando ven algún mogollón, se acercan y su sola presencia suele disuadir. El problema, reconocen, es cuando hay alcohol de por medio, porque puede saltar la chispa. Son las 23.30 y se empiezan a recoger mesas y sillas de las terrazas y a buscar taxi con el que volver a casa. La ciudad se va apagando poco a poco.
En el noctámbulo barrio del Carmen de Valencia, la gente apura sus últimas copas antes del toque de queda de la medianoche. La velada está animada, con terrazas llenas, pero nada que ver con los tiempos prepandemia. El ambiente es tranquilo. No se ven aglomeraciones. El tráfico por las carreteras valencianas se ha incrementado un 40% este viernes con respecto al de la pasada semana, la mayoría procedente de Madrid.
Santiago de Compostela: fiesta de la Ascensión sin pulpeiras ni multitudes
En Santiago se ha celebrado este viernes la segunda noche de la fiesta de la Ascensión, una de las más importantes para la ciudad. Este año no hay pulpeiras, feria, ni multitudes. En definitiva: “No se respira el mismo ambiente”, dice Marina. La joven de 31 años sale de uno de los conciertos que el Ayuntamiento ha organizado en la plaza del Obradoiro, con un aforo máximo de 700 personas, todas sentadas y con distancia. El mal tiempo y las restricciones aún dejan a las terrazas y calles de la zona vieja medio vacías, pero para un peregrino alemán, de 34 años, hay más “libertad” que en su país. “Las cosas aquí al menos están abiertas”, asegura.
Seis jóvenes valencianos celebran que, con el fin del estado de alarma, han podido viajar para visitar la ciudad. Se agolpan alrededor de la mesa de una terraza a pocos metros de la catedral. Se quedarán hasta las 23.00, hora de cierre para bares y cafeterías. Las reuniones privadas entre no convivientes están prohibidas. En medio del pelotón, todos de entre 20 y 21 años, Marcel explica que el único control por el que han pasado ha sido un registro al entrar en el piso turístico que alquilaron. La Xunta ha habilitado un sitio web para que los viajeros notifiquen su entrada a la comunidad, pero admiten que no lo conocían. Lejos del ambiente de los bares, una treintena de transeúntes pasea por la Rúa do Franco buscando sitio para cenar. Los restaurantes se enfrentan a medidas más laxas: deben bajar la persiana a la 1.00.
Sevilla: 30 grados y ni una mesa vacía
En Sevilla, la gente ha aprovechado el buen tiempo —se han alcanzado los 30º— para lanzarse a las calles. Los bares se han llenado y resultaba difícil ver una mesa vacía. Esto se ha notado en las entregas de comida a domicilio, tal y como cuenta Xena, una repartidora: “Hoy es de los fines de semana que menos me ha tocado trabajar”. Carmen Aguilar, de 18 años, comenta en la puerta de uno de los bares de la avenida de la Buhaira que saldrá pero con cautela. “Vamos a ir a una terraza en un parque [el Prado de San Sebastián] a un sitio muy abierto”.
Otros jóvenes han aprovechado para acaparar las discotecas sobre las primeras horas de la tarde, ya que en Andalucía pueden estar abiertas hasta las dos de la madrugada. “Hoy me he hecho viajes a todas las discotecas”, cuenta Raúl, un conductor de Uber. En la Alameda de Hércules, donde el fin de semana pasado se vieron imágenes de gente abarrotando la plaza tras el fin del estado de alarma, los bares estaban al completo con normalidad.
San Sebastián: la arena vacía de la Concha
La playa de La Concha podía ser esta medianoche la terraza perfecta para disfrutar de una noche templada y estrellada. Pero la inmensidad de la arena estaba prácticamente vacía. Un grupo de seis chicas veinteañeras han formado un corro y charlan entre risas. Están casi solas. Todas con mascarillas. Tres son enfermeras y han venido a “descomprimir” tras una jornada ajetreada en el hospital, cuenta Nuria González, de 24 años: “Necesitamos una válvula de escape y hemos decidido venir a disfrutar de la tranquilidad de la playa”. El paseo de La Concha, en cambio, es un ir y venir de gente. San Sebastián es una ciudad tranquila y comedida. La Guardia municipal patrulla la Parte Vieja: “Tenemos una aglomeración en la plaza de la Trinidad y una pelea en Urbieta”, afirma el agente que está al mando.
Los bares han cerrado a las 22.00, pero grupos de jóvenes se han aprovisionado de bebidas para dar rienda suelta a las ganas de fiesta. No hay excesos. Gautier Chauffrut es de Biarritz, se declara un enamorado de San Sebastián, y está acompañando a unos amigos de la Bretaña francesa que han venido a pasar el fin de semana: “Les encanta esta ciudad, seguro que terminamos muy tarde y con alguna copa de más”. Montan un baile en pleno paseo marítimo, cerca de uno de los puntos más concurridos. Es uno de los espigones del puerto, donde el sábado pasado se juntó una multitud y quedaron restos de una noche con mucho alcohol que sonrojaron al alcalde Eneko Goia. “Hoy va todo más tranquilo. Vamos a portarnos bien”, comenta Iñaki Agirre. En esta zona las mascarillas brillan por su ausencia.
Córdoba: la ciudad recupera la fiesta de los Patios
Córdoba retoma poco a poco su esencia. Con la fiesta de los Patios, que encara su último fin de semana, recupera un ambiente anhelado durante estos últimos meses con visitantes españoles y extranjeros y vecinos que en esta noche del viernes están disfrutando con tranquilidad.
Con información de Luis de Vega, Nacho Sánchez, Alfonso Congostrina, Juan Navarro, Cristina Vázquez, Ferran Bono, Caridad Bermeo, Santiago Cañas, Mikel Ormazabal y Paco Puentes.