Imágenes de satélite apuntan a que Irán ha minimizado el alcance del coronavirus

Las fotografías revelan dos largas fosas recientes en el cementerio de Qom, el centro del foco

Imágenes de satélite de del cementerio de Behesht-e Masumeh de Qom, en Irán.Maxar Technologies

Dos largas zanjas recientemente excavadas en el cementerio de Qom constituyen el último indicio de que Irán afronta una situación más grave por el coronavirus de lo que sus dirigentes han admitido hasta ahora. Las fosas, que suman cien metros de longitud, se han detectado en unas imágenes por satélite y dan credibilidad a las sospechas de que el número de fallecidos por la Covid-19 es mayor...

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Dos largas zanjas recientemente excavadas en el cementerio de Qom constituyen el último indicio de que Irán afronta una situación más grave por el coronavirus de lo que sus dirigentes han admitido hasta ahora. Las fosas, que suman cien metros de longitud, se han detectado en unas imágenes por satélite y dan credibilidad a las sospechas de que el número de fallecidos por la Covid-19 es mayor de lo reconocido hasta ahora. Desde que se anunciaron los primeros casos a mediados de febrero, tanto algunos responsables como médicos anónimos han alertado de la falta de transparencia.

Las imágenes, inicialmente difundidas por The Washington Post, muestran la excavación de un nuevo sector en el cementerio de Behesht-e Masumeh de Qom. Esa ciudad, de 1,2 millones de habitantes situada a 150 kilómetros al sur de Teherán, es un gran centro de peregrinación chií y el eje del foco del SARS-CoV2. Behesht-e Masumeh no sólo es el mayor cementerio de esa ciudad santa, sino que incluye una morgue, una mezquita y un gran parque.

En las fotografías, facilitadas al diario por la empresa de tecnología espacial Maxar Technologies, se aprecia un cambio evidente entre octubre y febrero, cuando aparecen dos largas fosas en un área del camposanto que no estaba en uso hasta entonces. El sector situado inmediatamente encima da la impresión de haberse llenado y se ve cubierto de blanco por el uso de cal viva, algo habitual en Irán como medida higiénica dado que en los enterramientos islámicos no se utilizan ataúdes.

“Empezaron a hacer las excavaciones antes del anuncio público de la propagación del coronavirus”, confirman a EL PAÍS dos residentes en Qom desde el anonimato dada la sensibilidad del asunto. Según los últimos datos oficiales, Irán ha diagnosticado a 11.364 personas de los que 514 han muerto, lo que le ha convertido en el epicentro del virus en Oriente Próximo.

Ya a principios de marzo aparecieron en las redes sociales vídeos que mostraban zonas del cementerio abiertas a toda prisa con el objetivo de dar sepultura al creciente número de víctimas. Pero esas imágenes resultaban difíciles de confirmar y la prensa internacional tiene muy restringido el acceso al país. Incluso los periodistas extranjeros acreditados en Teherán necesitan autorización para viajar fuera de la capital.

“Era previsible. Está claro que las autoridades lo sabían desde muchos días antes y lo escondieron a la gente”, responde un médico en Teherán al mostrarle las imágenes.

Médicos y sanitarios iraníes vienen comentando en privado sus sospechas de que la mortalidad por el coronavirus en su país es más alta de lo que se reconoce y que no se limita a los ancianos. La situación es tan grave que “hasta los psicólogos están trabajando en las urgencias como médicos y han parado el resto de las actividades para atender a los infectados”, según una fuente.

Pocos se han atrevido a interpelar al ministro de Sanidad. “Señor Namaki, ¿no está dando los números reales de muertos del coronavirus? Muy bien, lo haré por usted. Queridos ciudadanos iraníes: los muertos que se teme se deben al coronavirus son cerca de 2.000 (diez veces más que las cifras oficiales)”, afirmaba el periodista Mostafa Faghihi el pasado lunes en un tuit que luego desapareció de su cuenta. Faghihi, un hombre próximo al fallecido expresidente Ali Akbar Hashemi Rafsanyaní, está lejos de ser un opositor.

También las declaraciones de algunos altos cargos han dejado entrever discrepancias en el nivel de transparencia dentro de la élite dirigente. Hesameddin Ashena, un asesor del presidente Hasan Rohani, compartió en su Twitter el martes una carta en la que se ordenaba a los hospitales que mencionaran el coronavirus como causa de fallecimiento de los pacientes infectados, lo que daba a entender que hasta ese momento se había evitado.

La crisis ha llevado a la República Islámica a solicitar un fondo de emergencia de 5.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), por primera vez en seis décadas. Esa institución, que ha asignado 50.000 millones para los países en dificultades por la epidemia, tiene que decidir si ayuda a Irán a pesar de estar bajo las estrictas sanciones de Estados Unidos.

No está claro en qué momento los responsables iraníes, entre los que ha habido numerosos infectados y algunos muertos, se dieron cuenta de la expansión del virus. El portavoz de Sanidad, Kianush Jahanpur, lo mencionó por primera vez el 25 de enero en un tuit en el que avisaba de que los controles aleatorios de salud a los pasajeros que llegaban a Irán no iban a proteger al país del coronavirus. El 19 de febrero, del director del Centro de Control Epidemiológico, Mohamed Mehdi Guya, confirmó que dos ciudadanos iraníes habían sido diagnosticados con el patógeno en Qom. Ese mismo día se anunció la muerte de ambos debido a “su avanzada edad, enfermedades respiratorias y frágil sistema inmunológico”.

Pero los iraníes se empezaron a preocupar cuatro días más tarde cuando el decano de la Universidad de Ciencias Médicas de Qom, Mohammad-Reza Qadir, declaró en directo en televisión que no estaba autorizado a revelar los datos sobre el número de pacientes diagnosticados y hospitalizados por la nueva Covid-19. Entre medias, el día 21, se habían celebrado las elecciones legislativas y al parecer las autoridades habían querido evitar que el miedo al contagio dejara a la gente en casa.

Desde entonces, el Gobierno ha sido acusado de tardar en tomar medidas preventivas como prohibir reuniones públicas, cerrar centros educativos o dar permisos carcelarios. Incluso ahora, y tras cancelar el rezo del mediodía del viernes, las mezquitas, oratorios y santuarios siguen congregando a fieles que se creen protegidos por su fe y revelando el peso de la clase clerical.

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