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La hipertensión infantil se duplica en dos décadas y alcanza a 114 millones de menores: “Es profundamente preocupante”

Un estudio cristaliza un deterioro de la salud cardiovascular en niños y adolescentes que está relacionado, sobre todo, con el sedentarismo y el auge de la obesidad

La salud cardiovascular de los niños y adolescentes de todo el mundo está empeorando. Una revisión científica publicada este miércoles ha revelado que la hipertensión infantil, un factor de riesgo clave en el desarrollo de problemas cardiovasculares y renales, casi se ha duplicado en las últimas dos décadas: a principios de este siglo el 3,4% de los niños y el 3% de las niñas padecían esta dolencia, pero en 2020 ya eran el 6,5% y el 5,8%, respectivamente. “Es profundamente preocupante”, admite Peige Song, investigadora de la Universidad de Zhejiang (China) y autora de este estudio que publica la revista The Lancet Child & Adolescent Health. Según sus cálculos, hoy en día, 114 millones de menores de 19 años en todo el globo viven con hipertensión.

Los científicos atribuyen este incremento a un empeoramiento de los hábitos de vida y, especialmente, al auge de la obesidad. La investigación, que ha revisado hasta 83 estudios con cerca de 444.000 niños y adolescentes de 21 países, reveló, de hecho, que la prevalencia de hipertensión fue ocho veces más alta entre los menores con obesidad: el 19% de los chavales con exceso de grasa corporal tenían la presión arterial alta, mientras que la prevalencia en aquellos con peso saludable era del 2,4%. “El hecho de que estemos identificando estos patrones [de hipertensión] en poblaciones cada vez más jóvenes subraya la urgente necesidad de estrategias de detección precoz, prevención e intervención”, avisa Song.

La hipertensión sucede cuando la presión arterial, que es la fuerza que ejerce la sangre contra la pared de las arterias a medida que el corazón bombea, es demasiado alta de forma sostenida. Cuando esto ocurre, el corazón hace un sobreesfuerzo que, con el tiempo, puede acabar generando complicaciones cardíacas y también las arterias pueden volverse más rígidas y estrechas, provocando un riego sanguíneo insuficiente, o romperse y ocasionar hemorragias.

En realidad, se trata de un factor de riesgo tradicionalmente asociado a la edad adulta, pero su aparición cada vez más frecuente a edades tan tempranas ha puesto en alerta a la comunidad científica: “Numerosos estudios han demostrado que la hipertensión infantil, si no se trata, puede persistir en la edad adulta y aumentar significativamente el riesgo de complicaciones cardiovasculares en la vejez”, avisa Song. La hipertensión en adultos, si no se logra controlar con fármacos o cambios en el estilo de vida, puede provocar problemas cardíacos y cerebrovasculares, como infartos e ictus, y también insuficiencia renal.

En la práctica, lo que refleja la tendencia alcista en las cifras de hipertensión infantil, sostiene la científica, es “un deterioro de la salud cardiovascular a edades más tempranas”. Y achaca buena parte de este fenómeno a “factores del estilo de vida moderno, como dietas ricas en sal y alimentos ultraprocesados, hábitos cada vez más sedentarios y, sobre todo, al marcado aumento de la obesidad infantil”. La investigadora señala que estos comportamientos no solo elevan la presión arterial, sino que también “aceleran cambios metabólicos y vasculares que pueden propiciar graves problemas cardiovasculares en la edad adulta”.

La huella de la obesidad

No es la primera vez que la comunidad científica hace una llamada de atención al impacto que los hábitos de vida poco saludables y, especialmente, la obesidad infantil puede tener a corto, medio y largo plazo en la salud del niño. La aparición de enfermedades de adultos, como la hipertensión, en edades cada vez más tempranas es un ejemplo. Pero los expertos también advierten de que el exceso de grasa corporal, en concreto, deja también una huella mecánica, metabólica y psicológica que puede perpetuar problemas de salud a lo largo de la vida.

Ignacio Fernández Lozano, presidente de la Sociedad Española de Cardiología, asegura que investigaciones como esta, en la que no ha participado, ayudan a ilustrar las tendencias y muestran con datos lo que los especialistas llevan tiempo percibiendo a pie de consulta: “Es preocupante porque vemos que la salud cardiovascular de niños y adolescentes es cada vez peor. La hipertensión es una enfermedad del adulto y que empiece a aparecer en edades tan tempranas es alarmante”, lamenta.

Ese riesgo cardiovascular precoz, abunda Pedro Arango, nefrólogo pediátrico del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, ya se ha empezado a traducir en “signos de daños en órganos”. “Cada vez vemos más en pediatría daños en la retina o hipertrofia ventricular del corazón relacionados con la hipertensión”, ejemplifica.

La “buena noticia” en este campo, anota Song, es que la hipertensión en niños es modificable. “Con la detección temprana, una mejor nutrición, mayor actividad física y políticas que fomenten entornos más saludables, existe una oportunidad real para la prevención”, conviene. Y apela también a mejorar y flexibilizar las estrategias de diagnóstico de la hipertensión infantil para mejorar la detección precoz.

Hipertensión enmascarada y de bata blanca

No es baladí esa llamada a afinar los métodos diagnósticos. El metaanálisis ha demostrado que las estimaciones de prevalencia de la hipertensión infantojuvenil dependen, en gran medida, de los métodos de medición de la presión arterial. Esto es, que las cifras bailan según si los datos son recabados a partir de mediciones repetidas en la consulta o fuera de ella (a través de tensiómetros en el domicilio, por ejemplo).

El cómo y el dónde se mide, de hecho, revela fenómenos como la hipertensión enmascarada —solo puede diagnosticarse cuando se incluyen mediciones fuera de la consulta— o la hipertensión de bata blanca, que sucede cuando se identifica una presión arterial elevada al medirla en el centro de salud, pero no fuera de este entorno sanitario. El metaanálisis identificó que la primera afecta al 9,2% de niños y adolescentes a nivel mundial y la prevalencia de la segunda es del 5,2%. “Ambas afecciones ilustran la complejidad que puede entrañar la medición de la presión arterial en niños”, asume Song.

La hipertensión enmascarada, en la que la presión arterial de un niño parece normal en la consulta, pero está elevada fuera de ella, puede llevar consigo “un infradiagnóstico, ya que a estos niños se les puede decir que están bien cuando no lo están”, expone la investigadora. Pero, por otra parte, con la hipertensión de bata blanca, que solo se da puntualmente en la consulta y no fuera de ella, también se puede “generar una preocupación innecesaria o, incluso, sobretratamiento”, admite. “Estos hallazgos resaltan las limitaciones de las mediciones aisladas en la consulta y la importancia del monitoreo fuera de ella, especialmente para niños con una presión arterial en el límite [entre lo normal y lo patológico]”.

Otro fenómeno que se estudia en el metaanálisis es el de la prehipertensión, que se define como una presión arterial más elevada de lo normal, pero que no alcanza el rango hipertensivo. “Es una señal de alerta importante”, sintetiza Song. La investigación constata que alrededor del 8,2% de los menores de 19 años se encuentran en esta categoría, aunque fue más frecuente en adolescentes: en estos grupos de edad ascendió al 12%, frente al 7% en niños más pequeños. “[La adolescencia] es un momento crucial para la intervención y una oportunidad para prevenir complicaciones a largo plazo”, opina Song.

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