La urgencia de arreglar nuestros sistemas de alimentación fallidos
La inminente crisis alimentaria derivada del aumento del coste de la comida delata la necesidad de resolver los problemas de los sistemas de suministro a nivel global
En septiembre pasado, la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de Naciones Unidas reunió a actores clave de la alimentación y la agricultura con el fin de establecer nuevos compromisos que mejoren los sistemas alimentarios a nivel mundial. Las cinco vías de acción de la cumbre identificaron soluciones para erradicar el hambre y la malnutrición, y asegurar la sostenibilidad ambiental en las cadenas de suministro.
Durante la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP26) de la ONU, celebrada en Glasgow en noviembre de 2021, los gobiernos y las empresas tuvieron una oportunidad ideal para actuar, pero esa oportunidad no se aprovechó. En lo que resta del crítico Decenio de Acción sobre la Nutrición de la ONU, que abarca de 2016 a 2025, debemos medir los avances en meses, y no en años. En las negociaciones climáticas de la COP26, el carbón, los coches, los árboles, el cemento, el acero, y el dinero siguieron captando la atención política y mediática, mientras que, en general, se pasó por alto la urgencia de cambiar la manera en que producimos y consumimos nuestros alimentos.
Esto es de una miopía extrema, dado que los sistemas alimentarios son responsables de un tercio del total de emisiones globales de gases de efecto invernadero. Incluso si todos los demás sectores alcanzaran a acabar con las emisiones mañana, sería imposible limitar el calentamiento global a 1,5 grados sin un cambio importante en los sistemas alimentarios. En la actualidad, estos consumen un 70% de los recursos de agua dulce, cubren un 40% de las tierras no congeladas del planeta y son un factor primario de la deforestación, la extinción de miles de especies y el colapso de los ecosistemas.
Al mismo tiempo, los sistemas alimentarios tampoco están logrando su principal objetivo: nutrir a la creciente población mundial. Los rápidos aumentos en las cifras del hambre y la malnutrición, agravados por las perturbaciones causadas por el coronavirus y los crecientes índices de pobreza, están acabando con una década de avances. Como resultado, tres mil millones de personas no se pueden permitir una dieta saludable y nutritiva, y enfrentan el riesgo de contraer enfermedades o terminar muertos. A esto se suma el temor generalizado de que la guerra en Ucrania agrave la inseguridad alimentaria de los países en desarrollo.
Aun así, hay esperanza. Un sistema alimentario basado en la producción sostenible, el respeto a los ecosistemas naturales, una economía circular y el manejo responsable de las tierras y los recursos a lo largo de la cadena de valor podría mejorar la salud humana y planetaria, e impulsar el empleo y las garantías de sustento de las personas.
Al recobrar el impulso del año pasado en la reforma de los sistemas alimentarios, podríamos asegurarnos de que el decenio de acción de la ONU lograra su objetivo: “eliminar la malnutrición en todas sus formas, en todos los lugares y sin dejar a nadie atrás”. Además, también se lograría alcanzar las metas del Acuerdo de París de 2015, con respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero en las cosechas que resten de hoy al año 2030.
La transformación solo será posible si invertimos el tiempo y los recursos necesarios para cumplir con los compromisos nacionales e internacionales
Esto no sucederá sin voluntad política y sin el apoyo de las empresas y de la sociedad civil. La transformación que tan urgentemente necesitamos solo será posible si invertimos el tiempo y los recursos necesarios para cumplir con los compromisos nacionales e internacionales.
Las medidas en los sistemas alimentarios deben convertirse en prioridades dentro de la determinación de políticas globales sobre el cambio climático en todos los foros de discusión. Entre ellos, la COP27 –que se celebrará en Egipto en noviembre de este año– y cada COP subsiguiente; las agendas de acción climática sobre el metano y la deforestación; las contribuciones en virtud del acuerdo de París; los planes de recuperación tras la pandemia de covid; los programas de infraestructura verde; las medidas de sanidad pública, y las iniciativas de comercio sostenible.
Las reuniones de alto nivel que se celebran a lo largo de 2022 presentan oportunidades para consolidar estos propósitos. La Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (CBD COP15), que se realizará en Kunming, China, debería dar los últimos toques al nuevo marco global sobre la biodiversidad, teniendo en cuenta los retos de los sistemas alimentarios. Por otro lado, el G7, bajo la presidencia de Alemania, podría movilizar nuevos compromisos financieros para enfrentar el hambre y proteger la naturaleza. Además, la presidencia de Indonesia del G20 ofrece una oportunidad para que los países eleven sus esfuerzos hacia la resiliencia de los sistemas alimentarios, la lucha contra el hambre y la reducción de desechos. De igual manera, la COP27 también es una ocasión para poner estos problemas de relieve.
Por su parte, las empresas deben cumplir sus compromisos de reducir el hambre y la malnutrición, proporcionar alimentos saludables y enfrentar la deforestación. Los bancos de desarrollo multilateral, las instituciones internacionales, los donantes y los filántropos pueden aumentar la financiación de este tipo de iniciativas si se establece la necesidad de contar con alimentos saludables producidos con métodos sostenibles. La Organización Mundial del Comercio también debe fijar esta cuestión en el núcleo de su agenda.
A medida que los fenómenos meteorológicos extremos, la inseguridad económica, los conflictos y la covid-19 siguen causando estragos, estamos presenciando las consecuencias del fallo de los sistemas alimentarios. Estos problemas no harán más que empeorar si no actuamos con rapidez. Sin embargo, un futuro más sostenible es posible, y las soluciones están a nuestro alcance. Para hacerlo realidad solo falta la voluntad política de trabajar ahora.
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