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¿Volvería hoy a elegir ser cooperante?

La cooperación y la defensa de los derechos humanos deben preservar la fuerza del derecho internacional frente a la ley del más fuerte

El pasado 8 de septiembre fue el Día Internacional de las Personas Cooperantes y se celebró a bombo y platillo en diferentes países, incluido España, con el homenaje de Pedro Sánchez en el que reforzó el compromiso del país con la cooperación internacional, mesas redondas de diferentes ONG, entre otras muchas acciones.

Pero desde entonces me pregunto: ¿volvería hoy a elegir ser cooperante?

Hace 20 años la respuesta era mucho más fácil. El sector pasaba por un momento vibrante, había espacio y trabajo para todas las personas, podías hacer carrera en Naciones Unidas, ONG grandes o pequeñas, donantes, organismos multilaterales o filantropías. Eso sí, la mirada era todavía muy reducida y el sector, en ocasiones aburguesado, fue perdiendo compromiso: era un clásico ir dos años “a terreno” para después trabajar (y decidir) desde “la sede”, con la comodidad europea.

Hoy es todo más complejo: la ONU acaba de anunciar un recorte del 15% de su presupuesto con respecto al año pasado y la reducción del 20% de sus puestos de trabajo. El sector de las ONG está en declive, con recortes generalizados en la mayoría de las grandes organizaciones y cuestionamientos sobre su valor agregado. Igualmente, las agencias de cooperación —Alemania, Reino Unido, EE UU, Francia— todas están en retroceso, salvo España, que ya recortó un 70% la cooperación entre 2008 y 2014 con un Gobierno conservador, y no creo que sea diferente si regresa al poder.

Hoy la cooperación tampoco tiene el mismo reconocimiento. Según el último Barómetro de Edelman Trust, las personas confían ahora más en las empresas que en las ONG, que van progresivamente perdiendo credibilidad en los diferentes segmentos de la sociedad.

Naciones Unidas acaba de anunciar un recorte del 15 % de su presupuesto con respecto al año pasado y la reducción del 20% de sus puestos de trabajo

Teniendo todo lo anterior en consideración, es normal dudar. Sin embargo, todavía volvería a elegir dedicarme a la cooperación. Explico por qué:

1. Igual que hace 20 años, sigo convencido de que una ciudadanía capaz de indignarse por igual ante injusticias en Gaza, Sudán, Guatemala o Francia es esencial en un mundo totalmente interconectado. Dentro y fuera del sector hemos perdido cierto universalismo, pero pasará, y llegará una visión más amplia y menos enfrentada que la actual.

2. La cooperación sigue siendo tan necesaria hoy como lo fue hace 50, 20 o 10 años en gran parte de los contextos del planeta. Debe dejar atrás la caridad y centrarse en los desequilibrios estructurales. Causas sobran en todos los sectores (salud, democracia, educación, derechos sexuales y reproductivos, cambio climático…) y en todas las regiones del planeta; no hay más que ver el último informe sobre los frustrantes avances en la Agenda 2030.

3. A pesar de haber perdido estabilidad económica —sobre todo en los actores más tradicionales— todavía ofrece la posibilidad de desarrollar una excelente carrera profesional que requiere riqueza de saberes, compromiso, adaptabilidad y persistencia.

4. Es posible que la cooperación oficial esté más condicionada en el futuro. También están ya surgiendo nuevos actores en el sur con capacidad de recibir recursos sin necesidad de intermediarios como las ONGI, que perderán peso. Esto no significa que carezcan de un papel que desempeñar: podrán centrarse en influir en las políticas de sus gobiernos y empresas en el norte, en coordinación con sus aliadas del sur.

Las ONGI que todavía implementan directamente irán progresivamente transfiriendo esos recursos a organizaciones nacionales —Christian Aid, HelpAge o Plan Internacional, por ejemplo, ya avanzan en este proceso—. Los recursos circularán con mayor diversidad entre países. En definitiva, se configurará un nuevo ecosistema de cooperación más diverso, más rico y con más opciones, pero que seguirá requiriendo de personas y cooperantes comprometidas, tanto en el Norte como en el Sur Global, en la misma o incluso en mayor medida que en la actualidad.

Según el último Barómetro de Edelman Trust, las personas confían ahora más en las empresas que en las ONG

Pero, sobre todo, volvería a elegir ser cooperante porque sigue siendo transgresor. En este contexto de zozobra social y polarización, debemos plantar cara a las ideas iliberales, al horror de un nuevo genocidio como el de Gaza, y ponérselo difícil a los sátrapas que se aprovechan del malestar social. La cooperación y la defensa de los derechos humanos deben preservar la fuerza del derecho internacional frente a la ley del más fuerte.

Una cooperación valiente, que va más allá de lo que algunos gobiernos pueden asumir, y que recupera su autoridad moral ante sociedades necesitadas de referentes, de esperanza y de acción en la búsqueda de un bien común. Eso es la cooperación, eso debe ser la cooperación.

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