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La urgencia invisible de la salud mental en Congo: “No se puede reconstruir una sociedad a partir de almas destrozadas”

Feza Balanga, una terapeuta de la ciudad de Goma ayuda a niños, jóvenes y mujeres a canalizar los traumas del conflicto armado que se cierne sobre el país

Los sueños de Junior, un adolescente de la República Democrática del Congo (RDC), también eran territorio de guerra. “Cada noche veía a los soldados en mi casa. Tenía pesadillas en las que cogía el mortero para matar a mi madre. Una mañana, ella me dijo que había querido matar a mi hermano pequeño en sueños”, cuenta este chico de 15 años que, en las últimas semanas, ha tenido que recibir apoyo psicológico para sanar esas heridas invisibles. “Con los ejercicios de respiración y los juegos que nos enseñó Feza Balanga en la escuela, he podido calmar mis miedos. Duermo mejor y ya no siento que todo esté perdido”, asegura este estudiante del colegio Mwanga, ubicado en la ciudad de Goma, asediada a principios de 2025 por la milicia del M23 en medio de una ola de violencia en el este del país africano.

Feza Balanga, a quien se refiere Junior, es una psicóloga de 33 años que decidió quedarse en Goma para prestar servicios de salud mental gratuitos en escuelas, iglesias y en casas de refugiados retornados tras los peores días de la escalada. “En Goma, las cicatrices no solo se llevan en la piel, sino también en los silencios, las noches sin dormir y en las miradas evasivas”, asegura Balanga, que en 2022 fundó su consulta Refuge d’Accueil et de Vie Intérieure (Refugio de Acogida y Vida Interior, RAVI, por sus siglas en francés) y que abrió oficialmente en febrero, en un local alquilado, cuando la situación se “estabilizó”. Este lugar se ha convertido en un refugio para las víctimas invisibles de la guerra: niños aterrorizados por el ruido de las botas en la ciudad, madres con insomnio, jóvenes desempleados o antiguos desplazados en busca de paz interior.

Al menos una de cada cinco personas que viven en zonas afectadas por conflictos padecen algún grado de ansiedad, trastornos por estrés postraumático, trastorno bipolar o depresión, según un documento del Fondo de Población para las Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés). Distintos organismos de la ONU, como Unicef, han alertado de la urgencia de prestar servicios de salud mental a millones de personas en la RDC, un país que ha vivido casi 30 años de conflicto.

Balanga creció entre los sucesivos conflictos que han sacudido Goma: la segunda guerra del Congo (1998-2003); la guerra de Kivu, que lleva más de dos décadas; y las dos ofensivas de las milicias M23 a comienzos de este año. Desde su infancia, ha sido testigo del miedo, la muerte y la angustia cotidiana. Estas experiencias no la destrozaron, sino que le sirvieron para comprender y buscar cómo aliviar el sufrimiento de los demás.

Cuando era muy joven, decidió estudiar Psicología, consciente de que la guerra no solo deja heridas físicas, sino también mentales. Antes de la última toma de Goma por parte del M23, ya trabajaba como consultora para varias ONG locales, prestando apoyo psicológico a las personas desplazadas en los campamentos y a los propios trabajadores humanitarios, que muchas veces sufren estrés postraumático.

Escuchar a los más pequeños

Cada mañana, Balanga se levanta para ir a una escuela y atender consultas. “Los jóvenes de entre 10 y 20 años no tienen tiempo de venir a verme y me parece normal, porque en mi país no es habitual acudir al psicólogo”, añade Balanga. En la RDC, quienes acuden al psicólogo suelen ser congoleños que han vivido mucho tiempo fuera del país. Según el Atlas de la Salud Mental de la ONU, la mayoría de la población paga de su propio bolsillo el acceso a terapia psicológica y a medicinas psiquiátricas.

Me enseñó a canalizar mi miedo. Hoy me siento más fuerte y vuelvo a participar en las clases y los juegos
Samuel, estudiante de 13 años

En el colegio Mwanga, un centro educativo de la ciudad de Goma, Balanga y su equipo han atendido a más de 100 alumnos con problemas de salud mental que han participado en sesiones de acompañamiento psicológico, terapia individual y grupal, terapia artística y terapia psicodinámica. Muchos de ellos se han abierto para liberarse, como Gloria, que a los 14 años se vio desplazada junto con su familia durante los combates de enero y tuvo dificultades para seguir las clases. Tenía el sueño alterado y vivía con un miedo constante. “Desde que la señora Feza vino a nuestra clase, nos ha enseñado a reconocer nuestras emociones y a respirar para calmar nuestros miedos. Ahora duermo mejor y he recuperado las ganas de aprender”, cuenta Gloria.

Por su parte, Samuel, de 13 años, se sentía perdido y desmotivado en la escuela después de haber presenciado actos violentos en su barrio. “Había perdido las ganas de jugar y de participar en las actividades escolares. Feza me enseñó que mis reacciones eran normales después de lo que había vivido y me enseñó a canalizar mi miedo. Hoy me siento más fuerte y vuelvo a participar en las clases y los juegos”, afirma.

La infancia ha sido una de las víctimas de la violencia en 2025. Alrededor de 400.000 menores de edad fueron desplazados forzadamente de las provincias orientales de Ituri, Kivu del Norte y Kivu del Sur en los primeros meses del año, según denunció la directora de Unicef, Catherine Russell, en un discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU en abril.

Prisca, de 15 años, vio morir a su padre durante la guerra y se sentía incapaz de concentrarse en sus estudios. “Estaba triste todo el tiempo y todavía lo estoy. Pero, gracias a la señora Feza, a quien escuché hablarnos de nuestras emociones por primera vez en la iglesia, comprendí que hablar de lo que sentía podía ayudarme. Y hoy, gracias a las sesiones en las que he participado, he decidido compartir mis sentimientos con mi madre. Ahora me siento más ligera, ya no lloro como antes, ya no veo el espíritu de mi padre en sueños”, confiesa.

Algunos desplazados por la guerra que vivían en campamentos bebían alcohol para olvidar los horrores que habían presenciado. Chantal, 42 años, madre de familia, perdió a su marido durante los combates y se sentía sobrepasada por sus responsabilidades. Dudaba sobre acudir a un psicólogo, porque pensaba que era demasiado caro. “Mi cuñada me había hablado de los éxitos que lograba Feza, pero yo seguía sin estar segura. Cuando llegué a su consulta, me atendió gratis y sin juzgarme. Me ayudó a recuperar la energía para cuidar de mis hijos y organizarme los días. Sin ella, no sé cómo habría aguantado”, cuenta.

Recortes en la cooperación

Las heridas psicológicas suelen quedar olvidadas en la acción humanitaria, ya de por sí sujeta a recortes de fondos por parte de Estados Unidos y algunos países europeos. El plan de respuesta humanitaria para 2025 apenas ha conseguido el 15% de los recursos que requiere ―2.500 millones de dólares―.

En un contexto económico tan frágil como el de la RDC, abrir una consulta gratuita es increíblemente complicado. Pero Balanga insiste en que sus consultas sigan siendo accesibles para todos: “Si pusiese un precio, muchos no vendrían. Los que menos tienen son muchas veces los que más necesitan hablar”. Financia su actividad gracias a pequeñas ayudas puntuales, acuerdos de colaboración con algunas ONG y, a veces, de su propio bolsillo.

También sueña con formar a otros jóvenes en psicología de crisis para multiplicar los centros de atención en la ciudad. “Goma tiene que aprender a cuidarse el espíritu. No se puede reconstruir una sociedad a partir de almas destrozadas”, afirma.

Con el paso de los meses, esta psicóloga ha visto cómo sus pacientes recuperaban la sonrisa, volvían a la escuela, se reconciliaban con sus familias o se reintegraban en la sociedad. Estos éxitos son su mayor recompensa. En una ciudad en la que se habla poco de salud mental, su labor es también una lucha contra el estigma.

“Consultar a un psicólogo no significa que seas débil. Significa que te cuidas”. Gracias a su entrega, muchas vidas marcadas por la guerra están recuperando poco a poco un ritmo normal en medio de una guerra que no cesa. Aunque el Gobierno de la RDC y los rebeldes del M23 se comprometieron a mediados de junio a abrir negociaciones para alcanzar la paz y para lograr un alto el fuego, aún continúan los enfrentamientos.

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