Sobrevivir al ébola en Liberia: 10 historias de dolor y esperanza, una década después

El virus del ébola se detectó por vez primera en 1976 en la República Democrática del Congo y provocó 40 brotes. El peor de todos mató a 11.300 personas entre 2013 y 2016. Liberia, uno de los 20 países más pobres del mundo, fue el más afectado. Los supervivientes hablan de la cicatriz física y mental que aún padecen.

Comfort Paye, de 53 años, superviviente de ébola, en su casa.Alfredo Cáliz

Josephine Karwah perdió a su madre, a su padre y a su hermana Salomé. Y su bebé nació muerto en la calle, cuando iba a dar a luz de camino a un hospital. Nadie quiso atender a alguien que había sufrido ébola, ese virus letal que se llevó a familias enteras. Josephine abre el teléfono móvil y muestra el grupo de WhatsApp sentada frente a la pequeña clínica que regenta en la capital de Liberia. Son 81 miembros y todos sufrieron el ébola menos uno, un médico que todavía forma parte del grupo. A veces les da consejos. Otras, solo comparten en el chat penas y alguna alegría. Han pasado 10 años desde que ese virus diezmó su país, pero ellos siguen en contacto. Los dolores permanecen en la mayoría de los pacientes, en sus articulaciones, y los problemas de vista. El grupo de Josephine se llama All Survivors. Estamos en Monrovia. El mar ha vuelto a hacer de las suyas y ha impactado en la costa liberiana y, en especial, en West Point, el barrio chabolista más grande de la ciudad, donde las calles son tan estrechas que tienes que pasar de lado. La arena es una manta de plásticos y suciedad donde juegan los niños mientras otros, más mayores, preparan pescado. Es domingo y no hay mercado.

En 1970, Liberia era uno de los países más prósperos de África. Hoy es uno de los más pobres y de los más corruptos. Liberia, único Estado negro de África que nunca estuvo sometido a un régimen colonial, es la república más antigua del continente: proclamó su independencia en 1847. Dos de sus presidentes fueron asesinados. Sufrió dos guerras civiles. La última finalizó en 2003 dejando más de 100.000 muertos. Al menos 40.000 menores fueron forzados a combatir como soldados. Ahora viven 5,4 millones de personas en el país, donde los restaurantes los regentan libaneses y las carreteras las construyen chinos. No existe el turismo. En el índice de corrupción de Transparencia Internacional de 2023, Liberia se situó en la posición 145ª de 180 países analizados, con 25 puntos sobre 100. Varios estudios lo colocan entre los 20 países más pobres y menos desarrollados del mundo. A pesar de un clima propicio y buenos suelos para la producción de cultivos, ha sufrido la inseguridad alimentaria debido a la pobreza extrema y las ineficiencias endémicas. Este país africano, dependiente durante años de las ayudas estadounidenses, ve con preocupación la nueva victoria de Donald Trump. Fue precisamente el presidente de Estados Unidos quien, durante su primer mandato, en 2018, retiró la protección migratoria a miles de liberianos y les dio un año para irse.

Un equipo de enterradores contratados por el Ministerio de Sanidad de Liberia traslada cuerpos de víctimas del ébola a una pira funeraria en la localidad de Marshall, en agosto de 2014.John Moore (Getty Images)

El virus del ébola se detectó por primera vez en 1976, cerca del río Ébola, en República Democrática del Congo, y desde entonces provocó al menos 40 brotes. El mayor de todos se inició en una aldea de Guinea-Conakry en diciembre de 2013 y se extendió rápidamente por Liberia y Sierra Leona. El virus mató a 11.300 personas en Liberia, Sierra Leona y Guinea, 500 profesionales sanitarios fallecieron y aparentemente desapareció en junio de 2016, dejando unos 17.000 supervivientes.

Los focos de contagio, cuenta el enfermero Luis Encinas, fueron los ritos funerarios, los cuidadores, los centros de salud donde los pacientes acudían y no existían al principio medidas de protección adecuadas y los puntos de encuentro masivo como mercados e iglesias. “Al no haber ambulancias suficientes y tener que ser trasladados los pacientes sospechosos en condiciones poco seguras, como por ejemplo en motos, donde no se puede mantener la distancia de seguridad, o en vehículos privados, que luego no eran convenientemente desinfectados, se multiplicó el número de contagios. Médicos Sin Fronteras (MSF) dio la voz de alarma, pero la alerta internacional no se decretó hasta muchos meses más tarde, cuando ya había miles de muertos”, añade Encinas.

Los años de guerra previos agudizaron el desierto sanitario liberiano. Un estudio de la Universidad de Washington reveló que hasta el 67% de la atención primaria esencial en Liberia desapareció durante e inmediatamente después de la epidemia. El 9 de junio de 2016 se declaró que en Liberia se había interrumpido la transmisión del virus. Aunque la capital fue la más afectada, cada uno de los 15 condados notificaron casos. Miles de personas sobrevivieron. Muchas pasaron por el centro de tratamiento del ébola que MSF construyó en Monrovia. Estos son solo algunos testimonios de aquel drama.

1. Josephine Karwah: “La tuvimos que enterrar de noche”

Josephine Karwah. Sobrevivió al ébola y gestiona la clínica que montaron sus padres antes de fallecer por el virus, el Karwah’s Memorial Healthcare Center.Alfredo Cáliz

Josephine Karwah es una superviviente del ébola. Volvió a casa en septiembre de 2014, siendo una de las pocas embarazadas que logró vencer al virus. “Los vecinos no me querían ni ver, estaba traumatizada”, recuerda. Cuando se puso de parto decidió acudir a un centro de salud, pero no consiguió que nadie la llevara hasta allí. “Tuve a mi hijo en la calle, nadie quiso ayudarme pese a tener el certificado de que estaba curada. Al final, unas mujeres formaron un círculo a mi alrededor. Mi bebé nació muerto. Volví caminando a casa con él envuelto en una toalla”. Josephine perdió a sus padres por el ébola, a sus sobrinos, a su tío. Luego su hermana Salomé, su querida hermana pequeña, también murió. Trabajaba como enfermera en la clínica de sus padres, a una hora en coche de Monrovia. Venció el virus, pero tuvo el valor de regresar al centro, donde vio morir a sus padres, para ofrecerse a trabajar como cuidadora y consejera de salud mental.

La revista Time valoró el triple papel como superviviente, trabajadora sanitaria y sensibilizadora para llevar a Salomé a su portada. Fue nombrada por la revista personaje del año en 2014. Tres años más tarde, en febrero de 2017, Salomé murió. Solo habían pasado tres días desde que diera a luz a su cuarto hijo, Salomon, cuando empezó a sentirse mal. Su marido, James, la llevó inmediatamente hasta el hospital. Echaba espuma por la boca y, al saberse que era una superviviente del ébola, nadie se atrevía a atenderla. “Tardaron 45 minutos en ingresarla mientras se desangraba”, denuncia Josephine en el camino hacia el cementerio donde está enterrada su hermana. “Hubo irregularidades. Y tras su muerte, el caso se politizó. El Gobierno abrió una investigación. El medicamento que necesitaba mi hermana no estaba disponible. Esa fue la conclusión de la investigación. Nadie quería tocarla para vestirla para el entierro, pese a que el test de la autopsia dio negativo de ébola. La tuvimos que enterrar de noche”.

Josephine Karwah, en el cementerio donde está enterrada su hermana Salomé. Alfredo Cáliz

Josephine rompe a llorar. Mucho dolor. Demasiadas malas miradas. Como Salomé, ella es enfermera y se ocupa de la gestión de la clínica que montaron sus padres antes de fallecer, el Karwah’s Memorial Healthcare Center. En un viaje de prensa a Ámsterdam para contar su historia le trataron sus problemas en los ojos, pero ella cuenta que sigue perdiendo visión cada día. “El estigma sigue. Hace poco acudí a una boda y alguien me grabó: se escucha en el vídeo cómo hablan de mí como la enferma de ébola”, cuenta. En este pequeño cementerio, en la carretera hacia el aeropuerto, no están los padres de Josephine y Salomé. Ellos, como todos los fallecidos de ébola durante los meses más duros de la epidemia, fueron incinerados. Ante las críticas, la cooperación estadounidense compró un terreno para poder enterrar a los muertos. Hoy las cenizas están allí mezcladas con las de cientos de personas más junto a los cadáveres de los que sí pudieron ser enterrados. A pocos kilómetros, en la clínica de los padres de Josephine, una embarazada espera a ser atendida. Son las doce de la mañana y el sol golpea sus viejas paredes. En ellas cuelgan carteles con recomendaciones sobre cómo luchar contra la covid o evitar contagiarse de otra enfermedad, la fiebre lasa. Sobre el ébola ya no queda ni un cartel.

2. Zaizay Mulbah: “Me dijeron que no íbamos a vivir más de cinco años, pero ahora estoy más fuerte que nunca”

Zaizay Mulbah. De 44 años. Tiene esposa y tres hijos. Dice sentirse mejor que nunca y forma parte del cuerpo técnico del equipo nacional de voleibol.Alfredo Cáliz

Zaizay Mulbah, 44 años, nació en el barrio de Congo Town, en Monrovia. Era un joven muy sano pero un día sus ojos aparecieron inyectados en sangre. No lo podía creer, pero dio positivo. Permaneció en el centro de internamiento durante dos semanas, se curó y al salir quiso ayudar a otros enfermos a superar el virus como parte del equipo de apoyo psicológico de Médicos Sin Fronteras. Contaba su historia para demostrar que el ébola no era una sentencia de muerte. “Yo mismo no estaría vivo si no hubiera recibido ese tipo de apoyo”, dice. Posteriormente, Zaizay participó en Prevail, el programa de investigación que desarrolló Estados Unidos junto con el Gobierno liberiano. “Iba cada semana, luego cada mes y después cada trimestre. Me sacaban sangre, me revisaban los ojos. Allí también trabajé ocho años haciendo el seguimiento de otros pacientes”. “¿Qué aprendimos del ébola cuando llegó la covid? Protocolos de higiene. Pero el sistema de salud liberiano es tan frágil que si llega una nueva enfermedad el desastre será mayor”, advierte.

Hoy trabaja como conductor para una entidad estatal que suministra petróleo en el centro de Monrovia. Tiene esposa y tres hijos. Empieza a trabajar a las cinco de la madrugada y acaba sobre las nueve de la noche, por 350 dólares al mes. Su mujer no trabaja. Dice que físicamente está mejor que nunca. Hoy forma parte del cuerpo técnico del equipo nacional de voleibol, deporte de cuya federación fue presidente su padre. “Me dijeron que no íbamos a vivir más de cinco años, pero ahora estoy más fuerte que nunca”, insiste.

3. Musu Kennedy: “He necesitado años para recuperarme del ébola. No tengo miedo”

Musu Kennedy. Trabaja en la iglesia de su comunidad, canta y cuida de su familia. Ha tratado de borrar el ébola de su mente.Alfredo Cáliz

Diez años sin volver a pensar en ello. Borrado de la memoria voluntariamente. Los recuerdos están tan enterrados que Musu Kennedy no puede ni llorar cuando se le muestra la foto en la que sale rodeada de médicos, enfundados en trajes de protección en el Elwa-3, el centro que MSF levantó en Monrovia para tratar a las personas contagiadas de ébola, que llegó a tener 250 camas.

Era noviembre de 2014 y los enfermos y muertos se contaban por miles: en Liberia hubo 10.212 casos confirmados y 4.573 fallecidos. Musu cuidó de Siah, una niña de 11 años, como si fuera su hija. Fue una paciente única: cuando se curó, decidió permanecer encerrada en ese infierno unos días más. Musu y Siah salieron juntas, ya negativas, para regresar a casa. Nunca se han vuelto a ver. “Si la encontráis, decidle que la echo de menos. Me quedé con ella esos días porque era muy pequeña, sus padres habían muerto, yo lo sabía, pero ella no; no dejaba de preguntar por su mamá”, cuenta esta mujer de 41 años, madre de tres hijos, de 24, 23 y 13 años.

Foto de archivo de Mussu en la imagen acompañada de Siah, la niña de once años a la que cuidó durante esos días "como si fuera su hija".Fernando Calero

Ya es abuela de un bebé que vive con ella, en una casa en la que un perro delgado da la bienvenida estirado sin moverse sobre una alfombra de Doraemon. Hablar de ébola para Musu es horrible. Ella cree que por culpa del virus no ha tenido más hijos: “Empecé a sangrar, perdí el apetito y me salieron costras en la piel. Al volver a casa, solo mi marido me apoyó”. Hace pocos meses que vive en una pequeña casa cercana a la carretera principal de la capital liberiana. Musu es cristiana y su vida es la iglesia, va todos los días. “Mi marido es el pastor, yo dirigí el coro y soy la mamá de la iglesia, cuido de los enfermos”, dice. Se pone a cantar con voz poderosa: “What is so hard that god cannot do for me” (qué es tan difícil que Dios no puede hacer por mí). Dice que hoy está especialmente contenta. Se siente bendecida por la visita: “He necesitado años para recuperarme del ébola. No tengo miedo”.

Musu Kennedy con dos de sus hijas y su nieta, en su casa de Monrovia.Alfredo Cáliz

4. Comfort Paye: “Me gustaría que el Gobierno hiciera centros médicos”

Comfort Paye. De 53 años, superviviente de ébola, en su casa.Alfredo Cáliz

Comfort Paye dice que nació en 1972. “Por lo tanto, tengo 53 años”, confiesa con un hilo de voz. “Y sí, soy superviviente de ébola”. Mientras su nieto de poca edad juega con un barreño de agua y el otro corretea chupando el cargador de un móvil por la parte del enchufe, Comfort cuenta su historia: primero se infectó su hermana, que murió; después el bebé y, finalmente, ella estuvo en el centro de aislamiento, allí tomó la medicación y días después pudo por fin regresar a casa. Entonces empezó otra pesadilla, tuvo que mudarse: “Me discriminaron y me marcaron como víctima de ébola”.

¿Y ahora? “Ahora todo el mundo lo ha olvidado”. Pero ella no: sus brazos y sus piernas le siguen doliendo, pero no va al médico porque no tiene dinero ni para pagar la consulta ni los medicamentos. Y aunque lo sigue pareciendo, Comfort asegura que antes del virus era una mujer más fuerte. “Ahora ya no. Me gustaría que el Gobierno hiciera centros médicos con unidades especializadas que pudieran tratar mi dolor”. Y mientras habla, sus tres nietos corretean y su marido la escucha en la retaguardia. ¿Hay mucho machismo en la comunidad? Comfort contesta siempre con la mirada baja: “Los hombres tienen más derechos. Si en una reunión en casa el hombre toma una decisión, esa es la decisión final”.

Los tres niños posan para la cámara orgullosos junto a su abuela. El silencio impera en esta comunidad a 40 minutos en coche del centro de Monrovia. Es la hora de comer, pero no hay nada preparado.

5. Beatrice Yardolo: “Fui la última superviviente del ébola en Liberia. El Gobierno me entregó un sobre con 200 dólares”

Beatrice Yardolo. Última paciente del gran brote en Liberia. Tiene 69 años.Alfredo Cáliz

Beatrice Yardolo fue profesora de inglés durante 15 años. Nació y creció en Loyee Town, a unos 375 kilómetros al norte de Monrovia. Al principio quería ser enfermera, pero ese sueño se vio frustrado en parte debido a la guerra civil que asoló Liberia durante casi dos décadas, hasta el año 2003, y en parte debido a la falta de dinero.

Esta mañana, como todas las mañanas desde que superó el ébola, le duelen las articulaciones. En esas manos doloridas sostiene dos fotos, las de los dos hijos a quienes el virus se llevó, Elaisha y Steve. Fue su sobrina Amanda la primera que se infectó y falleció. Luego su hija enfermó también. Al poco, ella empezó a sentirse mal, con diarreas y vómitos. Ingresó en el centro de tratamiento, entre febrero y marzo de 2015. “Fui la última paciente del centro, estaba sola y asustada”, recuerda.

Es más fácil huir de las armas en una guerra que de este enemigo invisible
Beatrice Yardolo, superviviente

Beatrice fue oficialmente la última superviviente del gran brote en el país. Como a tantos otros, pese a estar curada, muchos la rechazaron. Al volver a casa, dormía sola en una habitación aislada. Los vecinos no le dejaban tocar el agua. Luego apareció en su casa la presidenta del Gobierno, Ellen Johnson Sirleaf. “Me dio un sobre con 200 dólares. Estuvo menos de una hora y se marchó”, cuenta. Beatrice tiene ahora 69 años e insiste: tiene mucho dolor en manos y piernas. “Esta enfermedad mortal ha causado muchísimos problemas a las familias. Es más fácil huir de las armas en una guerra que de este enemigo invisible”.

6. Jackson Slown: “Sufrí mucha discriminación y me quedé sin trabajo”

Jackson Slown. De 58 años. Él se infectó y luego el ébola se llevó a su madre.Alfredo Cáliz

“Físicamente estoy bien, pero pierdo la memoria. Cuando contraje la enfermedad era guarda de seguridad. Después sufrí mucha discriminación y me quedé sin trabajo”. Jackson, de 58 años, perdió a su esposa por el ébola. Primero se infectó él. Ella lo llevó hasta la ETU (Unidad de Tratamiento del Ébola) y cuando regresó a casa estaba infectada. Tardó en volver al centro para tratarse y entonces ya era demasiado tarde. Llegó ya muy mal. A ella la llevaron directamente a la tienda donde estaban ingresadas las personas más graves. “De hecho, estuvimos juntos en el mismo lugar. Me pareció reconocerla desde el patio y pregunté si era ella. Un médico me dijo que sí. Y que lamentablemente acababa de fallecer. Ni siquiera pude despedirme”. Jackson explica que el miedo se apoderó de él al volver a casa, pese a que los promotores de salud le acompañaron para explicar a la comunidad que estaba libre del virus y no representaba ningún peligro para ellos. Era el protocolo.

Cuenta cómo los trabajadores le abrazaban frente a sus vecinos y cómo las autoridades le recomendaron quemar todo lo que tenía en casa para evitar nuevas infecciones. “Costó mucho que me aceptaran”, sentencia. Se volvió a casar en 2017 con una mujer más joven que se llama Jennet, tiene 40 años y es otra víctima del ébola. Para vivir, Jackson Slown cultiva maíz y hojas de cassava (yuca). Se despide con un mensaje y media sonrisa: “Cuento con vosotros para que le hagáis saber a la gente que seguimos necesitando ayuda”.

7. Tony Henry: “Hay que aprender de la historia”

Tony Henry. De 49 años. Se curó pero dejó su casa para escapar del estigma.Alfredo Cáliz

Tony Henry, 49 años, superó el ébola. A pesar de ello, tras curarse tuvo que dejar su casa para escapar del estigma. Padre de cuatro hijos, fue hasta hace un tiempo vicepresidente de la red de supervivientes de ébola, que tiene 1.668 personas registradas. Y cuando se le pregunta, no esconde sus deseos: quiere crear un monumento en memoria de las víctimas, pero el Gobierno liberiano no le hace caso y por eso pide financiación y que se involucren las ONG. De religión cristiana, este hombre dice que no tenía miedo durante el peor momento del virus, pues su destino estaba en manos de Dios. Perdió a su madre y a su esposa y sigue padeciendo dolor en las piernas.

“Los virus se replican, no sabemos que nos traerá el mañana. Hay que aprender de la historia. La gran diferencia es que tenemos una vacuna ahora, pero tengo miedo por las nuevas generaciones”, explica. La inyección interrumpe la transmisión del virus, que puede llegar a matar al 50% de quienes se infectan, y aumenta la tasa de supervivencia entre quienes ya se habían contagiado antes de recibir la dosis, según una investigación de MSF. Él apunta que el impacto de la covid fue menor en Liberia: “Teníamos más experiencia y algunos protocolos ya aprendidos, como evitar el contacto y ponernos mascarillas”.

Paynesville City, barrio de Tony Henry, una comunidad en la zona perimetral de Monrovia, la capital de Liberia.Alfredo Cáliz

Tony mantiene contacto con el mundo a través de un viejo portátil. Lo último que ha leído es sobre los incendios en EE UU. Asegura que Liberia es un país pacífico: “Es fácil vivir aquí si tienes dinero, todo tiene que ver con tener un trabajo”.

8. Theophilius Fayieh: “Hay que ayudar a pagar la educación a los huérfanos del ébola”

Theophilius Fayieh. Tras superar el ébola, dio apoyo psicológico a los afectados.Alfredo Cáliz

Primero fue su amigo. Supo que era ébola porque le vomitó encima. Tras acompañarlo al centro de aislamiento, Theophilius Fayieh empezó a tener síntomas. Primero fue a la clínica del Gobierno, donde le dijeron que no tenía nada. Pero él sabía que estaba enfermo. Cuando llegó a pie desde su casa, tenía 41,6 de fiebre. Lo cuenta con una energía que desborda. Es optimista. Superó el ébola, se casó con su novia y se convirtió en embajador de la organización de ayuda humanitaria International Medical Corps. La inmunidad adquirida le llevó incluso a asistir partos que se producían en el centro, ya que nadie se atrevía a tocar las placentas porque eran altamente contagiosas.

“Para mí, el ébola se convirtió en una oportunidad para trabajar, estuve siete años en MSF”. En 2015 contó su historia junto a su esposa en un proyecto financiado por la UE en el que les dejaron cámaras de vídeo para que grabaran su día a día. Theo tiene 41 años y es el presidente de la Asociación Nacional de Asistentes Médicos de Liberia, ha cursado un máster en nutrición y se prepara para un programa de dirección en salud pública. “Hay que ayudar a pagar la educación a los huérfanos de ébola porque en este país, si no puedes pagar la escuela, no puedes seguir asistiendo a clase. También hay que crear programas para luchar contra enfermedades como la malaria e invertir en maternidades y pediatría. Tras el cierre del hospital pediátrico de MSF hace dos años, no hay alternativa de calidad gratuita para los niños. Pido a la comunidad internacional que ayude a construir nuevos hospitales”.

9. Watta Jabateh: “Perdí mi negocio”

"Cuando contraje el virus, perdí mi negocio”. Watta Jabateh regresó a casa y los 50.000 dólares liberianos que tenía ahorrados habían desaparecido. No fue lo peor, nueve miembros de su familia habían muerto. Alfredo Cáliz

Niños de todas las edades rodean a Watta Jabateh en una soleada tarde de enero en el centro de Monrovia. Hay mucha expectación y ella sale de la casa descalza luciendo vestido negro. Habla un inglés que resulta difícilmente comprensible para los de fuera. “Antes de que el ébola visitase a mi familia, trabajaba en un negocio de importación”, relata. Viajaba a Guinea y Sierra Leona para comprar ropa y traerla de vuelta a Liberia para venderla. “Cuando contraje el virus, perdí mi negocio”. Regresó a casa y los 50.000 dólares liberianos (unos 240 euros al cambio actual) que tenía ahorrados habían desaparecido.

No fue lo peor, nueve miembros de su familia habían muerto y los vecinos tardaron meses en dejarla volver a entrar en la mezquita. Como relatan otros pacientes, en el dolor en los ojos y las piernas sigue el rastro del ébola.

10. Benetta Coleman: “Por aquí, nadie sabe que soy una superviviente de ébola”

Benetta Coleman toma paracetamol para los fuertes dolores de cabeza que sufre tras el ébola. Curarse de ébola supuso volver a empezar, pero las cosas ahora no van bienAlfredo Cáliz

Benetta Coleman toma paracetamol para los fuertes dolores de cabeza que sufre tras el ébola. Eso cuando consigue que alguien le pague la medicación. Curarse supuso volver a empezar, pero las cosas ahora no van bien. Benetta, de 34 años, apenas gana un dólar al día vendiendo agua y hielo en las calles de Monrovia. Se ocupa de su hija de 8 años, Francia, su mayor tesoro, que tuvo con un hombre casado que intento convencerla que abortara y que nunca ha querido ayudarlas. “Me habían dicho que muy probablemente no podría tener hijos, así que cuando quedé embarazada no tuve ninguna duda: quería tener a mi niña”.

¿Cómo fue el volver al empezar? “Había perdido a 15 miembros de mi familia por el virus. Al poco de curarme, Atena, una trabajadora de MSF, me ofreció trabajo. Durante unos meses trabajé en Elwa-3 como asistente social. Con el dinero que me pagaron compré una tierra, pero con el ébola dando sus últimos coletazos MSF traspasó el centro al Gobierno y me quedé sin trabajo y no pude desarrollar la tierra”, cuenta Coleman. Hoy solo tiene una hermana, que le ayuda a sobrevivir. “Por aquí”, confiesa, “nadie sabe que soy una superviviente de ébola”.

Ella es una de los muchos infectados que se vio obligada a cambiar de casa por el estigma. Prevail cubrió sus gastos médicos durante seis meses. Ahora su problema es económico, como para la mayoría de supervivientes. El Índice de Desarrollo Humano o IDH, que elabora las Naciones Unidas para medir el progreso de un país, indica que los liberianos están entre los que peor calidad de vida tienen del mundo. El 83,8 % de su población vive por debajo del umbral de la pobreza (1,25 dólares al día). “Ser madre después de la epidemia es lo mejor que me ha pasado en estos últimos 10 años. Mi único deseo es que alguien me ayude para dar un futuro a mi hija. Solo puedo llevarla al cole cuando tengo algo de dinero.

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