La tregua en Gaza en primera persona: “No somos solo un grupo de supervivientes, sino una comunidad”

Una joven periodista gazatí describe la entrada en vigor del alto el fuego. El alivio de salir sin miedo por la calle queda empañado por la tristeza de caminar entre ruinas, la resiliencia colectiva choca con la certeza de que harán falta años para reconstruir esta tierra arrasada

Un grupo de palestinos camina entre las ruinas de edificios en Rafah, en el sur de la franja de Gaza, el 20 de enero de 2025, un dia después del inicio del alto el fuego acordado entre Israel y el movimiento islamista Hamás.MOHAMMED SABER (EFE)

La noche fue larga. Mucha gente no durmió esperando el amanecer, más por miedo que por emoción. Miedo a lo que venía por delante y miedo a que el frágil alto el fuego se resquebraje y aleje de nuevo cualquier atisbo de paz. El 19 de enero por la mañana contamos los minutos hasta las 8:30, cuando cesarían oficialmente las bombas sobre Gaza. Estábamos juntos, en familia, ancianos, padres y niños, como esperando el inicio de una gran fiesta, pero con el corazón vacío. Dentro de nosotros, sentíamos que finalmente tendríamos algo que celebrar, pero nos encontrábamos llenos de sentimientos encontrados, de lágrimas y de recuerdos dolorosos.

A mí, el corazón me golpeaba en el pecho. ¿Podría realmente haber terminado? ¿Podríamos liberarnos de este miedo implacable? ¿Habíamos realmente sobrevivido a esa noche larguísima, a ese dolor inimaginable? Cuando la entrada del alto el fuego se confirmó, respiré profundamente y di gracias a Dios. A mi alrededor había gritos de júbilo, pero yo no podía quitarme de encima una pesadez profunda. Salí y caminé. La destrucción física y psicológica lo invade todo. Desde nuestros refugios, nos la imaginábamos, pero constatarla ahora, recorriendo lugares familiares que casi no reconocemos porque están arrasados, fue demoledor. El alivio recorría esas calles, pero los rostros reflejaban el trauma colectivo de los gazatíes: la gente lloraba, por ellos y por las vidas perdidas. Otros estaban desesperados, buscando a seres queridos, otros vagaban sin rumbo, con los ojos vacíos. Nuestras cicatrices colectivas son inconmensurables.

Me dolía mucho pensar en todos aquellos que nunca más regresarán a casa, en las familias golpeadas para siempre por la pérdida. Nosotros, mis padres y mis cuatro hermanos, no podremos regresar a casa, en el centro de la franja de Gaza, porque está parcialmente destrozada, fue incendiada y es un lugar inhabitable. Lo que construimos juntos durante años son hoy cenizas y escombros. Dejamos la tienda de campaña y estamos viviendo con parientes. Tal vez alquilemos un apartamento por esta zona, tal vez sigamos viviendo un tiempo con familiares. Aún no lo sé.

Todos queremos disfrutar de las cosas simples y bonitas, las mismas que nos reconfortaban ya antes de que la guerra nos hundiera en el caos y la tristeza

Siento que estoy traumatizada. No se me olvida el olor a sangre ni el miedo constante. He vivido momentos terribles en estos meses, creo que lo más duro era salir corriendo para encontrar desesperadamente un lugar seguro sin saber qué iba a ocurrirnos. Yo tenía una vida antes de esto, una vida normal. Una casa bonita, una habitación para mí, sueños, ganas de seguir avanzando en mis estudios...

En aquellos primeros minutos después del inicio de la tregua, y pese a esa abrumadora tristeza, también sentí que había un innegable espíritu de resiliencia. Las personas se abrazaban intentando proteger los últimos retazos de normalidad y sintiendo un profundo alivio por haber tenido la suerte de llegar vivos a ese instante.

No somos solo un grupo de supervivientes, sino una comunidad. Juntos en el sufrimiento y en la esperanza y con voluntad de ponerse de nuevo en pie. En mi familia también ha habido pérdidas humanas y materiales importantes. Mirándolos a todos, me impresionó la esperanza que brillaba en sus ojos. “Reconstruiremos nuestras vidas, tomará tiempo, pero lo haremos realidad”, dijo mi padre. Escucharle me conmovió profundamente, pero no me liberó de mis dudas. ¿Podremos verdaderamente lograrlo?

Todos queremos disfrutar de las cosas simples y bonitas, las mismas que nos reconfortaban ya antes de que la guerra nos hundiera en el caos y la tristeza. Mi tía, que vivía en el norte, sueña con aspirar de nuevo el aroma de los limoneros de su huerta. Mi primo quiere pasear por la playa.

Esta sanación debe ser un viaje compartido. No podemos reconstruirnos aislados y solos. Somos un mosaico de resiliencia, cada pieza somos nosotros, con las heridas del terrible viaje que acabamos que realizar

Conforme las horas pasan sí estoy más convencida de que estamos ante un nuevo comienzo. Nos hallamos invadidos por el dolor, la pérdida y también la ira. Está claro que nos costará tiempo curarnos y que nuestra reconstrucción está llena de desafíos, pero tenemos que encontrar en algún lugar de nuestro ser la voluntad de seguir, de reparar no solo nuestros hogares, sino los cimientos de nuestras vidas.

Quiero pensar que esa voluntad comienza a llegar y a extenderse mucho más allá de las paredes destrozadas de nuestras casas. Cada pequeña victoria es enorme: una pared recién pintada, una calle despejada de escombros, el barullo del juego de los niños...

Debajo de las lonas de las tiendas de campaña, también empiezan a brotar risas y las conversaciones animadas de las familias. La alegría florece en medio del dolor y comenzamos a zurcir nuestras vidas con hilos de esperanza, amor y recuerdos. Porque podemos honrar nuestro pasado y proyectarnos en la esperanza de un futuro.

Creo que esta sanación debe ser un viaje compartido. No podemos reconstruirnos aislados y solos. Somos un mosaico de resiliencia, cada pieza somos nosotros, con las heridas del terrible viaje que acabamos que realizar. Desde el domingo pasado, yo siento una profunda sensación de estar conectada con quienes me rodean. Lloramos juntos. Nos reímos juntos. Nuestras historias se entrelazan y veo que puede haber todavía algo de belleza en el sufrimiento.

La gente como yo solo está esperando a que reabran las fronteras para poder salir e intentar construir una vida fuera

Por primera vez en más de un año, he caminado sin miedo y he respirado profundamente mirando al cielo. En los últimos meses, solo salía corriendo, con prisa, con miedo y porque era imprescindible. También me he reencontrado con familiares. A algunos, como a mi tía, no la veía desde que empezó la guerra. Y he podido ver a algunos amigos. Aunque todavía no hemos recibido ayuda humanitaria, sé que están entrando cada día más camiones y llegará.

¿El futuro? Quiero retomar mis estudios, completar mi posgrado y trabajar. Pero llevará años reconstruir Gaza y sentir que podamos tener un futuro profesional aquí. La gente como yo solo está esperando a que reabran las fronteras para poder salir e intentar construir una vida fuera. Amamos Gaza, pero honestamente, la gente joven ve que por ahora la única opción es marcharse.

Por ahora, miro al horizonte y quiero ver más que ruinas. Quiero ver posibilidades y una comunidad preparada para caminar y vivir de nuevo.

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