Peter Sands: “Las guerras matan a más personas por enfermedades infecciosas que por balas y bombas”
El Fondo Mundial contra la tuberculosis, el VIH y la malaria está en campaña para pedir 17.300 millones de euros a los países donantes para financiar la lucha contra estas tres enfermedades. Su director cree que España puede aumentar considerablemente su contribución
El británico Peter Sands (Plymouth, 1962) se confiesa extremadamente ocupado. El Fondo Mundial para el VIH, la tuberculosis y la malaria, que es el organismo multilateral más grande e importante a nivel global de lucha contra estas pandemias, va a celebrar su conferencia de donantes en septiembre. Durante la misma, los gobiernos de distintos países anunciarán sus compromisos financieros con esta entidad.
Como director ejecutivo del Fondo, cargo que ocupa desde 2017, Sands es la cabeza visible del éxito o fracaso de este llamamiento, que no va a ser pequeño: solicita 18.000 millones de dólares –unos 17.300 millones de euros– para proseguir durante los próximos tres años con una labor que ha según sus cálculos ha logrado evitar 44 millones de muertes, desde el inicio de su andadura, hace 20 años. Es un 29% más que en la anterior ronda, en 2019, cuando recaudaron 13.300 millones de euros. Y la mayor petición de su historia. El aumento viene justificado por la falta de financiación de los últimos ejercicios; pero, sobre todo, por la llegada de la covid-19, que ha causado enormes retrocesos en el combate de estas tres dolencias y pone en peligro los avances de las últimas décadas.
Sands concede una entrevista desde Nueva York, ciudad que acogerá la conferencia de donantes, con el presidente de EE UU, Joe Biden, como anfitrión.
Pregunta. Viendo el impacto de la covid-19 y de la guerra en Europa en las economías mundiales, esta vez parece especialmente difícil pedir apoyo financiero a los países donantes. ¿Cómo va la campaña?
Respuesta. Siempre decimos que cada campaña es la más difícil, y esta es la séptima. Pero es cierto que es un momento muy difícil para pedir una cantidad tan significativa de dinero, 18.000 millones de dólares. Y hay muchas peticiones que compiten entre sí como resultado de todo lo que sucede en el mundo. Los presupuestos de los donantes están bajo presión. Sin embargo, la gente entiende que invertir a través del Fondo Mundial tiene un enorme beneficio; podríamos salvar 20 millones de vidas en tres años. Pero realmente no sabremos el éxito que hemos tenido hasta el final de la conferencia.
P. ¿El hecho de que un país fuerte como Estados Unidos acoja la conferencia y haya prometido un gran apoyo puede ayudar?
R. Tener a Estados Unidos como anfitrión es importante. Se ha comprometido a proporcionar un tercio del total -6.000 millones de dólares-, así como a dar un dólar por cada dos aportados por otros donantes. También Alemania ha anunciado que aumentará el 20%, y todavía estamos tratando de persuadirles para que sumen otro 10%. Y Luxemburgo ha asegurado que va a subir un 30%. La mayoría de los demás países y donantes del sector privado están todavía en el proceso de decidir, pero estamos intentando ampliar la base de donantes y que los que se encuentran en el rango medio mejoren su contribución en más del 30%.
P. España regresó al Fondo Mundial hace tres años, después de haberlo abandonado en 2010, y se comprometió con cien millones de dólares. Precisamente, esta semana distintas organizaciones de la sociedad civil han enviado una carta al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pidiendo que destine una cantidad mayor para este nuevo periodo. En concreto, 180 millones de euros. ¿Es España uno de esos países de los que espera más?
R. Nos encantaría que hiciera una aportación significativa en la línea de la carta enviada al presidente. Si se mira la contribución de España al Fondo Mundial en relación con muchos otros países europeos, claramente hay espacio para un aumento considerable.
Es imperativo ampliar e intensificar los esfuerzos en torno a las adolescentes y las mujeres jóvenes, especialmente en África oriental y meridional
P. Desde el inicio de la pandemia hemos visto un descenso en los programas de prevención y detección del VIH, y las muertes por tuberculosis han subido por primera vez después de ocho años de bajada. También el progreso contra la malaria está estancado desde hace tiempo. ¿Qué le preocupa especialmente?
R. Todas se enfrentan a retos importantes. La tuberculosis ha sufrido un marcado retroceso en 2020, con un millón de personas menos que accedieron a diagnósticos y tratamiento que en 2019. En malaria se hizo un buen trabajo colectivo para mantener las medidas de control de mosquitos transmisores de la enfermedad con la distribución de mosquiteras, la fumigación de interiores y demás... Pero también hemos visto un incremento de la mortalidad: en 2020 hubo un 12% más que en el año anterior. Y estamos hablando de niños menores de cinco años, embarazadas... Es muy preocupante.
Con el VIH, se ha hecho un gran trabajo para mantener el tratamiento antirretroviral y, de hecho, el número de personas que lo recibe es mayor que antes. Pero los programas de prevención se han interrumpido de forma masiva y me preocupa mucho. Es imperativo ampliar e intensificar los esfuerzos en torno a las adolescentes y las mujeres jóvenes, especialmente en África oriental y meridional.
P. Al principio de la pandemia se hablaba de que, en el peor de los escenarios, las muertes se duplicarían. Luego, los informes anuales de la Organización Mundial de la Salud o el propio del Fondo Mundial mostraron que el impacto no había sido tan grande. ¿Teme que lo peor esté por llegar?
R. La razón por la que el impacto no fue tan grave no es accidental: se tomaron muchas medidas. Hemos desplegado casi 5.000 millones de dólares –además de nuestra inversión normal– para ayudar a los países a responder a la pandemia y ha habido mucha innovación para permitir la continuidad de los servicios. Pero sí hemos retrocedido en la prevención, así que creo que veremos un nuevo aumento de las muertes en 2021 debido a la reducción de las pruebas y del acceso a tratamiento en 2020, yaque habrá un impacto a largo plazo.
Esto es algo que debe preocupar, especialmente en el caso del VIH, porque una vez que alguien está infectado podrá vivir bien, pero deberá seguir un tratamiento antirretroviral el resto de su vida. Y lo que realmente importa es el retorno de la inversión. Prevenir que una chica de 16 años que vive en Sudáfrica, Zambia o Mozambique se contagie es tremendamente beneficioso para ella, para la comunidad y para el sistema de salud porque, si esa chica contrae el VIH a los 16, esto supone que tendrá que vivir 50 o 60 años más dependiendo de una medicación y que será más vulnerable a otras enfermedades. Por eso tiene tanto sentido intensificar la prevención al mismo tiempo que se trata rápidamente a los pacientes.
Hemos retrocedido en la prevención, así que creo que veremos un nuevo aumento de las muertes en 2021
P. ¿Qué puede hacer el Fondo Mundial de forma diferente para intentar tener un mayor impacto en el control de estas patologías?
R. Para todas ellas se están desarrollando nuevas tecnologías, medicamentos, pruebas de detección y modos de hacer las cosas que pueden marcar la diferencia. Uno de los aspectos positivos de la pandemia es que ha contribuido a estimular la innovación. Si tomamos el ejemplo de la tuberculosis, los avances en el diagnóstico molecular y el uso de dispositivos móviles de rayos X nos permiten dar con la enfermedad antes y más rápidamente. Porque el mayor problema de esta patología es que cuatro millones de personas al año en el mundo la contraen y no son detectadas. Y no podremos reducir las tasas de infección si hay gente que no está siendo atendida.
P. ¿Se puede decir que la covid-19 nos ha traído lecciones que podemos emplear en otros frentes de batalla?
R. Los avances en el diagnóstico se produjeron en parte porque muchas de las pruebas de covid-19 se basaron en la infraestructura y las herramientas que existían para la tuberculosis. Luego las ampliamos comprando cientos de instrumentos más y formando a más técnicos. Ahora, parte de esa capacidad extra puede utilizarse para la tuberculosis.
También está el creciente uso de herramientas digitales para apoyar a las personas en tratamiento contra la infección, que es largo. Con la covid-19 vimos una utilización mayor de consultas digitales, grupos de apoyo digitales y otras formas de ayudar a los pacientes. Y, realmente, mejoraron el tratamiento y las tasas de adherencia.
P. ¿Cree que el sector privado se debería involucrar más?
R. Mucho más. Normalmente, cuando se habla de la salud mundial y de la participación del sector privado, se acaba pensando en las farmacéuticas o en las personas que dirigen centros sanitarios privados. Pero, en realidad, lo que necesitamos es que el amplio espectro de empresas del sector privado, ya sean medios de comunicación, mineras o de transportes, se den cuenta de que desempeñan un papel en la salud. Es algo en lo que hasta ahora no hemos tenido tanto éxito.
La próxima pandemia no vendrá por un nuevo patógeno, sino por las consecuencias de la subida de precios de la energía y los alimentos
P. ¿Cree que el aumento del hambre en el mundo afectará a la lucha contra la tuberculosis, la malaria y el VIH?
R. Los países en mayor riesgo de crisis alimentaria, según el análisis del Programa Mundial de Alimentos, son prácticamente los mismos con los que el Fondo Mundial está más comprometido. Me temo que vamos a ver a la gente morir de hambre, pero también a un número mucho mayor que va a estar mal alimentada. Y el problema es que eso hará crecer la tasa de mortalidad por enfermedades infecciosas. En caso de la tuberculosis, hay más riesgo de defunciones si la gente no se nutre bien. Tampoco hay que subestimar el impacto de la subida de los precios de la energía, porque si la gente no puede calentarse o no puede cocinar, eso también agrava los problemas de salud.
P. ¿Por aquí podría venir una próxima crisis sanitaria?
R. Nuestra próxima crisis sanitaria global no va a venir por otro nuevo patógeno, como la gente piensa, sino impulsada por la subida de los precios de los alimentos y la energía, y la consiguiente falta de disponibilidad de ambos. Es decir, no es que vayamos a tener un nuevo patógeno, sino que los existentes van a matar a más gente.
P. Es una forma muy pesimista de terminar esta conversación...
R. Bueno, por eso necesitamos 18.000 millones de dólares. Hablar de una crisis alimentaria no significa que la gente morirá exclusivamente por inanición; de hecho, probablemente matará a más personas por el impacto en las tasas de mortalidad de los enfermos. Lo mismo con las guerras, que matan a más personas por enfermedades infecciosas que por balas y bombas. Tenemos que analizar todos estos fenómenos desde la flexibilidad y ser muy dinámicos.
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