Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Se me baja la españolidad: cambiar la política migratoria

Nos sentimos buenas personas por recibir afganos en nuestro país, cuando lo que en realidad nos pasa con el fenómeno migratorio es que encadenamos un fracaso tras otro

Un grupo de jóvenes afganos saludan, antes de subir a un avión estadounidense para ser trasladados a Alemania, en la base aérea de Torrejón de Ardoz, el 24 de agosto de 2021, en Madrid.Jesús Hellín (Europa Press)

Cómo se nos sube el #OrgulloPaís al ver a nuestra gente recibiendo afganos en el aeropuerto de Torrejón. Parece que hemos ganado la guerra. Yo aún diría más: incluso somos buenas personas. Es como si un adolescente imberbe que ha destrozado la casa de sus padres tras una fiesta buscase el reconocimiento de estos por quedarse un rato a limpiar: nos admiramos por no haberla destrozado por completo.

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La redención está en recoger los restos de un fracaso colectivo sin igual. Y no solo nos pasa con el caso afgano: lo hacemos continuamente con el fenómeno migratorio: dejamos zarpar un día de cada 30 al OpenArms: ¡hurra! Recibimos cuatro personas migrantes con los brazos abiertos (también una vez de cada 30): ¡hurra! Damos la nacionalidad a dos senegaleses que intentan salvar a un chaval de una paliza: ¡hurra! Y así sucesivamente en un esperpéntico ejercicio de auto-onanismo colectivo que no hace sino ocultar nuestra propia mediocridad: no tenemos ni idea de lo que hacemos en cuestión migratoria.

Visto desde fuera, y desde dentro de los gruesos muros ministeriales, pareciera que las migraciones son saltos a la valla (o llegadas en patera) y centros de acogida. Seguridad y atención humanitaria. Porrazos (cerrad al salir) y zanahorias. De vez en cuando, desde esos mismos muros se vislumbran otras cosas: la estrategia España 2050 intenta levantar la mirada y observar desde la distancia hasta dónde pueden llegar las implicaciones de las migraciones: sostenibilidad del Estado de Bienestar, innovación y futuro del trabajo, desarrollo territorial y España vaciada… Pero lo cierto es que las estructuras de gobierno siguen un esquema que compartimenta el entendimiento y las posibles políticas migratorias: migrantes económicos o refugiados; migración regular o irregular; niños que viajan solos o nómadas digitales; migrantes o expatriados… Son parcelas que impiden una visión completa del fenómeno con un sesgo que obliga a una visión de túnel para cada una de las temáticas.

Las estructuras de gobierno siguen un esquema que compartimenta el entendimiento y las posibles políticas migratorias

Y sí, quizás esa visión nos permita aportar soluciones que transformen esa faceta concreta de la realidad, pero también nos impide entender fenómenos cruzados que pueden ofrecer propuestas que trasciendan a cada una de las cajitas en las que hemos separado la realidad migratoria. Y esto se traduce en políticas públicas contradictorias y fragmentadas.

El caso para una política migratoria diferente está ya más que construido (tengo pensado tatuarme este párrafo en el pecho para ahorrarme la vergüenza de discutirlo con los gurús de la “teoría de la invasión”):

1. Las migraciones aumentan conforme aumenta el desarrollo de los países hasta la renta media (y tenemos muchos países todavía con margen de mejora muy cerquita).

2. Las razones que empujan a la salida son mucho más determinantes que las barreras a la llegada.

3. La evolución demográfica de los países ricos se encamina hacia un modelo insostenible del sistema de bienestar.

4. El futuro del trabajo, con dos macro tendencias: de crecimiento en trabajos de prestación de servicios no automatizables y de trabajos de alto valor añadido y alta capacitación, requiere mecanismos mucho más flexibles de movilidad internacional de trabajadores.

Y lo cerramos con una guinda (quizás más de cosmovisión universalista no necesariamente compartida por todos) de que la diversidad conduce al crecimiento (personal y económico) y el aislamiento a una endogamia de hibridación muerta (llamémosle escenario Carlos II El Hechizado).

Por todo ello es necesaria una política migratoria coordinada al más alto nivel y que aspire a constituirse como una política de Estado (signifique esto lo que signifique en una España en la que la palabra acuerdo equivale a quemarse a lo bonzo); construir una visión que entienda y analice los movimientos migratorios desde el ámbito del empleo, de la innovación, de la sostenibilidad de nuestro sistema de bienestar, de los retos y las asimetrías territoriales e incluso de la cooperación al desarrollo y que, por supuesto, integre la seguridad y los desafíos de la integración como una variable más (no la determinante) para hacer todo lo anterior posible.

Es necesaria una política migratoria coordinada al más alto nivel y que aspire a constituirse como una política de Estado

Tras esto, deben seguir reformas irremplazables del sistema de asilo, de los mecanismos de movilidad de trabajadores, de políticas de promoción territorial para la España vaciada, de atracción de talento internacional… Y cuando todo esto esté hecho, habrá entonces que crear plataformas de actores para coordinar la implementación de estas políticas, promover la generación de una industria funcional de la movilidad internacional de trabajadores, generar acuerdos con países terceros y un sinfín más de pasos en la buena dirección… ¿Suena difícil no? Pues mucho más difícil será si no lo hacemos.

Porque entre tanto, entre la espera y ese divide y vencerás de la inteligencia de la política pública, se abren resquicios que permiten que el Ministerio del Interior se pase por el arco del triunfo la legalidad nacional e internacional y expulse cómo y cuándo quiera a menores y mayores, que los ministros de asuntos exteriores del mundo rico se reúnan para pensar la mejor manera de incumplir el estatuto del refugiado en el caso afgano, o que ciertos grupos políticos incendien el debate público para agitar el odio al diferente y sacar réditos políticos mientras el resto baja la cabeza con el temor a que la defensa de las personas pueda hacerle perder votos. Pero lo más grave es que desaprovechamos todas las oportunidades para generar un futuro mejor para todos (para los que se quedan, los que se van y los que reciben). Probablemente el único futuro posible. Todo por falta de valentía. O de visión. O de ambas. Así que seguid dándole en Twitter vivas a nuestro modelo. Mientras tanto, a mí #SeMeBajaLaEspañolidad.

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