Daniel Ndambuki, alias ‘Churchill’: “Ya nadie me toma como una broma”
Este cómico conocido como ‘Churchill’, arrasa con su programa semanal en la televisión keniana. Su humor ha contribuido a derribar muros tribales y a desmontar tabúes milenarios en una incansable lucha por la libertad de expresión
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Daniel Ndambuki (Machakos, Kenia, 1977) eligió Churchill como nombre artístico por dos razones, y ninguna remite al famoso estadista británico. El pseudónimo funde la expresión “church on a hill” (iglesia en la colina) y revela la profunda fe cristina de Ndambuki. Pero, más importante, oculta el origen de su apellido en un país aún fragmentado por una estructura tribal. Para Churchill, la risa debe aplacar oscuros resquemores. Dice con frecuencia que su imperio del humor (Laugh Industry) actúa casi como ministerio de unidad nacional. Sobre todo cuando su programa de televisión, Churchill Show, congrega cada semana a más de 10 millones de espectadores.
El cómico ríe mucho y sonríe casi siempre. Sus palabras se combinan en un extraño cóctel de esperanza y amargura. Mientras avanza en coche por las calles de Nairobi, la conversación por vídeoconferencia va dibujando la imagen del bufón al que se consienten ácidas chanzas. Hasta que un día el rey se harta y le corta la cabeza. No parece probable que Churchill termine decapitado, pero el indiscutible líder de la comedia en el este de África —auténtica celebridad en su país, millones de seguidores en redes sociales— cuenta que ha visto las mil caras de la censura. Furgones policiales. Sutiles artimañas. Silencios autoimpuestos. Y deja caer que quizá haya llegado el momento de ponerse serios.
Pregunta. ¿Existe el humor keniano?
Respuesta. Nos encanta reirnos de nosotros mismos, de nuestros problemas. Nos reimos de que nuestros pésimos líderes pidan prestado dinero que nunca podremos devolver. De que cuando vemos a un chino por la calle pensemos “¿Nos vais a hacer a todos vuestros prisioneros?”. Utilizamos el humor como forma de sanación y alivio. Nos reímos hasta de la religión.
P. Me sorprende que mencione la religión, ya que en una entrevista de 2017 usted decía que era —junto al sexo y la tribu— uno de los grandes tabúes de la comedia en Kenia. ¿Han cambiado las cosas desde entonces?
R. No tanto... [risas]. Se puede bromear sobre cuestiones religiosas, pero con mucho cuidado, consciente de que la línea que separa el humor de la blasfemia es muy delgada. En cuanto al sexo, continúa como zona vetada en el mainstream. Seguimos siendo muy conservadores. Aunque algunos monologuistas empiezan a incluir temas de cama en su repertorio. Pero solo cuando actúan en pequeños locales, clubs a los que acude un público joven de mentalidad más abierta.
P. Con una audiencia internacional, tras haber actuado en varios países de la región, ¿diría que ese conservadurismo sexual es un rasgo común de la comedia en África?
R. Básicamente sí. Los lazos familiares son tremendamente importantes en la mayoría de países del continente. Si uno se pregunta “¿Podría hacer esta broma delante de mis padres?”, y la respuesta es no, mejor descartarla. Insisto en que depende del ámbito en que uno se mueva. En todas partes hay clubs, cómicos en internet... El problema es cuando uno quiere dar el salto a los medios de comunicación de masas, sobre todo a la televisión. Si se te cuelga la etiqueta de vulgar, se te cerrarán todas las puertas.
P. ¿Y esa dimensión del humor como vía de escape de la que hablaba al principio? ¿También prevalece en la comedia africana, suponiendo que tal cosa exista?
R. Desde luego. Tenemos a estos gobernantes que sabemos que van a robar y que cuesta horrores echar del poder. ¿Qué podemos hacer? No nos manifestamos... ¡La gente no se manifiesta en África! [risas] Así que nos reímos. Nos reímos y esperamos que en el futuro las cosas mejoren. Así es África, para mí al menos.
P. ¿Les conecta también la experiencia colonial, el racismo, la opresión? Una historia sin duda trágica, pero quizá también —con la debida distancia— fuente inagotable de humor.
R. Antes pasaba más; se bromeaba mucho con la herencia colonial, con el hecho de que hablemos inglés o francés, este tipo de cosas. Pero las nuevas generaciones de cómicos se van alejando gradualmente de estas cuestiones. Ya no les interesan. Especialmente en un país como Kenia, donde la penetración de internet es muy alta y los jóvenes importan costumbres occidentales, sintiéndose plenamente integrados en la aldea global.
La gente no se manifiesta en África, así que nos reímos y esperamos que en el futuro las cosas mejoren. Así es África
P. Si dejamos a un lado los tabúes que mencionaba, ¿es la comedia en Kenia más libre que en otros lugares? Parece que en ciertos países el exceso de corrección política y el temor a ofender están encorsetando la risa.
R. Intentamos que así sea. Pero en cualquier lugar del mundo siempre habrá gente que no se tome las bromas como tales, en especial cuando se llevan un poco al límite. Si nos ceñimos a la política, en Kenia tuvimos suerte con los dos anteriores presidentes: Daniel arap Moi y Mwai Kibaki. Nunca nos dijeron qué hacer o decir, ni se quejaron cuando les imitábamos. Ahora las cosas son distintas, algunos líderes piensan que les ridiculizamos. Tampoco podemos bromear sobre los musulmanes, que suelen ser muy sensibles. El ambiente político se ha caldeado, y esto inhibe la libertad. En el ámbito del humor tienes que poder decir cualquier cosa como hace, por ejemplo, Trevor Noah [cómico sudafricano]. Nos queda aún un largo camino por recorrer.
P. ¿Se sentía más libre al inicio de su carrera? Al margen de la coyuntura sociopolítica, lo cierto es que ahora tiene millones de seguidores en las redes sociales. Y dirige una empresa con grandes intereses y de la que dependen muchas familias.
R. [piensa unos segundos su respuesta] Antes era más libre. Con los números que manejo, ya no se me toma como una broma. Soy el keniano con más seguidores en Facebook. Todo lo que hago es serio. Si digo algo, aunque sea en tono de humor, millones de personas se lo pueden tomar como una especie de declaración, como mi verdadera opinión. Por el bien de mi carrera, de mi propia vida y la de mis seres queridos, tengo que ser muy cuidadoso con mi faceta pública. Así que escribo y reescribo mis guiones, me pienso muy mucho lo que voy a decir en el escenario.
P. El humor es terreno fértil para la crítica porque tiene sus propios códigos, su ambigüedad, sus recovecos y dobles sentidos para lanzar mensajes profundos envueltos de simple diversión.
R. Uno puede ser irónico, cuestionar ciertas cosas con inteligencia... ¿Pero y si el otro no pilla la broma? Entonces tienes un problema.
P. El problema debería ser más la falta de sentido del humor de la otra persona...
R. Quizá, pero en Kenia, si te pasas de la raya y el presidente piensa que le estás faltando al respeto, o un líder religioso decide que estás blasfemando, pueden empezar a ir a por ti. Lo han hecho en el pasado... [risas].
P. ¿Ha sufrido censura?
R. Sí, me ha pasado en espectáculos colectivos en teatros. Llega la policía, para el espectáculo, arrestan a un par de compañeros... No mucho tiempo, solo el suficiente para que captemos que el show no debe continuar. O algún libro que he escrito y que alguien se ha encargado de que no vea la luz. Un monólogo puede ser una bala, y uno no quiere que esa bala se vuelva en su contra.
Si quieres saber como es un país, escucha a sus cómicos
P. La comedia como reflejo de la realidad y como arma para transformarla.
R. Si quieres saber como es un país, escucha a sus cómicos. Analizar una situación y hacer de ese análisis una broma. Es un proceso lleno de razonamiento que requiere tener un tercer ojo. Hay que encontrar un equilibrio, saber hasta dónde puedes llegar... Y confiar en que el otro pille la broma.
P. Si vemos en la comedia un síntoma de la salud mental de un país, ¿qué tal andaría Kenia?
R. Malamente. Nos estamos escondiendo, barriendo la suciedad bajo la alfombra. Sonreir no significa que uno sea feliz, también puede esconder dolor. Nos empeñamos en no enfrentar la realidad. El coste de la vida no para de subir... ¡Nadie habla de ello! Es un tema muy serio. Y los políticos que hemos votado se desentienden, se limitan a disfrutar lo que pueden. China nos está prestando dinero a diestro y siniestro. ¿Qué va a pasar cuando no podamos devolverlo? Puedo bromear sobre ello, pero la realidad es que me produce dolor.
42 tribus riendo juntas
P. Demos un giro hacia el optimismo. Siempre le ha interesado utilizar la comedia para superar las divisiones tribales de Kenia. Hay algo mágico en cómo la risa nos acerca...
R. Es lo más mágico que puede ocurrir. Hemos hecho giras por todo el país, que tiene 42 tribus diferentes. Verlas reir juntas ha sido muy gratificante. Observar cómo después del espectáculo los miembros de distintas tribus se conocen, hablan, comparten sus historias... No tiene precio. A veces siento como si tuviera un ministerio de unidad nacional que consigue cosas que no están al alcance de los políticos.
P. Usted procede de un entorno muy humilde. Antes de convertirse en la estrella que es hoy, tuvo todo tipo de trabajos, atravesó verdaderas dificultades económicas... ¿Le ha hecho esta experiencia mejor cómico?
Observar cómo después del espectáculo los miembros de distintas tribus se conocen, hablan, comparten sus historias... No tiene precio
R. Quiero pensar que sí. De hecho, casi todo el humor que hago se inspira en ese pasado. Me gusta recordar lo vivido, cómo llegué a Nairobi, cómo las puertas se empezaron a abrir poco a poco... Es mi historia, ahí no hay actuación que valga. Me gusta ver cómo el público conecta con esa experiencia.
P. Supongo que le será complicado caminar por la calle tranquilamente, pasear sin que sus fans le paren a cada segundo para pedirle un selfíe o un autógrafo. ¿Echa de menos el anonimato? Sobre todo la libertad para mezclarse con la gente común siendo uno más. Y extraer de ahí material cómico.
R. Sigo siendo un chico humilde. Me hace feliz ir a cortarme el pelo al mismo peluquero al que iba cuando no tenía trabajo. En la comedia no puedes ir de estrella de Hollywood. Tienes que volver a los orígenes, tener los pies en la tierra, saber qué le ocurre a la gente. Puedo hacerme selfis, salir en la televisión etc, pero sin olvidar que soy como tú, como él, como cualquiera. No me gusta el exceso de atención ni complicarme la vida. Así que salgo a la calle, voy de compras y procuro pasar un buen rato en cualquier lugar y con todo tipo de gente.
P. Ha volcado su faceta solidaria en fomentar la creatividad entre los niños. ¿Es la escuela un lugar demasiado rígido?
R. En Kenia, la diferencia entre escuela pública y privada es abismal. La privada puede permitirse una atención más personalizada y dejar que cada alumno saque lo mejor de sí. Pero en la pública, donde puede haber 100 alumnos por clase, no queda otra que centrarse en el control. El profesor de la pública en África tiene que ser duro por necesidad, dar órdenes claras y iguales para todos: “Vamos a leer las páginas de la cinco a la 10”. Los alumnos no van a la escuela, solo pasan por ella. Lo que hemos intentado con Kid´s Festival es llenar ese vacío para que los niños puedan expresar sus talentos y emociones, ser creativos en un ambiente imposible en sus aulas, donde no hay espacio para la flexibilidad, mucho menos para la risa.
P. Al mismo tiempo, aunque suene paradójico, insiste en la necesidad de inculcar los valores del trabajo duro y la disciplina entre las nuevas generaciones. De nuevo, el humor para transmitir mensajes de gran trascendencia para la vida de las personas.
R. Esos valores han sido fundamentales en mi éxito. Hay momentos para bromear y reir. Y otros para ser crítico con uno mismo, cambiar lo que estás haciendo mal, esforzarte. La pandemia ha hecho que sean tiempos duros para todos. Es un momento para encarar la verdad, y queremos ser parte del cambio.
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